«I’ve got you baby», por Fulgencio S. García
I’ve got you baby
Fulgencio S. García
Repetía el ritual a diario. Despertador a las cinco y media, caminata de una hora a ritmo rápido, pomelo escurrido con medio limón y agua, y ducha helada. A las siete, finalmente, estaba dispuesta para enfrentarse a la vida.
Desde la década de los setenta, en plena efervescencia hormonal y con los éxitos musicales encadenados uno tras otro, se había acostumbrado a milimetrar absolutamente todos sus movimientos. Entre gira y rodaje al principio, durante los periodos de trabajo después, su fuerza de voluntad en la lucha contra los radicales libres se convirtió en ejemplo para todo el mundo.
Un lunes se despertó sobresaltada a las cuatro y media. Buscó el reloj para certificar que la hora todavía no había llegado, pero buscaba algo más. Se cayó de la cama, no encendió la luz. El efebo con el que había pasado la noche apenas se movió. La pétrea desnudez del joven reposaba inerte —como en un anuncio de perfumes— cabeza abajo, mientras ella corría hacia el despacho. Volaba en busca de un calendario. Cuando lo encontró sobre su mesa de trabajo, lo agarró y se lo acercó a la nariz. Sin las gafas de cerca no distinguía muy bien, pero creyó leer dosmildoce. Casi cuarenta años.
Su alma se desplomó y, con toda la agilidad que sus bien disimuladas décadas le permitían, abrió su agenda electrónica, marcó su código personal (ni su secretaria lo conocía) y buscó «máquina del tiempo». Rozó el botón verde y esperó. Dos, tres tonos. Las cinco de la mañana. En la lejanía oía su propia voz metálica desde el despertador, que cantaba la misma melodía de todas las mañanas desde hacía cuatro décadas. «I’ve got you baby», le susurraba la memoria. Por fin sonó una voz al otro lado del teléfono.
—Buenos días, dime —respondió, somnoliento, su auricular.
—Doc, ha pasado de nuevo. Bueno, creo que ha vuelto a pasar. ¿Cuándo podemos vernos? Necesito que sea hoy y que, cuanto antes, me des de nuevo una ración de… «máquina del tiempo» ―su voz grave casi masculina se quebró al pronunciar las últimas palabras. Un suspiro se coló en las ondas y oyó la conformidad.
—De acuerdo, Cherilyn—siempre la llamaba por su nombre de adolescente, era el único que podía hacerlo—. Sabes que son muchísimos tratamientos en poco tiempo, pero pásate por la consulta a partir de las doce y prepararemos uno exprés con ácido y bótox. En un par de horas, volverás a retroceder en el tiempo y a sentirte joven.
Suspiró aliviada. Joven, otra vez.
Sobre el autor
A Fulgen lo nacieron, casi sin querer, una navidad de hace cuatro décadas. Y ya desde bien joven mostraba interés por lo de juntar letras: las del banco, las del coche, la lavadora, la secadora… Hasta que, un buen día, decidió hacer con ellas sopa. Y ganó, sin ser consciente de ello, su primer premio de cuentos con ocho añitos. Partió de la nada e intentó alcanzar alguna cota, fuera como fuese. Y durante años lo intentó, publicó en recopilatorios, volvió a ganar algún premio regional y un par nacionales… Un buen día decidió dejar de escribir y, diez años después, decidió que ya estaba bien. Y se encontró con la Escuela de Fantasía, con Inés, con un montón de gente afín y volvió a juntar letras. Un nuevo coche, un lavavajillas, una tele de plasma. Y llegó el Taller de CiFi y lo demás, desde hoy, tampoco es historia.
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