Ernesto Llorens Satorre: «Me encuentro cómodo tocando con la gente con quien puedo intercambiar opiniones, musicalmente hablando»
Ernesto Llorens Satorre es un violinista de jazz que lleva ya unos años ganándose la vida en Estados Unidos, gracias a varias becas. Alcoyano de nacimiento, a los seis años se adentró en la música. Actualmente, tiene 27. Su violín es centenario.
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“Es como quien tiene facilidad para hablar, dibujar, cocinar…Igual me ocurre con el violín”
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“Yo sí que me siento muy alcoyano. Pero no el alcoyano de filà. Para mí ser alcoyano significa mi familia, amigos”
Texto y fotos Marta Rosella
Son las dos del mediodía de un jueves climatológicamente destemplado. Pronto me cruzaré con un violinista que cruza el charco –valga la redundancia- para venir a Alcoy siempre que puede. Se llama Ernesto Llorens, y mi primera impresión es la de un músico con el que se podría conversar largo y tendido sin la excusa de tener que levantarse para ir al lavabo o similares. Ha estudiado con violinistas reconocidos a nivel internacional: Eric Crambes, Gonçal Comellas y Kai Gleusteen. Sin olvidar que ha compartido pupitre con los compositores Benet Casablancas y Willem Dragstra. Además de las dos becas que le han permitido estudiar en Boston y Nueva York, ha sido distinguido con el premio para estudios musicales Antonio Pérez Verdú (Ayuntamiento de Alcoi) y beneficiario de la beca otorgada por el Instituto Valenciano de la Música para el perfeccionamiento de jóvenes músicos durante tres años consecutivos. Ya me imaginaba que no iba a comer con un timador, musicalmente hablando, pero en ese momento pido que las preguntas no se me atraganten demasiado.
Ernesto tampoco lleva paraguas, somos los dos de improvisar. Él llega con su violín centenario, que requiere mil reverencias. Hemos quedado en el mítico Victor Bar. Aunque los dos nacimos en Alcoy, nos comportamos como los partidarios de la reina Cristina etiquetados por los carlistas; vamos, como “guiris”. Todo esto, basándonos en lo que nos explica J.J. Soriano, quien asegura que no es la primera vez que le llaman Victor, sobre todo los “extranjeros”. Después de hablar con J.J., considero que es un pecado no haber sabido su nombre, pero bien, la ignorancia, o la juventud –como decimos ahora- es muy atrevida.
Si hablamos de pecados capitales -o municipales-, el Victor está llenito. La mejor selección de clásicos hace moverse hasta a las pomposas paredes, “pomposas” en el mejor de los sentidos. Ese día cuenta con una mesa a reventar. Las tapas son el clásico “victoriano”, revolucionarias. Últimamente el encargado del bar no puede resistirse a proponernos sus renyonets ‘al jerés’. Ernesto declina muy educadamente la oferta. “A mí todo lo que sean vísceras…” Aunque su violín no es de cuerdas de tripa, con su arco es capaz de tocar y arrancarte alguna que otra, y todo al mismo tiempo. Así pues, se pide una ensalada rusa, que no correrá el peligro de enfriarse después de media hora de preguntas variadas.
Voll-Damm y Nestea en mano, llega la hora de las segundas presentaciones. Creo que empiezo por lo fácil: quiero palpar el violín, pero será más tarde cuando lo aprecie de cerca. Ahora me conformo con la maravillosa definición que el artista suelta de su compañero de vida. “Cómo definir un violín…Complicado. Posiblemente, es el instrumento que más se asemeja a la voz, el más cercano. Por eso, a la hora de interpretar, se puede aproximar mucho más a lo que uno quiere hacer. Creo que es el instrumento que más puede transmitir en cuanto a personalidad. Esto es muy importante.” A Ernesto, que empezó a adentrarse en el mundo de la música con tan solo seis años, le parece importante obviar “lo físico” del instrumento y destaca de nuevo la capacidad del violín de asemejarse a las cuerdas vocales.
Un trago de cerveza, que esto sí que se enfría. Mi curiosidad no puede esperar. El talento de Ernest empezó a moldearse en el Conservatorio de Alcoy, con el profesor y compositor Taré Darias (hijo del también grande Javier Darias). “Eso. Empecé desde muy pequeño con el violín con piezas muy básicas, normales. Puedo decir que, gracias a Taré Darias, me encuentro donde estoy. También durante los primeros años ya me entró el gusanillo por el jazz. Con él, además de la técnica clásica, tenía algunas de clases de blues. Darias estaba abierto a otro tipo de estilos.”
