Elegidos para nacer
Cuando los padres de la fecundación in vitro dieron a conocer su logro, muchos se llevaron las manos a la cabeza. Las sofisticadas técnicas de análisis genético actuales hacen posible la selección de los embriones más aptos, por lo que la polémica continúa. Ahora, un artículo publicado esta semana en la revista Science abre de nuevo el debate sobre el poder que deberían tener los padres a la hora de ‘elegir’ a su futuro hijo.
En 2009, una clínica de Los Ángeles decidió añadir a su oferta la selección del color del pelo y los ojos de los futuros niños.
Por Lucía Caballero/SINC
El 5 de marzo de 1972, un titular de The New York Times afirmaba ‘Se hace realidad el mito de Frankenstein’. El artículo al que servía de encabezado no tenía nada que ver con la novela de Mary Shelley. La segunda parte de la sentencia era aún más inquietante: “Ya disponemos del espantoso conocimiento necesario para fabricar copias exactas de seres humanos”. Y a su lado, una foto de un Hitler con expresión amenazadora servía de colofón a la pieza.
El “espantoso conocimiento” al que se refería el periódico se había plasmado hacía tres años en la revista Nature con el título ‘Primeras etapas de la fertilización in vitro de ovocitos humanos madurados in vitro”. El estudio, firmado por los investigadores Robert Edwards, Barry Bavister y Patrick Steptoe, era el primero en confirmar que la creación de un embrión fuera del útero materno no solo era posible en el mundo feliz ideado por Aldous Huxley.
En julio de 1978, casi diez años después de la publicación del polémico artículo en Nature, Steptoe aseguraba que no era “el principio del fin, solo el fin del principio” durante la rueda de prensa ofrecida tras el nacimiento de Louise Brown, la primera niña concebida por reproducción asistida.
Pero la controversia ha llegado a nuestros días, cuando la prestigiosa revista Science ha publicado un artículo que habla de cómo la tecnología ha superado a la ética en el posible diseño de un bebé.
Como explica Thomas Murray, investigador en el Centro Hastings de bioética y autor este trabajo, “¿cuánto poder deben tener los padres para elegir quién será su hijo? Dadas las mejoras de las tecnologías genéticas, genómicas y reproductivos –que otorgan a los padres la posibilidad de prevenir enfermedades mortales en los niños que todavía no han nacido e incluso para seleccionar rasgos como el sexo– el consenso profesional sobre la forma en que deben utilizarse se queda atrás”.
El aspecto importa
Aunque el caso de Louise Brown demostró que el objetivo de la fecundación in vitro (FIV) no tiene nada que ver con fabricar niños en cadena, el procedimiento tal y como se realiza hoy en día continúa requiriendo la producción de varios embriones, más de los que posteriormente se implantarán en el útero de la futura madre.
“De cada paciente se suelen obtener unos siete embriones –señala María José de los Santos, directora del Laboratorio FIV del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI) en Valencia–. Necesitamos saber cuál tiene más probabilidad de implantar”.
Loise Brown, la primera niña concebida por reproducción asistida. / EFE
“Tradicionalmente, los embriones se han seleccionado por su morfología”, indica Alison Campbell, directora del área de embriología de la compañía inglesa Care Fertility. En cada estado de desarrollo deben tener cierto número de células con un solo núcleo, entre otras características que especifica la embriología clínica.
Junto con el estudio morfológico, se aplican en muchas ocasiones técnicas de análisis genético, también utilizadas para detectar en el ADN anomalías asociadas a alteraciones como los síndromes de Down y Turner. Una de las más utilizadas es el diagnóstico genético preimplantacional (DGP).
“Se ha avanzado bastante en cuanto al análisis genético –explica De los Santos–. Antes solo podíamos obtener datos sobre un número muy concreto de cromosomas, ahora somos capaces de ver todos los pares”.
El estudio del genoma de los embriones se hace en las primeras etapas de desarrollo. “O bien en el tercer día, cuando los embriones tienen una media de ocho células, o bien a los cinco o seis días, cuando las células ya están más diferenciadas –señala De los Santos–. Entonces cogemos un trocito y analizamos si es cromosómicamente normal”.
