César Vallejo, el poeta de ’Los heraldos negros’
Por José Antonio Ricondo
El 16 de los corrientes el poeta peruano César Vallejo cumpliría 122 años. En una vida de tan solo 46 años sufrió persecuciones bajo el régimen autoritario de Augusto B. Leguía y Salcedo. También, el desamparo e indefensión, su vida aventurera y, en algunas ocasiones, hondas situaciones de necesidad -pruebas de fuego de su paradero en París desde sus 31 años hasta su fallecimiento (1938), salvo la corta permanencia en Madrid (1931-2) y las dos giras a Rusia, en el 31-.
Se publica su primera obra poética, Los heraldos negros, cuando tenía 25 años, si bien él comienza a escribirlo cuatro años antes. Consta de 68 poemas, divididos en seis secciones. El modernismo comienza a decaer, e inicia la creación de su propia poesía, incomparablemente personal. El título de esta publicación, tan joven y al tiempo tan madura, le viene por ser el mismo del que le da entrada:
LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Estos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!
Son los versos más mentados y representativos del poeta. Más que una aflicción por la soledad, es un cantar sobre la duda que padecemos cuando buscamos una interpretación o una lógica a nuestra existencia. Los heraldos son una alusión a los enviados del último trance, los cuales, evidentemente, solo pueden comunicar y decir dolor. Solo cuatro veces está escrita la palabra golpes, dos en el estribillo Hay golpes en la vida tan fuertes. ¡Yo no sé!, pero sigue implícita en tres de los cuatro cuartetos de los que se compone el poema.
Estamos plenamente identificados en la aflicción y la congoja,
o en el entusiasmo y regocijo (Doc. C. W. Ashley-Rapho.)
La intención capital de estos 17 versos se enrosca alrededor de la desolación humana, densa e inconfesable, esa amargura que parece amotinarse atropelladamente en lo más arcano de nuestro ser. Desde la segunda palabra del poema ya están presentes e incuestionables los golpes: Hay golpes en la vida tan fuertes. ¡Yo no sé! Con este verso empieza y con él acaba. Con él nos avisa de qué va a ir lo que vas a leer y vuelve a repetirlo al final: golpes e incertidumbre.
Me viene al recuerdo la película de François Truffaut Los 400 golpes. El francés también acuñó su sello personal -en su caso a la Nouvelle vague-. La cinta sería recomendable tenerla muy a mano por cualquiera, pero sobre todo por los padres y educadores. Porque los golpes en la niñez, adolescencia y juventud siempre van a marcar, más liviana o más duramente, el resto de nuestras vidas. De ahí las inseguridades y escepticismos del ser humano adulto, según haya sido su comprensión, atención y pedagogía utilizada con él.
Otra pregunta que siempre me viene y me rebota en el magín es: ¿Por qué los románticos, los creadores y los poetas suelen durar cronológicamente menos que los demás mortales?, ¿será por su vida densa?, ¿pareciendo como si ya hubieran vivido lo suficiente y hayan dejado ya, también, lo necesario, un poema, una cinta, un mensaje incomparable que les caracteriza, un dechado original, una primicia…? En el caso de estos dos artistas, Truffaut muere a los 54 años; César Abraham Vallejo, a los 48.
César Vallejo, a los 37 años