Preparando la entrevista, me vino a la mente la película Tú a Boston y yo a California. Un poco de ensaladilla, y allá va la pregunta. “Me consta que estuviste en Boston, pero, ¿cuándo te marchaste de Alcoy?”. Se acuerda que fue a los 19 años, “o por ahí”. Ernesto se decidió por Cataluña, donde se pasó –literalmente- por las manos todo el repertorio en violín de música clásica contemporánea, que abarca desde el Barroco hasta la música actual. “Desde un enfoque principalmente clásico”, subraya de nuevo. “Me fui a vivir a Barcelona; allí estudié en el Conservatori del Liceu, donde cursé la carrera de violín clásico. Le tengo mucho aprecio a esta ciudad: probablemente, porque es la primera vez que uno sale de casa y se va a vivir solo”. Qué gran verdad, sentencio. “Barcelona es una ciudad con muchas posibilidades, aunque ahora el tema cultural está un poco jodido. La echo de menos.” La nostalgia se va difuminando cuando llegamos a Massachusetts –el cliente con el que compartimos barra parece estar oído cocina, buena señal-. “Después de cuatro años, me fui a Boston gracias a una beca que recibí para estudiar en el Berklee College of Music. Estuve dos años, aproximadamente. Me cansé de estudiar allí, y me dieron otra beca para The New School for Jazz and Contemporary Music, en Manhattan, NYC. Llevo dos años, me gradúo este.”
Pinchen este ojo al dato: El Berklee College of Music, fundado en 1945, es la universidad privada de música más grande del mundo.
Conocí a Ernesto en Barcelona. Me lo encontré una noche haciendo la cola en la discoteca pop-rock-punk Enfants. En una cola, más que “kilo”, métrica –se podía medir, a diferencia de otras veces-. La cuestión es que nos reconocimos. Los dos hemos pasado por el colegio San Roque de Alcoy. Así es que no tengo suficiente con su respuesta sobre Barcelona y le pregunto acerca de Carlos Delgado, ya que he visto que lo menciona en su Facebook. Vuelve a sacar su sonrisa. “¡Carlos Delgado! Sí, es muy buen amigo mío. Él es de Barcelona, pero nos conocimos en Boston, estudiando en la misma universidad. Hemos hecho varios proyectos juntos, mezclando jazz con música electrónica, sound design, y mil cosas más. De hecho, Carles está viviendo ahora mismo en Nueva York, y estamos como a dos calles de separación. Siempre quedamos para inventar cosas.” Se ríe. Este chico es un apasionado de lo que hace. Da gusto entrevistar a personas de carne y hueso, de esas que quieres pinchar con el tenedor de la ensaladilla porque no te lo puedes creer, que no son personajes vendehúmos, vaya.
El violinista alcoyano considera que su look es moderno. Estoy de acuerdo. Es un tipo elegante. Lleva unas gafas de tendencia, y conserva una delgada trenza a la derecha. Cuenta que, con dieciséis o diecisiete años, llevaba el pelo largo y que, a veces, le daba por ahí y se rapaba, pero siempre quedaba este “recuerdo”. “Hice eso varias veces y me quedó una de por vida”. Se ríe. Nos reímos. Me gusta su apunte final: “He llevado la trenza a la izquierda, pero la última se quedó a la derecha”. Izquierda, derecha, izquierda. Aprovecho… “¿Qué imagen se tiene de Annie Bottle por los Estados Unidos?”. “¿Annie Bottle? ¡Ah! ¡Ana Botella!” Carcajadas intermedias compartidas. J.J. sigue a lo suyo, con su sonrisa perenne que transmite una tranquilidad incombustible. Pero no perdamos el hilo. “La verdad es que se ha hecho bastante famosa por sus comentarios un poco…” Le digo que se moje, que se lance de cabeza a su jarra de Voll-Damm. Más risas por su parte. Se atreve. “La verdad es que ha dado a conocer España, a Madrid, en una situación bastante ridícula y estúpida. Cuando realmente no somos así. Es un personaje como muchos políticos actuales de España.” Supera mi pequeña prueba de fuego: me basta con el carácter tolerante que demuestra con y sin violín. Y con su marcado punto final: “Yo soy un poco de todo. Hay veces que soy más de relaxing cup of coffee, otras de relaxing beer…whatever”. Me resulta graciosa su respuesta, que rezuma cierta empatía.
Parece que el hombre de nuestra derecha se ha quedado pegado a la barra. Es una grata compañía, en realidad. Hemos llegado a tal punto que no nos incomodan ni las voces. Quiero decir, no hay ruido. Podríamos pedir otra tapa…pero suenan clásicos italianos. Sintiéndome, en parte, en mi terreno, le propongo a Ernesto una cuestión que le hace definirse rotundamente. “Mi forma de componer no se relaciona con nada extramusical, aunque siempre haya algo que se pueda sacar por ahí. Intento que el concepto esté en sí en la propia pieza. Personalmente, creo que para eso está la música: en mi caso, no es necesaria la letra. Cada uno, cuando escucha una de mis piezas, puede imaginarse lo que quiera…o puede no imaginarse nada. Es muy libre. No quiero que el espectador se sienta predispuesto antes de escuchar mi música. ¡Y que piense lo que quiera!” El violinista alcoyano que arrasa lo que toca no duda ni un ápice cuando sale a relucir la artillería pesada de su música. “Mi formación es clásico y jazz. Pero estoy abierto a cualquier música.” Afina. “Bien…Mi entrenamiento es clásico, pero soy un músico de jazz o músicas que se aproximan (fusión…).” Es un músico de jazz, e innovador, está clarísimo. Escucha pop, rock y punk. Violín en mano, se atrevería con sonidos de otras culturas pero, apunta: “No estoy capacitado para tocarlo todo (risas)”.
