La foto imposible de García Márquez
Por Antonio Costa
Un día estuve con toda la familia de García Márquez. Bueno, con unos en persona y otros en espíritu. Pero era imposible hacerles una foto.
La fotografía es algo mágico, peligroso. Mi amigo Rubén Eyré dice que una foto puede mostrar en un instante lo que menos se sabe de un hombre. Gabo hizo lo que quiso con las palabras durante muchos años, era mucho más que el mago Melquíades. Pero sabía lo que pueden hacer las fotos.
Consuelo me llevó a visitar a Jaime García Márquez en su despacho de la fundación Nuevo Periodismo, cerca de la iglesia de san Pedro, en el casco antiguo de Cartagena de Indias. Por aquellas callejuelas hay templos barrocos e historias sobre santos. En un hotel se decía que se aparecían los fantasmas.
Poco después de entrar nosotros entró su hermana Rita del Carmen. De algún modo estaba allí toda la familia. Hablamos de Eligio, el hermano menor, que murió hace unos años de cáncer, escritor y periodista. De los sobrinos. De su hija que escribió a los ocho años una redacción deliciosa titulada “Mi abuelita”.
Hablaba de la madre, esa mujer sola y callada que crió once hijos entre la Guajira y Aracataca. De cuando Gabo iba cantando vallenatos. De la casa donde vivieron en Manga. Consuelo me había hablado de Manga y su aire aristocrático junto a los muelles de Cartagena. Una vez habíamos paseado mirando las mansiones decadentes del siglo XIX con jardines y pérgolas.
Jaime contó cosas de la juventud de Gabo. Le apasionaba el vallenato, iba por las noches dando serenatas con un grupo. Fundó un Festival de Vallenato en Valledupar. Sus novelas surgieron de todo lo que oía alrededor. Una vez en Aracataca una mujer perdió a su hija porque se marchó con un camionero y cuando le preguntaban qué había ocurrido contestaba que había desaparecido cuando estaba tendiendo unas sábanas. De ahí surgió la historia de Remedios la Bella. En Barranquilla dormía con las putas en calles oscuras. Se reunía con unos cuantos en un restaurante. El pintor Obregón llegó un día montado en un elefante.
Y contó que hace unos años se planeaba reunir a todos los supervivientes de la familia en una foto. Pero muchos se resistían a hacerla. Temían que después empezaran a morir todos. Hacía tiempo habían hecho una foto semejante. Algunos pusieron los pies torcidos, otros hicieron señales raras con los dedos. Eligio García Márquez murió poco después prematuramente.
Eligio era otro personaje de García Márquez. Andaba por el mundo haciendo reportajes como novelas. Fue capaz de escribir un reportaje con el cabreo de Johan Cruyf cuando le dijo en Barcelona que otro jugador era mejor que él. Reunió en el libro “Son así” a los principales novelistas hispanoamericanos después de seguirlos por todas partes. Consiguió que Ernesto Sábato le contara sus obsesiones después de que su personaje Alejandra se le apareciera en Manizales. Alejo Carpentier le dio largas montones de veces hasta que se enteró de que su hermano era García Márquez. No creí que eso tuviera importancia, le dijo Eligio.
El edificio era colonial, la habitación tenía el suelo de madera. Estábamos en buena compañía, con toda la atmósfera de Gabo. Escuchaba voces que susurraban llegadas diferentes décadas y de varios países. Y los sueños y las obsesiones de todos ellos.
Pero ¿cómo fotografiar esa atmósfera? A veces se hacen fotos en instantes mágicos y es imposible ver aquello en el mismo sitio otra vez. Y otras fotos simplemente no pueden hacerse. Se han hecho miles de fotos de Gabo. Pero ¿cuál es la que tiene su secreto más íntimo? Rilke decía que el hombre solo está solo cuando se quita el rostro en un parque. ¿Alguna vez alguien fotografió a García Márquez sin rostro?
Tal vez lo mejor sea fotografiar sencillamente unas mariposas amarillas.
Foto: Consuelo de Arco