El lenguaje trasnochado en la política
Por José Antonio Ricondo
Nos movemos en el campo de la transferencia de la comunicación, el de la palabra, que se apropia desde los ademanes y posturas -pasando por los cultos, ceremonias y melodías– hasta los cantos de sirena de siempre. Si asimilamos el sistema de comunicación solemne y doctrinario de los ministros, por ejemplo de siglos anteriores, vemos que no hay nada que contraponer con los mismos estilos que hoy se adoptan anacrónicamente.
De tal manera que, aparentemente, los guionistas de la política aún no se han dado cuenta de que esta se ha secularizado, por cuanto que es cada vez menos el arte que debería ser, por concebirse como una enseñanza de la cual también aprendemos cada vez menos, y por manifestarse como un conjunto de opiniones, en su caso sobre la gestión de la sociedad y los países. Y sobre todo porque en la demasiado larga travesía de los partidos, estos han ido arrinconando el espíritu y el sentido por los que nacieron, su pasión y entusiasmo por intentar defender proyectos humanistas y modelos políticos válidos y consecuentes para toda la ciudadanía y acreditar -hacer creíble- la democracia con alma de tolerancia y de libertad.
Todo grupo político, religioso, deportivo, a través de su práctica de creencias disputa a brazo partido su hueco y lugar en el espacio respectivo; y lo hace con la fuerza de su fe. Así, y por naturaleza, no deja de ser temiblemente sectario –El partido o la nada; Todo el que no está conmigo, está contra mí-. El propio nombre ‘partido’ parece decirlo todo. Partir = dividir. Sé por experiencia que la política activa institucional significa armarse de valor con baterías de estrategias para finiquitar al contrario, al otro, con la mayor fuerza y el mayor desprecio posible en la actividad política, con el único fin de tomar el poder o seguir en él, mediante la cultura del truco y el ataque y en un medio de paupérrima diversidad ideológica.
La articulación de lo político: la Prudencia, de Goltzius, una virtud entre otras seis. La fórmula tradicional para tener éxito en política, determinada por Maquiavelo y, después, Gracián en los ss. XVI y XVII. Nosce te ipsum, pensaba Sócrates, conócete a ti mismo -reflejo del rostro-, pero también debe uno encriptar los proyectos y propósitos personales -antifaz posterior- para que los rivales no puedan descifrarlos. Esta deformación de la realidad está llegando actualmente a cualquier ministerio del gobierno.
¿Pero cómo se puede pensar tan puerilmente que se pueda gobernar y gestionar los propósitos y objetivos públicos si no sabe uno controlarse a sí mismo? Y cuando el que gobernaba y el que opositaba se enzarzaban en una pelea -que avergonzaría a cualquier alumno de Primaria, y había por ello una denuncia por insultos, por agravios o deshonor-, el juez dictaminaba que no había habido nada serio, justificándose al albur del “fragor de la batalla” del momento dialéctico y político. Como si el insulto y lo ilegítimo fuese dialéctico y político.
El voto, la superior arma en democracia, ante la que los dictadores y corruptos temen y recelan. El ciudadano es soberano y, aunque se equivoque, siempre tendrá grandeza su gesto de votar (Doc. Pavlovsky-Rapho).
El ciudadano nunca ha estado más concienciado de la res pública como ahora, pero los que han podido controlar el desmadre han dejado la arena política descarnada que da miedo verla, como las playas del Cantábrico batidas y golpeadas este mes por la fuerza de una mar salvaje y despiadada; han quedado sin arena, viéndose solo las rocas que estaban debajo, como un paisaje lunar. Al menos, la mar es natural. Nada se puede hacer ante sus embates; solo, respetarla.
Sin embargo, los ciudadanos ya no respetan a los políticos -siempre hablando en general- porque, suponiéndoseles racionales y representantes de la ciudadanía, dan visos de ser cavernícolas. Los votantes ya no quieren votar, se sienten engañados. Sí quieren participar para cambiar, al menos, su entorno, su medio más próximo, y para que sean bien gestionados sus dineros, su trabajo y su bienestar -el que los tenga-.
La mayoría es usted. Muchas veces, la desfachatez llega a la contradicción de que los mismos que solicitan el sufragio acusan a los votantes de ser tontos sin personalidad que no saben votar (Doc. Maltête-Rapho)
Tanto en la política como en la religión, sus voceros se han empeñado machaconamente en repetir los mismos latiguillos una y otra vez de hace dos siglos, en una espiral que no nos deja crecer ni ir más allá, sin evolucionar intelectualmente. Por favor, que nos dejen en paz. Se ha visto últimamente cómo el vecindario o las mareas son capaces de cambiar los rumbos y los tiempos de los políticos, lo cual en otros países europeos que no sean España hubieran hecho dimitir en cadena a un número impensable de representantes, con un poquito más de estilo y menos desvergüenza.
La justicia, totalmente, permite solo su correspondiente y esencial actuación, vigilante, necesaria y vital, que la asienta a pesar de cualquier dificultad, beligerancia o colisión, pese a cualquier discusión. Otra cosa es que esta vocación de equidad y rectitud puede derramarse y desbordarse en algunos ejemplos o causas en que la ciudadanía es batida y los desgobiernos, estremecidos por gruesas olas y consiguientes resacas (Secuencia del filme Sección especial, Costa Gavras, col. J. L. Passek).
Los muchos ataques y befas, sátiras, insultos, garrulerías, como maniobras y adulteraciones, son brutales. Pero en la calle, en los de a pie, también encontramos cantidad de insustancialidad, cicatería y mala intención, sin unos mínimos marcos de seguridad para ello. A una escasez de argumentaciones, aparece la ofensa que la reemplaza. Nos cerramos, falsificamos y viciamos para calumniar y difamar. Deberíamos, primero, tener respeto por el que piensa diferente -de ahí la bondad del librepensamiento-, y educación. Y huir siempre, por principios, de la tacañería intelectual, de la insuficiencia ética y de la indignidad, por decirlo de alguna manera.
One Response to El lenguaje trasnochado en la política