Un defecto transmutado en virtud: Leonard Cohen, el alquimista
Leonard Cohen (Valery Hache/AFP/Getty Images)
Más que de evolución musical, cuando hablamos de Leonard Cohen deberíamos hablar de milagro, beneficioso azar, o caída y consecutiva redención. El trovador espiritual y mujeriego, el sátiro religioso que todavía adolescente se recluyó en la isla de Hidra para cumplir con su inexorable vocación de poeta, o el que, cansado de ajetreo y celebridad, decidió retirarse a un monasterio zen para calmar su sed de mundo, es también alguien que supo construir una voz inolvidable a partir de las cenizas de un tono aflautado y melodioso.
Sumido en la perplejidad de ver como su voz cambiaba inesperadamente, adquiriendo la profundidad del ronquido y la solemnidad del sermón, consiguió no solo eludir la derrota, sino hacer de un defecto repentino en sus cuerdas vocales su principal seña de identidad.
Esto sucedió a partir de su disco Various Positions (1984), que inauguraba canciones tan legendarias como “Dance Me to the End of Love”, o la popular e infinitamente versionada “Hallelujah”. Atrás quedaba la melodiosa voz del compositor de “Sisters of Mercy”, “The Master Song” o “So long Marianne”. En su imposibilidad para alcanzar la misma suave tonalidad, Cohen se rodeó sabiamente de su particular coro de ángeles, presente tímidamente en sus primeras creaciones pero que cobraba ahora una importancia capital: las voces femeninas, acompañando con su brillo la gravedad deífica de la voz del cantante, se convirtieron en una nota originalísima de su música, alcanzando cotas magistrales en composiciones como “Take this Waltz” (basado en un poema de Federico García Lorca), “Every Body Knows” o la celebrada “First We Take Manhattan”. Haciendo de su defecto virtud, Cohen trascendió la habitual figura del cantautor, configurando una música particularísima a las órdenes de unos textos de altura poética incuestionable.
Seguramente, una gran parte de los millones de personas que asistieron a los conciertos de su última gira se preguntaron lo mismo: como ese caballero, de elegante porte quijotesco, de andar pausado, movimientos concentrados y solemne fragilidad iba a poder resistir sobre el escenario cumplidos ya los setenta y cuatro. Sin embargo, bastó el primer Hello sobre el micrófono para que las dudas cedieran frente a esa vibración sobrenatural, algo que parecía llegar de todas partes y que subyugaba por su profundidad e irresistible poder hipnótico. La voz de la misma persona que bastantes años atrás, sobre el mítico escenario del festival de Monterrey, encandilaba a una enfervorizada masa de Hippies con su tonalidad media y su dulce timbre trovadoresco.
Quizás la inclinación mística del canadiense tuvo algo que ver con esa capacidad de superación. Su poesía atraviesa sin apenas diferenciar el espacio sagrado y el profano, siendo muchas de sus canciones auténticas plegarias (véase Avalanche) y muchos sus poemas preguntas acerca de Dios, la vida y la muerte, manteniendo siempre ese pulso existencial, esa religiosidad de raigambre judío que su educación forjó en su interior y de la que no se libraría jamás.
La historia de Leonard Cohen, mezcla de travesía espiritual, conflicto religioso y extravío mundano, es la historia de una voz, y de una voluntad y pasión creativas capaces de transformar un obstáculo aparentemente insalvable en profunda inspiración. Una de sus más memorables canciones, estremecedora plegaria titulada “If It Be Your Will”, reza así:
“Si es tu voluntad, que no hable más, que mi voz calle…si es tu voluntad… déjame cantar”, reflejando esa turbadora experiencia del que, paradójicamente, fue investido como monje zen bajo el nombre de Jikan, “el silencioso”.
La voz de Cohen seguirá apagándose, quién sabe si lo suficiente para alcanzar ese tono inimaginable por cuyo presunto dueño (quien no imagina así la voz de Dios) alguna vez todos nos hemos preguntado. Sea como sea, en el umbral de lo audible, Cohen seguirá alumbrado y llenando de inspiración el corazón de todos aquellos que se acerquen a su música, a su poesía o a sus escasas pero inolvidables novelas.