El hilo de la mentira
Por José de María Romero Barea
En febrero de 2014 se cumplía el primer aniversario de la muerte del filósofo barcelonés Eugenio Trías (Barcelona, 1942-2013). No encuentro mejor forma de homenaje a un autor que volver a sus escritos, en este caso El hilo de la verdad (Galaxia Gutenberg, 2014). Su resistencia a ser adscrito a una determinada corriente de pensamiento, su fluctuar de una disciplina a otra, hacen de este personaje un llamativo y peculiar pensador del que podemos recabar diversos aspectos que competen al orden de lo científico, lo teológico, lo artístico y lo literario. El punto de fuga en el que llegan a converger cada uno de los ámbitos de su pensamiento culmina en esta obra.
El hilo de la verdad al que se alude desde el título es el “hilo de la Verdad/… tan constante y tan fuerte/ que por más que le adelgace,/ no es posible que le quiebre.” (El laberinto del mundo, Calderón de la Barca, citado por el autor en el proemio). Es, además, el hilo “rojo [de todas las cuerdas de la flota real de la marina inglesa] que no es posible desatar … sin que deshaga el conjunto” (Goethe, Las afinidades electivas, citado por el autor en la pág. 124). Es, sin duda, el hilo conductor que se enuncia ya desde el primer ensayo de la colección, “Prólogo y epílogo”. En él, Trías presenta la verdad en relación al sujeto y el objeto, los límites entre juez y acusado, la analogía entre lo humano y lo divino, el castillo y el pueblo.
Para ello, el filósofo barcelonés recurre a la novela de Franz Kafka El proceso, en la cual Josef K. es arrestado una mañana, sin causa alguna; Trías relaciona esta novela con la película Ciudadano Kane de Orson Welles, con el personaje de Kurtz, en El corazón de las tinieblas e incluso con Kubla Khan, el personaje en el poema homónimo de Coleridge.
Giorgio Agamben afirmaba en Desnudez (Anagrama, Barcelona, 2011), que en el proceso romano la calumnia representaba una amenaza tan grave para la administración de la justicia que se castigaba al falso acusador marcándole sobre la frente la letra K (inicial de kalumniator). Trías sostiene en su primer tratado que el proceso iniciado en contra de Josef K. es un proceso del personaje contra sí mismo. K. se ha culpado de algo que no cometió y por lo tanto reclama que la verdad se esclarezca.
Y sin embargo, en la calumnia, como en la mentira, la culpa no es la causa de la acusación, sino la acusación misma.
Así, los límites y las categorías son modos a través de los cuales “se pretende alumbrar la verdad de ese doble modo de declararse (la razón) y descubrirse (la realidad).” (p. 150). Por lo tanto, Josef K. es aquel que es capaz de trazar y divisar los límites en el umbral de la puerta de la ley, hecho que lo relaciona con otro K., el agrimensor encargado del establecimiento de El castillo y su delimitación con el pueblo.
Trías parece poner en cuestión las fronteras, las separaciones y las barreras que establecen entre los hombres, el límite que los divide y une, y que él quiere abolir. “Ese poder del límite, que se da ser en la existencia como poder de recreación y variación, constituye el principio de discernimiento y juicio en relación a la verdad y la libertad” (p. 157). El agrimensor anula los límites y mantiene unidas las fronteras entre el castillo y el pueblo, lo humano y lo divino, lo puro e impuro, separadas por la entrada (el sistema de leyes).
Pero la pregunta es ¿qué será del hilo de la verdad? Eso es algo que el agrimensor jamás llegará a comprobar, puesto que nunca accede al castillo. “El poder de dominación no quedará, de este modo, vencido; siempre existirá el mismo Monstruo, Guardián del Jardín. “Usted siempre estuvo aquí” (como le dice el camarero a Jack en la película de Kubrick). “Usted siempre ha sido el guardián, el eterno guardián” (p. 170).
El hilo de la verdad que enhebra los ensayos de este libro y consigue abolir los límites es, sin duda, el concepto de tiempo. Como recuerda Trías, el segundo de los Four Quartets de T. S. Eliot, titulado East Cocker, se inicia con el verso “En mi principio está mi fin”, que el último verso invierte: “En mi fin está mi principio”. Trías no se resiste a relacionarlos con el Evangelio de San Juan, donde se enuncia que en el principio siempre está el lógos, la palabra, “el pasado (inmemorial), el futuro (trascendental) y el presente (que eternamente se reitera mientras haya existencia). Y esos tres modos son convocados en el instante (kairós), en el cual los tres modos, o dimensiones, se entrecruzan.” (p. 86).
En términos temporales el ser del límite se encarna en el Instante (p. 191). Y sin embargo, afirma el filósofo barcelonés, qué sentido tiene vivir en ese Instante que tiene que lidiar con su Minotauro propio y específico, el poder del centro (p. 191), que Trías relaciona con el Horror (ver El corazón de las tinieblas), “sus fauces voraces y caníbales, su carácter vampírico (imagen que aletea, de forma espectral y siniestra, por las páginas de El capital [Das Kapital] de Karl Marx)”. (p.192).
La mentira es ese modo de espectralidad que nace de no aceptar la propia condición. En el último ensayo del libro se alude a la afirmación de Trasímaco en La República de Platón de que lo importante no es saber qué es la justicia, sino alcanzar un comportamiento que, pese a ser injusto, pueda presentarse ante la opinión pública con el atributo de lo justo y conveniente. Así, el no aceptar la propia condición nos hace pensar en una ciudad fronteriza “donde afincan instancias … que permiten y posibilitan los intercambios entre lo que nos trasciende (llámese Bien, Belleza o Verdad) y nuestra existencia cavernosa, instalada en el mundo inmundo de “lo que nunca es y siempre deviene”, de la fugitiva y evanescente “irrealidad” (p. 297). Una sociedad que no acepta su propia condición, parece decir Trías, se remueve constantemente para inventarse un futuro ensartado con el hilo de la mentira.