La literatura latinoamericana era lo que García Márquez hacía cuando no existían los festivales de escritores
Una extraordinaria foto de Pedro Valtierra
Por Mónica Maristain/SinEmbargo
Hoy es un día distinto de una semana rara, con eclipse de luna roja y la muerte de un gran literato. En el continente americano, en la capital mexicana donde vivía desde hace décadas y a la que llegó en tren en 1961 después de vivir en Nueva York, con su esposa Mercedes Barcha, su hijo mayor Rodrigo, de casi dos años, y con 20 dólares en el bolsillo, amanecimos con la noticia rotunda de su desaparición física. El Jueves Santo de 2014 falleció a los 87 años el escritor colombiano Gabriel García Márquez y el mundo está distinto por ello.
EFE
Como cuando mataron al presidente John Kennedy en los Estados Unidos, como cuando Lennon cayó mortalmente herido en la puerta del neoyorquino edificio Dakota, cuando se desmoronaron las Torres Gemelas o Michael Jackson daba su último suspiro en brazos del Demerol.
Hay muertes así, hay hechos también que transforman un poco el curso del mundo, lo cimbran, lo tallan con una pisada honda y eternamente referencial. ¿Te acuerdas de aquella tarde que estaba todo nublado en el DF, casi no había tráfico en las calles y alguien dijo en la radio que había muerto el Gabo?, diremos, evocaremos.
LA LITERATURA TRANSFORMADA IRREMEDIABLEMENTE
Desde Bill Clinton hasta un suplemento especial dedicado a su figura en The New York Times, una foto que circula en las redes sociales donde se lo ve sonreír junto al cineasta polaco Roman Polanski, hasta el Premio Nobel del 2012, el chino Mon Yan, que reconoce la gran influencia del escritor de Aracataca en su obra…son muchas las cosas que comprueban que la muerte de García Márquez constituye un episodio histórico de resonancia mundial.
Tal vez a quienes no han leído ninguno de sus libros el hecho no le resulte de tanta relevancia, pero esta fecha, la del 17 de abril de 2014, pasará a la historia como la del día en que la literatura latinoamericana, ese pequeño gran universo que él mismo prácticamente construyó en el siglo XX, ya no es la que era sin su presencia.
Efectivamente, timoneó casi sin quererlo, fuera de la academia, la literatura latinoamericana, un concepto, una idea, que antes de sus libros y de las de otros contemporáneos y amigos impulsores del célebre boom, no pasaba de una aspiración, de un anhelo.
Tomás Eloy Martínez y Gabriel García Márquez en Cartagena de Indias, 1995. Foto: Fundación TEM
A Gabriel García Márquez, a Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa les debemos haber puesto en el mapa la literatura latinoamericana, que a partir de ellos y de sus novelas hoy paradigmáticas le dio a la región una identidad que iba más allá y más acá del idioma, con personajes y temas propios, con paisajes construidos con la imaginación que habita en la realidad y con la veracidad que cultiva toda fantasía.
“Outsiders” como Juan Rulfo en México, Jorge Luis Borges en Argentina, Alejo Carpentier en Cuba o Jorge Amado en Brasil, junto a tantos otros formidables escritores que no pertenecieron a movimiento alguno, alimentaron también la literatura del continente americano con una firme voluntad de identidad, de decir aquí estamos, de aquí somos y así escribimos.
EL SUEÑO DE LA IMAGINACIÓN Y LA PALABRA
Y eso fue el siglo XX para nuestra región: las luchas sociales, el sueño de la revolución al alcance de la mano y la literatura como estandarte de pueblos orgullosos por verse retratados, a veces con una precisión estremecedora, en las páginas de libros escritos por sus hijos dilectos, salidos generalmente de las clases bajas y las clases medias.
La muerte de Gabriel García Márquez dice adiós definitivo al boom, al realismo mágico, a la conciencia de literatura latinoamericana, pero sobre todo crea una nostalgia casi devastadora al derribar para siempre una época marcada por el sueño de la literatura y por la relevancia del intelectual, que entonces, en su época, servía para algo, era escuchado.
Si ese boom latinoamericano creaba un mercado literario hoy puesto en duda, discutido con el fervor del hijo obligado a destruir al padre, fue como consecuencia de vocaciones expresadas a veces en la mayor de las carencias, donde nada podía hacer prever el éxito posterior de sus protagonistas.
El nicaragüense Sergio Ramírez con su amigo Gabriel García Márquez. Foto: página oficial del escritor
Nadie había escrito Cien años de soledad – la novela que Carlos Fuentes leyó antes de que se viera publicada y a la que llamó “El Quijote americano”- antes que Gabo. Usó 14 meses de su vida para terminarla. El 5 de junio de 1967 fue publicada en Buenos Aires por la editorial Sudamericana.
Hoy, es fácil hablar de esos escritores con una más que merecida y justa veneración, pero cuando empezaron, el éxito era una quimera que ni siquiera estaba entre sus planes. El sueño de la literatura era, como tantas veces se encargó de contar el autor de El coronel no tiene quien le escriba, levantarse todos los días y enfrentarse a la página en blanco decidido a contar una historia que nadie había contado antes.
A lo largo de su vida, de su carrera incansable, García Márquez fundó una escuela de cine, una revista, una escuela de periodismo, porque él, al igual que sus colegas y contemporáneos, perteneció a una época en que los intelectuales hacían muchas cosas, eran escuchados, tenían relevancia social.
Su muerte es también la muerte de un tiempo que ya no regresará. La literatura latinoamericana debate hoy su propia existencia. Hay autores como Jorge Volpi que hablan del chileno Roberto Bolaño, autor de Los detectives salvajes, como del último escritor latinoamericano.
En cuanto a la figura de los intelectuales en nuestra sociedad, no podría decirse que cumplen un papel muy activo y el sueño de la literatura se traduce en la búsqueda de becas, patrocinios, desfiles pomposos por las ferias de los libros y festivales.
Julio Cortázar y Gabriel García Márquez (Foto: EFE)
La literatura latinoamericana era lo que García Márquez y sus amigos hacían mientras a nadie se le ocurría organizar un festival de escritores. Ya no hay boom. Ya no hay realismo mágico. Y lo que más duele: ya no hay Gabriel García Márquez.
Que el Gabo descanse en paz, porque lo de nuestras letras es pura guerra. Sobra sangre. Faltan buenos libros.