«Aliméntame con tus palabras». Una hermosa parábola fílmica de Martin Turk
Por Teresa R. Hage
Título: Nahrani me z besedami (2012), (Feed me with your words), (Aliméntame con tus palabras).
Guión y dirección: Martin Turk.
Producción: Ida Weiss.
Reparto: Sebastian Cavazza, Boris Cavazza, Jure Henigman, Masa Derganc, Miranda Caharija, Iza Veselko, Maurizio Zacchigna.
«Asegúrate de haber agotado todo lo que se comunica por medio de la inmovilidad y el silencio»
(Robert Bresson)
Martin Turk, director esloveno de 30 años, dirigió en 2012 su primer largometraje Aliméntame con tus palabras, una película honesta en la que el director conduce el relato con la sobriedad y seguridad de un cineasta experimentado para contarnos, en un estilo sencillo y con un reducido elenco de actores, la historia de una pequeña familia eslovena marcada por la demencia y la discordia y de la que se sirve para adentrarse en las, a menudo difíciles, relaciones familiares.
Con el fin de perfeccionar su investigación sobre Jesucristo, Robert viaja a Italia, donde conoce a un singular vagabundo con el que intenta entablar comunicación pues cree haber descubierto algo misterioso en él. Atraído por el enigmático personaje, comienza a seguirlo hasta que desaparece sin dejar rastro. La desaparición de Robert obliga a su padre, Janez, a telefonear, después de diez años sin relación, a su hijo mayor Matej, para que le ayude en la búsqueda del hijo perdido. A pesar de los conflictos del pasado, Matej decide acompañar a su padre y viajan juntos a Italia. Por otro lado, Ana y Verónica, la esposa e hija de Matej, se trasladan temporalmente a la casa de los abuelos para cuidar de Irina, la abuela que sufre demencia.
El cineasta esloveno estructura la ficción en tres partes diferenciadas en la forma pero en la que se narra la misma historia, cada una de las veces desde el punto de vista de un personaje distinto y con una estética diferente. La primera parte la protagonizan el padre y el hijo mayor que se reencuentran, tras una larga separación, para buscar al hijo y hermano perdido. El ritmo agitado de la narración y la inestabilidad de las imágenes producidas por el uso de la cámara en mano reflejan la tensión y el interior convulso de los personajes. En las escasas y breves conversaciones que mantienen padre e hijo se van colando, como chispazos, las heridas de un pasado no resuelto. Janez y su hijo recorren los lugares por los que ha pasado Robert y las pistas les conduce a un lago situado en las inmediaciones de la frontera austríaca donde el rastro desaparece. La búsqueda del hijo perdido le sirve como hilo conductor al realizador para ir buceando en el pasado de los personajes y mostrar las razones de las desavenencias familiares cuya raíz parece encontrarse en el fuerte carácter del padre a quien el hijo mayor acusa de ser el responsable de la demencia que padece la madre. Los colores azulados y fríos empleados en esta primera parte de la narración incrementan asimismo la sensación de desapego y alejamiento entre padre e hijo, interpretados espléndidamente por los actores Sebastian y Martin Cavazza (padre e hijo en la vida real) que, sin necesidad de recurrir a dramatismo alguno, nos muestran las emociones de los personajes a través de una loable economía de gestos. Expresiones naturales y miradas sutiles carentes de artificio hablan sin hablar de las luchas internas de los personajes.
En la segunda parte del film, no sólo cambian los personajes. Contada desde el punto de vista de Ana, la esposa de Matej, el hijo mayor, el cineasta cambia radicalmente de estilo y nos lleva de una manera sosegada y calma, que contrasta enormemente con la inestabilidad del relato anterior, a la casa de los abuelos donde ella y su hija Verónica cuidan de Irina, la abuela demente. En una atmósfera serena bañada de luz , la cámara se detiene y nos muestra, en planos largos y apacibles, la quietud del interior de la casa y la belleza de la campiña eslovena que la rodea. La luz, los colores cálidos y la atención a los detalles juegan un importante papel en esta parte de la cinta que tiene como protagonistas a Ana y su hija Verónica y la desigual relación que mantienen con Irina. Mientras el director, por un lado, nos muestra la inmediata simpatía con que se acogen mutuamente una abuela y una nieta que hasta ese momento no se conocían, por otro lado, deja ver los miedos de Ana, la madre de la niña, que se siente amenazada por esa nueva relación y por la propia enfermedad de la abuela. Ana es el personaje que rompe la calma del relato con sus continuas llamadas telefónicas al esposo y su carácter un tanto histérico que contrasta con la apacible y tierna relación entre la abuela y la nieta.