Me consta que Ernesto ha tocado durante unos años en varias orquestas, algunas de Europa del Este. Me he informado sobre Vladimir Spivakov, violinista clásico de origen ruso, y no quiero que queden preguntas en el tintero, ni mucho menos en el caldito de los renyonets. “En una entrevista, Spivakov asegura que las orquestas americanas son más técnicas que las rusas”. “El tema orquestal…La verdad es que he tocado en muchas orquestas por Europa, pero actualmente estoy con el jazz, como he comentado. Te puedo decir, de lo poquito que pueda saber, que es muy diferente: las rusas igual son más…¿tradicionales? Y las de Estados Unidos se han considerado siempre la novedad, formadas por inmigrantes provenientes de otros países, entre ellos, precisamente, rusos. En este punto, no creo que haya ningún tipo de diferencia política entre ambos países; para poder mantenerse una orquesta necesita dinero… Muchas veces, en cierta forma, se tienen que prostituir musicalmente para conservar su estructura. Pero eso no implica que haya excesos. Seguro que no los hay.”
Es hora de jugar a mi Tabú particular. “Lugar donde te has sentido más cómodo tocando”. Pausa. “¿Ciudad?” Se le deben ocurrir varios lugares, pienso. Acoto. “¿En tu casa?” Aunque voy más rápida que el reloj de arena, parece que me aproximo a la respuesta. “Por suerte, con el jazz, con quien más a gusto te sientes es acompañado de tus amigos, o amigos musicales. El jazz es todo improvisación. Si estamos charlando tú y yo podemos expresar las mismas cosas con música, por ejemplo. Me encuentro cómodo con la gente que es más afín a mí, musicalmente hablando, con quien puedo intercambiar opiniones.”
Todavía queda un palillo en la ensaladilla rusa. La pregunta que no puede faltar, y que viene a colación, nunca mejor dicho, es si se siente alcoyano. “Yo sí que me siento muy alcoyano. Pero no el alcoyano de filà. Para mí ser alcoyano significa mi familia, amigos…También la ciudad; es muy bonita, y se puede vivir muy bien. Pero para la música…” Nos partimos lo que queda de la tapa. Tengo curiosidad por saber si hay alguna cuerda más, una quinta, que todavía le ate a nuestra ciudad: “Claro que sí. Creo que uno es de donde nace, un poco. Se puede estar viviendo bien o mejor en otros sitios, pero Alcoy siempre va a tirar mucho de mí. Tenemos muchas cosas en común, otras veces menos, pero estoy seguro de que voy a volver muy a menudo”.
La digestión no puede ir mejor. Música y un entrevistador honesto. Vamos a por las fotografías. El Victor es un reto, por la luz y sus espejos. Ernesto es otro; está un poco nervioso, y yo no pararé hasta que sonría. Los comensales que han llegado prácticamente junto a nosotros disfrutan de la sobremesa. Parece que la curiosidad de los más pequeños no ha quedado saciada, y, ayudados por sus progenitores, abordan a Ernesto, el protagonista del lugar. Quieren que haga sonar el violín. La sonrisa del violinista es todavía un esbozo. Animo a los niños a que, a una sola voz, coreen de nuevo su petición. Rasgan lo suficiente en la timidez de Ernest. Perfecto.
Satisfechas o no las devoradoras intenciones de los peques de la mesa, nos despedimos de la gran familia alcoyana y de J.J. Ernesto no le quita ojo a su violín. Recuerdo que, durante la entrevista, me ha desvelado que es como una “extensión” de su cuerpo. “No sé…Es como el alma. Muy importante.” Una descripción que, de tan sincera, es de punto final.
Alma en mano, caminando hacia la Glorieta, y en pequeñas pausas de silencio cómodo, me ubico en el presente de Ernesto. En New York City tiene el privilegio de estudiar y trabajar con artistas musicales como Christian Howes, Darol Anger, Ron Carter, Chris Cheek, Reggie Workman, Ed Tomassi, Armen Donelian, Andy Milne, Daniel Binelli, Jane Ira Bloom, Eugene Friesen, Miguel Zenón, Mat Maneri, Karl Berger y Andrew Cyrille. Es músico freelance. Después de graduarse, tiene previsto, para el próximo año, grabar un disco con temas originales, junto a otros músicos que viven en Nueva York. “¿El nombre?”, le pregunto. “Todavía no tiene. Tenemos toda la materia ahí, lista, eso sí”, pero sin etiquetar. Interesante final abierto.