El procedimiento resulta especialmente útil en el caso de mujeres con abortos recurrentes o de edad avanzada. “Ahora las mujeres estamos posponiendo cada vez más la maternidad –comenta la médica–. Para entonces, aunque puedan mostrar un aspecto adecuado, muchos embriones pueden resultar cromosómicamente anormales”.
El análisis genético adicional en los embriones “aumenta entre 3.000 y 4.000 euros el precio de un ciclo”, señala de los Santos. Pero estas técnicas aún tienen muchas restricciones.
La controversia ha llegado a
nuestros días, cuando la prestigiosa
revista Science ha publicado un
artículo sobre cómo la tecnología
ha superado a la ética en el posible
diseño de un bebé
“Está prohibido en ciertos países, es caro e invasivo –admite Campbell–. Con el tiempo será más rápido y barato, pero siempre habrá pacientes y médicos que prefieran evitar la extracción de células del embrión”.
En Europa existen diferencias en la legislación que se aplica a los tratamientos de reproducción asistida. “En Italia antes no se permitía el diagnóstico genético preimplantatorio, ahora ya sí. En otro sitios como Suiza o Alemania no se permite que los embriones se desarrollen en el laboratorio ocho días, como en España”.
Niño o niña
En algunos territorios del otro lado del Atlántico las leyes son más permisivas en varios aspectos, sobre todo en los relacionados con la selección de otras características del embrión. “En Estados Unidos se permite elegir el sexo sin que exista una razón para ello –asegura de los Santos–. Incluso se permiten los úteros de alquiler”. Lo mismo ocurre en México.
El primer niño europeo cuyo sexo había sido solicitado por sus padres nació en 2003 en una clínica de Bélgica. Sin embargo, esta práctica continúa planteando cuestiones éticas y legales que dividen a los expertos.
“No todo se puede hacer –advierte de los Santos–. Cabría pensar que esto resulte en que las personas tengan la posibilidad de elegir un niño perfecto. Hay que controlar que la sociedad no derive en una especie de ‘mundo feliz’ de Huxley”.
En 2009, una clínica de Los Ángeles decidió añadir a su oferta la selección del color del pelo y los ojos de los futuros niños. Aunque la probabilidad de éxito en este tipo de discriminaciones ya es alta, la empresa se vio obligada a retirar su oferta cuando la opinión pública se mostró totalmente en contra.
El análisis genético adicional en los
embriones aumenta entre 3.000 y
4.000 euros el precio de un ciclo,
pero estas técnicas aún tienen
muchas restricciones
A la vanguardia de todos los métodos de análisis genético y en el top de sus listas de precios se encuentran las técnicas de secuenciación de última generación (Next Generation Sequencing o NGS).
A diferencia de los sistemas de secuenciación tradicionales, estas técnicas son capaces de generar simultáneamente millones de fragmentos de ADN en un único proceso de secuenciación y en un tiempo récord.
“La secuenciación del genoma llegará –vaticina de los Santos–. Mediante las nuevas técnicas de secuenciación masiva podríamos saber en teoría la secuencia completa del genoma del embrión y compararla con una base de datos general que te permitiría comprobar si es portador de alguna enfermedad que incluso fuera desconocida por los padres”. Sin embargo, según la experta, “aún queda mucho recorrido”.
Santiago Munné –presidente de la empresa Reprogenetics–, coincide con ella y admite que aunque su potencial es muy alto, su utilización generalizada “aún no es rentable”.
“El análisis de todo el genoma no es económicamente viable –asegura–. A 5.000 dólares por genoma y con un promedio de ocho embriones por ciclo, supondría un gasto de 40.000 dólares por procedimiento de FIV. A corto plazo hay pocas ventajas, pero los precios van a seguir bajando y la capacidad de análisis se va a incrementar”.
Robert Edwards, ganador del premio Nobel de Medicina en 2010, falleció el año pasado. Cuando él y Steptoe abrieron la primera clínica de reproducción asistida en Bourn Hall, Cambridge (Reino Unido), difícilmente podrían imaginar hasta dónde llegaría la ciencia en la disciplina que ellos mismos bautizaron. Y probablemente tampoco el autor de aquel polémico artículo en The New York Times.