Prácticas y actitudes sexuales en las culturas del mundo.
«Todos conocemos bien los impulsos sexuales, pero hay formas muy diferentes de disfrutarlos»
Helen Fischer, antropóloga.
Mujer de la isla Salomón
Por Noemí Maza
En un estudio transcultural realizado por G. J. Broude y S. J. Greene sobre 186 sociedades y referente a 20 prácticas y actitudes sexuales, se desvela que el 37,8% de ellas considera el sexo y la actividad sexual como algo absolutamente natural y normal. Para un 10,8%, sin embargo, existen ciertas limitaciones que dependen del grupo de personas del que se trate. Un 18,9% de los sujetos investigados ve en la práctica del sexo algo absolutamente arriesgado, y un 27% lo llega a considerar peligroso si no se adapta a las condiciones establecidas (tiempo, lugar, técnicas, etcétera). El 5,4 por ciento restante justifica su actividad sexual con algún tipo de compensación, como, por ejemplo las purificaciones rituales.
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En Islas Solomón, los etnógrafos escribieron sobre la nula segregación formal de los sexos, y en ningún período de la vida. Las jóvenes inmaduras a veces tenían relaciones sexuales con hombres mayores, los niños se provocaban erecciones, las niñas se masturbaban sin ser reprimidas y las mujeres jugaban con plátanos o raíces del tamaño adecuado. Durante las fiestas de primavera, las chicas bailaban mostrando sus genitales.
Entre el pueblo nuba masakin de Sudán, el amor es libre y se considera una actividad refinada, unida a la música y a la danza. La seducción por el olfato entra dentro del ritual de cortejo, pues las jóvenes, durante las fiestas, ofrecen sus genitales a los muchachos para que los huelan y, de esa forma, conquistarlos. Cada chica elige un joven apoyando la pierna sobre su hombro; él no puede mirar, solo oler los genitales. Una vez que ellas han elegido, ellos entran en una cámara amatoria por un orificio de 35 cm y hacen el amor.
Los hombres chuuk, un grupo de islas al Suroeste del océano Pacífico, introducen un palo tallado, que es como su DNI, entre las paredes de la cabaña hasta rozar el cabello de la mujer dormida. Ella despierta y toca con los dedos las muescas de la madera para reconocer a su dueño. Si el candidato le apetece, tira del palo para invitarle a entrar en la cabaña, o para indicarle que se va a encontrar con él en la noche. En caso contrario, empuja el palo hacia fuera de la choza y el dueño se ve obligado a probar en otro lugar. Está muy presente todavía el llamado wech (también lo llaman chifiti), técnica sexual que consiste en excitar el clítoris mediante la frotación con la punta del pene hasta la llegada al orgasmo por parte de la mujer. Pero quizá lo más interesante es que el tamaño importa, pero el femenino. Unos labios menores (fiir) grandes son un importante icono cultural. Las mujeres también basan su belleza en el vello púbico: cuanto más abundante y oscuro sea, mejor.
Los asmat de Papúa, Nueva Guinea constituyen una sociedad básicamente patriarcal. Las mujeres han de demostrar abatimiento y sumisión durante la ceremonia de la boda, y las relaciones sexuales entre marido y mujer no están permitidas desde el comienzo del embarazo hasta que el hijo camina. Las muestras de afecto entre hombres y mujeres son extraordinariamente raras.
En Guardians of the Flutes, el antropólogo Gilbert Herdt escribe una monografía inicial de lo que él denomina la “homosexualidad ritualizada” entre los sambia, una tribu de los altiplanos orientales de Papúa, Nueva Guinea. Para los sambia, el proceso de convertirse en hombres, hacia los siete años de edad, empieza por un proceso de masculinización ritualizada que se completa únicamente cuando el joven tiene un hijo.
Este proceso se inicia con una serie de prácticas ritualizadas destinadas a purgar el cuerpo masculino de los efectos contaminantes y feminizantes del contacto con las mujeres.
Para empezar, los niños deben autoinducirse el vómito y la defecación y, así, purgar comida que pertenezca a la madre y que se encuentre en el cuerpo masculino. En segundo lugar, se lleva a cabo una práctica de sangrado por la nariz para retirar la contaminación de sangre menstrual que haya quedado en el cuerpo masculino. Más adelante vienen los “ritos de ingestión”; el mas importante, el de la felación. Los hombres sambia creen que sin la ingestión diaria de semen, el cuerpo del niño no madurará en el de hombre y podría marchitarse y morir. Por consiguiente, las inseminaciones repetidas crean una reserva de masculinidad.
Los dani de Nueva Guinea también creen que las relaciones sexuales les debilitan, por lo que tardan dos años en tenerlas después de la boda, y cinco años después del nacimiento de un hijo. Los hombres guardan celosamente su virilidad viviendo para ello en cabañas separadas de las mujeres, teniendo relaciones sexuales de manera puntual, aunque son practicantes de la poligamia. Las mujeres suelen tener un hijo cada 5 ó 6 años, llegando a tener 2 en toda su vida.
Dani- Foto: Wikimedia
Los etoro, igualmente consideran muy peligroso el sexo y se limitan a usarlo únicamente para la reproducción. Está prohibido el coito entre hombres y mujeres entre 205 y 260 días al año. Fuera de ese período, también está mal visto, e incluso puede llegar a ser fuente de sanciones. En «La vida sexual de los salvajes», el antropólogo Malinowski contaba que los adolescentes del archipiélago Trobriand (en Papua, Nueva Guinea) tenían a su disposición una casa de solteros en la que acostumbraban a intercambiar sus parejas todas las noches. La sexualidad se vivía desde muy temprana edad, pues consideraban que no existe relación entre ésta y los embarazos en las mujeres, ya que se creía que eran fecundadas cuando un niño-espíritu se introducía, trepando, en su vagina. El padre sólo ensanchaba el camino.
Foto: Wikimedia
Por eso, a las niñas se les permitía tener su primera experiencia sexual entre los seis y ocho años de edad, y a los niños entre los 10 y 12 años. No estaba mal visto tener muchas parejas sexuales antes del matrimonio, aunque sí se consideraba tabú, curiosamente, compartir la comida.
Los varones lepcha que forman un grupo étnico que vive en Sikkim, India, miden su virilidad por la cantidad de eyaculaciones que pueden llegar a tener con su pareja en un solo día. De acuerdo a las estadísticas, se estima que el promedio puede oscilar entre 5 y 10 descargas por día. Es por esta razón que fomentan las relaciones sexuales desde la pre adolescencia.Entre los sakalaves de Madagascar ven normal la homosexualidad ya que da paso al conocimiento profundo de la raza humana en todos sus sentidos. Los llamados sekatra son los «escogidos» desde niños en función de su débil o delicada apariencia y llevados junto a las niñas. Está mal visto que la mujer vaya virgen al matrimonio, por eso, se desflora a si misma, con el fin de ir preparada a la ceremonia.
Las tumbas de los sakalava son algunas de las más famosas porque tradicionalmente estaban ornamentadas con unas tallas de madera de contenido erótico, que por desgracia han sido intensamente expoliadas.