El periplo del río Magdalena
Texto: Antonio Costa
Fotografía: Consuelo de Arco
La verdad es que yo solo estuve en la desembocadura, en Barranquilla. La gente solo habla de Cartagena de Indias, lo más turístico, pero Barranquilla fue la capital económica y cultural de Colombia mucho tiempo y allí surgieron muchas cosas. Entre ellas las primeras obras de García Márquez. Recuerdo cuando estuvimos en el restaurante La Cueva, donde se reunía Gabo con el pintor Obregón y otros, y una vez apareció el pintor montado en un elefante y allí Gabo escribió el cuento “El ahogado más hermoso del mundo”. Fuimos por el barrio de las putas donde vivió un tiempo Gabo cuando empezaba en el periodismo. Visitamos a la poetisa Meira Delmar, gran dama de origen libanés que nos contaba cuando Gabo la visitaba por sorpresa y nos decía sus versos: “En las estancias ruecas detenidas/ hilaban solo un nombre y otro nombre” . Vimos el museo romántico, donde hay un montón de cosas, una marioneta de una actriz que parece estar viva, la máquina con que se escribió “Cien años de soledad”. Acabamos en la desembocadura del río Magdalena, junto a Puerto Colombia, en la casa de Eduardo Daconte, cuyo padre llevó el cine a Macondo, que contaba historias mágicas, había visitado ochenta países, había sido monje en la India.
Pero me imagino todo lo demás. El río nace haciendo profundos abismos al sur de Colombia, en san Agustín, donde hubo una cultura muy importante, que floreció entre los siglos V y X y fue destruida seguramente por los incas. Hay grandes figuras ciclópeas de aspecto misterioso. Se ve una pareja ceñuda, un hombre melancólico con ojos alucinados, un tipo que se ríe con la nariz achaparrada. Cerca de allí esta la gran fuente ceremonial de Lavapatas, con lagartos de piedra, iguanas, sapos, Dios sabe qué purificaciones se realizarían allí.
En Neiva hay un templo del siglo XVII, una estación de ferrocarril abandonada, un palacio de gobernación que se vino abajo por un terremoto, la gente habla del Mohán, un duende que asusta a las chicas, de la Patasola que defiende a los animales en los bosques, de la Candileja en forma de fuego que persigue a los borrachos. Más adelante el río se encuentra con la carretera general que va de Bogotá a la costa, Consuelo me cuenta como fue varias veces en ese autobús que tarda más de veinte horas y pasa por alturas de vértigo en los Andes, bordea precipicios sin fondo y cruza puentes donde uno se pierde. Todavía hay puertos importantes como La Dorada.
Y mucho después se llega la antigua ciudad de Mompox, que fue un día más importante que Cartagena, tenía un montón de iglesias y palacios. El río Magdalena era navegable, era la vía más importante de transporte en Colombia hasta el siglo XIX y Mompox era la etapa principal. Los conquistadores empezando por Rodrigo de Bastidas y los que iban a buscar Eldorado lo usaron para adentrarse en el más remoto interior. Y por allí salía el café del eje cafetero para que lo tomaran los poetas simbolistas en los locales de París. Luego llegó la competencia del tren y el canal de Panamá y las carreteras y las guerras civiles y el desvío del transporte por otro ramal del río y se hundió Mompox pero eso hizo que se conservara intacta a través de los siglos. La iglesia de santa Bárbara tiene naves muy amplias, un artesonado bellísimo, un campanario con un balcón de madera. Hay soportales y rejas de madera por todas partes. La casa de la cultura tiene un patio espléndido y guarda la historia de la ciudad. Hay claustros con palmeras, torres, arcadas. Para llegar a Mompox hay que cruzar en una barca el río Magdalena, no llega ninguna carretera.
Y el periplo termina junto a Barranquilla en Isla Salamanca, un montón de humedales llenos de pelícanos, águilas, garzas, nutrias, boas, caimanes, y un montón de especies vegetales. En “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez los dos ansiosos que después de cincuenta años se hacen amantes deciden no bajarse del barco para no bajarse de su sueño y vagar para siempre por el río Magdalena. Porque el agua siempre ha tenido relación con los sueños y la pasión y la libertad. Pero los tiempos son prácticos y ahora tenemos demasiada prisa. También mi tía contaba que de niña se pasaba días enteros vagando en una barca en el río de mi pueblo. Pero luego tuvo que saltar a tierra y nunca más volvió a navegar.
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