Machos asesinos y cómplices
Por Javier Vayá
Quiero hablar de este tema hoy que no es el día internacional de la mujer, ese en el que los que callan todo el año creen lavar su conciencia con sentidas palabras. Quiero hablar hoy que como cualquier otro día alguna mujer estará siendo víctima de algún tipo de maltrato, físico o psicológico o que posible y desgraciadamente engrosará la lista de asesinadas en esas estadísticas que nos son tan indiferentes, otra muerte que apuntar a este genocidio cotidiano y machista, silenciado por la costumbre. Quiero hablar hoy de esto cuando contemplo asqueado como el número de mujeres asesinadas este año no deja de crecer y quiero hablar hoy tras leer las como mínimo indecentes declaraciones de la flamante presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial. Un cargo de nombre tan largo como la desfachatez de la susodicha.
Entre otras lindezas esta señora afirma que es precipitado hacer un balance del repunte de muertes por violencia machista, que los recortes no tienen nada que ver con la escalada de muertes o que en los casos de asesinatos de prostitutas solo se considera violencia machista si existe una relación afectiva. Me imagino a alguna de las mujeres que padecen esta lacra inhumana leyendo tales declaraciones y sintiéndose mucho más desprotegida y desamparada si cabe. No entiendo cómo se puede mentir tan descaradamente desde un cargo como ese y con un tema como este, esta señora se ve que no conoce la cantidad de centros de ayuda a la mujer que carecen de medios o que directamente han cerrado por culpa de los recortes, por lo visto no tiene ni idea de la desesperación de esas mujeres obligadas a seguir viviendo con su maltratador por no tener literalmente ningún sitio a donde ir o forma de alimentar a sus hijos o dinero para enfrentarse a juicios. Tampoco entiendo cuántas mujeres espera ver morir a manos del macho de turno para poder hacer “balance” o qué consideración tiene sobre el cerdo que pega una paliza o mata a una prostituta que ha conocido esa noche.
En todo caso este artículo no trata de lo que ha dicho esta señora, por grave que me parezca. Este artículo trata de nosotros, los hombres. Cuando era más joven e ingenuo pensaba que el machismo, y por ende la violencia ejercida contra la mujer, eran un vestigio más del franquismo que terminarían desapareciendo con las nuevas generaciones, cuánto me equivocaba. Ahora sé que el machismo es algo inherente al hombre, algo atávico aprendido y trasmitido de generación en generación y muy presente por culpa de esa estúpida conciencia viril arraigada. Porque a casi ningún hombre le gusta que se dude de su hombría, que se le considere menos macho que al resto. Esto es algo que nos han inculcado desde pequeños y que hemos ido asimilando día tras día. Y es que, nosotros, los hombres, vivimos en una sociedad machista perpetuada por la comodidad y el privilegio del poder. No digo que todos los hombres seamos maltratadores en potencia, digo que la inmensa mayoría somos machistas.
Desde la culpa judeo-cristiana de aquellas madres que obligaban a sus hijas a hacer las tareas de la casa y atender al padre y los hermanos descargando de cualquier responsabilidad a estos, al comentario grosero de barra de bar, desde el lenguaje empleado en el día a día por los medios y la publicidad, a las viles enseñanzas de la Iglesia Católica, desde la galantería malentendida hasta el piropo soez, desde el cine y la literatura a las empresas, vivimos en un mundo machista en el que nos sentimos muy a gusto y muy cómodos. De todas estas cosas nacen los sentimientos de pertenencia y posesión hacia una persona que derivan en el maltrato y la violencia machista.
En la aceptación de este terrorismo brutal contra la mujer, su silenciamiento e incluso su repugnante aceptación como algo lógico y merecido reside buena parte de nuestra culpa como hombres. Con el miedo a la vehemencia en la condena en cualquier ámbito, con la mirada para otro lado, con la risa forzada ante el chiste deleznable o con la creencia de que no nos incumbe, estamos siendo cómplices día tras día de los atentados más salvajes posibles cometidos contra otro ser humano. Hoy he querido hablar de esto y he querido hacerlo en primera persona y desde mi condición de hombre, tirando la primera piedra, por si sirve.