Con mirada de hombre
Por José Antonio Ricondo
Parto de una conversación entre mujeres en la que quise ser fedatario de lo que allí se habló, se pensó y se ratificó entre todos, hombres incluidos. Copio las conclusiones:
1.- Siempre han ido las mujeres por delante, a lo largo de la historia.
2.- Ancestral e históricamente, los hombres hemos sido una rémora para ellas, y seguimos en ello.
Han obtenido uno de los derechos más justos: tener iguales responsabilidades que los hombres. Sin embargo, han adquirido de golpe una doble carga: ocupación en casa y en el trabajo, y diferentes salarios que el hombre, con la agravante que no es, por su posible estado de gestación, una trabajadora deseable. (Foto Europa Press)
3.- Intelectualmente, si nos situásemos, pongamos por caso, después de un naufragio en una isla, qué haríamos nosotros y qué ellas. Dejando aparte la gracieta prepotente y machista, lo seguro es que ellas se organizarían antes y mejor para hacer habitable el lugar en donde vivir. Nosotros, al final, tendríamos que ceder ante esa dirección y autoridad natural y, lógicamente, serviríamos para cargar las cosas o cortar los árboles necesarios que sirviesen de techo…
4.- Ellas siempre se han reído de nosotros, ‘zopencos que pegan’. Evidentemente, no todos. Pero sí, proveniente de los monos, hemos intentado dejar siempre claro quién manda y ha mandado siempre. Para ello, hemos sacado pecho -nunca mejor dicho- y hemos dejado muy clara nuestra relación de poder.
5.- Una mujer siempre ha sabido que con ellas las casas han funcionado, que si nosotros faltásemos, la casa seguiría funcionando.
6.- Si las dictaduras y religiones las han sojuzgado, las mujeres siempre han creído, muy a pesar de ello, que eran superiores.
Tiramos de algo de historia y de un pionero en la liberación de la mujer, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y en una frenética lucha por la regeneración del país y que vio que sin ciencia ni educación no había camino posible para el progreso de España. El cirujano cántabro Enrique Diego-Madrazo (Vega de Pas, 1850 – Santander, 1942) exalta el papel de la mujer en la pedagogía y eugenesia. Si convencionalmente, ser mujer es haber tenido por vez primera una niña la menstruación, parece poco tiempo para una buena educación en la evolución y conservación de la especie humana.
Por ello, el ilustre pasiego pudo hacer buena la frase posterior que pronunció el bioquímico y escritor ruso-estadounidense Isaac Asimov:
Solo hay una guerra que puede
permitirse la especie humana:
La guerra contra su propia
extinción (Isaac ASIMOV).
En consecuencia, según Diego-Madrazo, la mujer es madre y pedagoga, sin poner algún freno a su libertad, e invoca al hombre y a la sociedad para que pongan todos los medios en su liberación, mediante su independencia económica, toda vez que está requerida para dirigir la sociedad, quien puede llevar el timón de un mundo más justo, solidario y saludable y capaz de crear el hijo bello, sano, mediante la maternidad consciente.
Mujeres al borde de un ataque de nervios
Las feministas de su tiempo, a pesar de aplaudirle sus ideas liberales, nunca entendieron qué quería decir con “madre”. Y, sin embargo, el eugenista nunca impuso nada a la mujer, salvo la educación. El atributo de madre era opcional, si bien lo blindaba sublime y singularmente. Como pensador regeneracionista, nunca se le pasó por la cabeza la función paridora de la mujer, sino la opción e invitación a que, después de una Cátedra de Maternología en la adolescencia, contribuyese a crear y a consolidar el hijo bello en una sociedad y especie humana en progreso.
¿Ya ha triunfado la lucha por la liberación de la mujer? Mucho, una gran zancada, pero no tanto como para que la propia publicidad nos muestre solo a la mujer bavardeando sobre qué detergente es mejor que los demás o anunciando un coche con la falda más corta que el cerebro de una ameba -por eso le da por devorar el de los demás-. Debemos seguir luchando para que no haya ni un tantito de discriminación en este sentido (Izda., doc. Cartier-Bresson, Magnum; dcha., doc. Girardot-Vloo).
La película La sonrisa de Mona Lisa (2003) -una mirada válida e interesante- se desenvuelve en 1953, época en que para la mujer no eran tiempos de atreverse ellas mismas al cambio. En colegio de señoritas disfrazado de Universidad, una profesora de Arte les hace preguntarse a sus alumnas por el papel para que el han nacido, dándose la curiosidad de que a las jóvenes casadas se les hace la vista gorda, permitiéndoles el absentismo a voluntad. En la cinta se plasma la manera como las madres reproducen su rol en las hijas.
Porque quien manda, quien ostenta el poder, aún hoy, es el hombre: nosotros hacemos, deshacemos, jugamos, somos los machos dominantes, con mentiras tras mentiras para seguir jugando. Y la mujer quiere encontrar su camino a toda costa. Muchos siglos de sumisión y ‘devoción’ en una España gris oscura, de mucha hipocresía y de sobrado atraso e ignorancia hacen que sea ya hora de romper los muros de un patriarcado que no ha aprendido y sí humillado hasta el extremo a la mujer.
Porque ¿la realidad femenina, su sentimiento y su sensualidad, y su inteligencia, es o debe de ser un gen dominante suyo o su psicología es no más que la derivación de componentes educativos, religiosos y sociales?
El trabajo de la hierba recompensa los esfuerzos pero es el más penoso del año para la mujer, el doble que el del hombre: dieciocho horas de ese trabajo duro y abrumador, la comida para los demás trabajadores, los niños, su educación… (Doc. Erdy-Viva).
Era simple y, a la vez, muy complicado. El índice de analfabetismo no era pequeño, y para las rutinas más sencillas la mujer estaba más bien torpe, debido a la educación recibida hasta entonces: nula, antinatural e ilógica. De tal modo y manera que aquella realidad le hizo exclamar, quizás con cierto exabrupto:
«La pedagogía de los tres primeros años es la que la Naturaleza ha reservado a la madre. La mujer es la única hembra de la Creación que mata por ignorancia a sus hijos en este período. Es la única que ha perdido el instinto, que ha olvidado el arte de enseñar a vivir a sus hijos» (Pedagogía y Eugenesia, 1932, 51-52),
En cuanto a su función de educadora, ya había apuntado reiteradamente que la revolución que proponía el socialismo no tendría lugar si no la llevaba a cabo la mujer, con su necesaria e insustituible colaboración en la Pedagogía, educando en el orden hereditario en pro del bienestar.