Leopoldo María Panero. Hay que estar loco para ser poeta y otros oficios más
Por José Antonio Ricondo
Acaba de morir joven, a los 65 años. Como un romántico, como un aventurero del romanticismo, fuera de tiempo y lugar. No ha sido una muerte natural, a término. Por lo tanto existe una contradicción, al menos en los términos. Y fuera de lugar, en un manicomio, sin familia; sus amigos, su editorial. Su padre y hermano -Juan Luis, seis años mayor que él y fallecido el año pasado a los 72 años- también poetas. Y el otro hermano –Michi, Moisés, tres años menor que Leopoldo-.
Su poco tiempo para la observación y la introspección, a Michi le hizo no ser poeta como sus demás hermanos, como su padre y su tío; escribe sin publicar, a no ser como columnista, dedicándose a regentar lugares apropiados para su afición a la noche que se lo cobrará la Parca a los 53 años. El cantautor gijonés Nacho Vegas, en El Hombre Que Casi Conoció A Michi Panero, le hace su autobiografía póstuma. En el último verso de la siguiente estrofa deja entrever lo que fue su vida para él:
Y no me habléis de eternidad. No me habléis de cielos
ni de infiernos. ¿No veis que yo le rezo a un dios que
me prometió que cuando esto acabe no habrá nada más?
Fue bastante ya…
(…) He bebido bien, y casi conocí en
una ocasión a Michi Panero,
y ahora brindo en paz por la humanidad
y por lo bien que habita el mundo.
Fue bastante ya… y la ironía que se desprende en los dos últimos versos de la última estrofa nos dice, supongo, cómo fue su educación, su medio y el tiempo que les tocó vivir a la familia. De ahí, su condición de transgresores; y siendo todo como un sambenito del descalabro que ha hostigado e importunado considerablemente a los Panero, desgracia utilizada sobremanera y solapando sus inmensas virtudes, sobre todo las literarias.
¿Y Leopoldo? Desde su adolescencia va a sufrir una quebradura emocional, muy dura y que va a durar en el tiempo…, hasta su muerte. Leopoldo María va a ser desde su juventud un eslabón más en la vida -mejor, historia- de este potente e importante abolengo intelectual y culto. Pero su niñez y su juventud fue un ir y venir sin rumbo fijo, por la sempiterna ausencia de su padre Leopoldo, poeta metido a político como lector del Instituto de España en Londres, en temas asociados con el Instituto Nacional del Libro Español.
Con su madre, ingresado en Basurto (elcorreo.com)
Y la ausencia también de su madre, Felicidad Blanc, demonizada como una “bruja”, pero que tuvo un trato de colaboración con todos sus hijos. Al fin y a la postre, su verdadera educadora, ya que su marido nunca estaba. Ciertamente, una madre burguesa del barrio madrileño de Salamanca que vio alterada su vida muelle con los sustos que Leopoldo, su hijo, le daba -militancia comunista, arrestos, conato de suicidio-. Una escritora y actriz que hubo de abandonar su oficio a instancias de su marido conservador quien solo veía en ella la vocación de madre y esposa. Reprochada por sus hijos, siempre estuvo con ellos como una madre, sobre todo con Leopoldo, adaptándose a ellos, viviendo con ellos, apoyándolos y defendiéndolos.
A uno le pueden gustar y atraer las familias raras, distintas, que habitan en los mundos divinos de la imaginación y cuya realidad es dejarse ataviar solo por lo disconforme. Su inteligencia, conocimientos y extravagancias pueden ser su armazón perfecto; el dolor, el coste y el riesgo que hay que pagar.
A Leopoldo, cuya vida transcurrió en su mayor parte en hospitales psiquiátricos, su editorial le ha colgado un comentario en FB::
Amigo Leopoldo María Panero, siempre has sido un extraordinario poeta, fiel y amigo de tus amigos. Allí donde estés que sepas que te echaremos de menos.
Te queremos. Descansa en paz.
Leopoldo María Panero, en ‘El Desencanto’ de Jaime Chávarri