El problema familiar continúa desarrollándose en la trama, ahora son la nuera y la suegra quienes no dudan en mostrar sus antipatías mutuas quebradas, en cierta manera, por la comprensión y generosidad de la niña. Quizá con el amor y la delicadeza de trato entre la niña y la anciana demente, el cineasta esloveno nos quiere presentar una vez más la máxima de que son los niños los únicos que, en su pureza e inocencia, pueden comunicarse con los locos. En este sentido, la afinidad que se establece entre la niña y la abuela y más tarde entre la niña y su idealista y soñador tío (a través de la habitación de éste) recuerda lejanamente la relación entre la niña y su tío demente, Johannes, en la bellísima Ordet (La Palabra), de Carl Theodor Dreyer, obra maestra con la que el film esloveno guarda alguna que otra conexión.
Es en esta segunda parte de la película en la que el espectador también conoce algo más de las investigaciones de Robert, experto en Grafología que quiere concebir la escritura de Cristo a partir de los rasgos de su carácter y de su Palabra. Ana tampoco parece aceptar lo que ella ve como excentricidades de su cuñado y cuando la niña descubre la habitación de su tío repleta de símbolos y textos cristianos antiguos, corre a sacarla de allí. Quizá Ana piensa que el hermano de su marido ha heredado la naturaleza demente de su madre. Sin embargo, la niña se siente bien en esa habitación llena de huellas de Jesús y quiere quedarse a dormir allí. De nuevo, el director nos muestra la pureza y la fe de la niña en un entorno desconocido para ella y hacia el que se siente intuitivamente atraída.
Finalmente, la tercera parte de la película, en mi opinión, la más débil en su guión, nos introduce ya en la propia historia de Robert, un joven obsesionado con la idea de reconstruir la imagen de Jesucristo y que viaja a Italia persiguiendo su obsesión. Allí entabla relación con un vagabundo al que identifica con Jesús y al que empieza a seguir buscándose también a sí mismo. En la escena final, ambos se adentran nadando en un lago y el vagabundo desaparece mientras Robert le grita que si no es digno de Él. La vuelta a la orilla de Robert, como un Jesús renacido (la imagen de Robert al final de la película nos remite ineludiblemente a la representación clásica de la figura de Jesús) donde encuentra a su padre y a su hermano nos muestra claramente el mensaje que nos quiere transmitir el director. Robert es el hijo perdido que vuelve a su familia. Robert ha ido a buscar a Jesús, persigue la idea y el Mensaje de Cristo y acaba descubriéndolo en el reencuentro con su propio padre y hermano.
Aliméntame con tus palabras (Feed me with your words) fue ganadora del Premio al Primer Largometraje en Cinefondation del Festival de Cannes. La película fue lanzada en 2012 y desde entonces ha estado haciendo el circuito de festivales de cine internacional , proyectándose en países como Eslovenia, Italia, Portugal, Francia, Estados Unidos, Brasil, India, Rusia, Estonia, etc.
Una película sencilla y honesta que nos habla de personajes de la vida corriente, de las relaciones familiares, de la enfermedad mental, pero también de Dios, de la búsqueda espiritual del ser humano, del amor al prójimo. Una hermosa parábola cuyo título coincide curiosamente con uno de los salmos más bellos de la Biblia: «Susténtame con tu Palabra, y viviré…» (Sal, 119:116).
Una parábola fílmica, en fin, que resulta asombroso encontrar en medio de tanto artificio cinematográfico moderno y que hará “pensar” al espectador tan desacostumbrado a “reflexionar” en los últimos tiempos.