Crónicas de la piratería caribeña en los siglos XVI y XVII : Los filibusteros
Posted on 9 febrero, 2014 By Redaccion Historia, portada
Por Elena Bargues
De los intentos de asentamiento y de los barcos corsarios fueron quedándose hombres que encontraron atractivo el Caribe y sus posibilidades. Estos hombres, liberados de los intereses de sus países, buscaban su propia fortuna. Hacia 1630 intentaron instalarse en la isla de Tortuga, donde los bucaneros realizaban su comercio. Fueron desalojados hasta en tres ocasiones, aun así, siempre regresaban y se instalaron definitivamente en 1660.
Peculiaridades del filibustero.
Por lo general, estaban mejor armados que los españoles: cada hombre disponía de un fusil bucanero (bastante mejores que los arcabuces españoles) y dos pistolas, además de las armas blancas. Sus barcos no izaban bandera conocida; sino que cada capitán confeccionaba la suya propia, con temas preferentemente terroríficos. Cada barco tenía su “Ley de a bordo” que cumplían rigurosamente y el reparto del botín se realizaba bajo el concepto de la chasse-partie que consiste en porcentajes según el cargo que desempeña en el barco. Además contaban con un “seguro de accidente” según la herida o mutilación que sufriera el afectado.
Declive español y auge del filibusterismo.
España firmó la Paz de los Pirineos con Francia y un año después la Paz de Londres con Inglaterra. Incapaz de sufragar más guerras por el desgaste demográfico y económico que había soportado a lo largo de dos siglos, sumida en una tremenda crisis, perdió la hegemonía europea y comenzó el declive del imperio español.
A pesar de la paz firmada, tanto Francia como Inglaterra, conociendo la indefensión de las Indias Occidentales, favorecieron el filibusterismo en sus posesiones de Jamaica, Saint-Domingue y Tortuga. Esta vez no se trataba de corsarios, sino sencillamente de ofrecer puerto a los desarrapados, aventureros y soldados de las guerras europeas que iban llegando a aquellas latitudes, atraídos por historias doradas y botines fáciles.
La segunda mitad del siglo XVII fue la más cruenta, salvaje y desgarradora en cuanto a piratería se refiere. Las indefensas poblaciones caribeñas soportaron el acoso y las barbaridades del Olonés, filibustero con fama de caníbal de origen francés; Mansvelt y Morgan, ambos ingleses. La toma de Panamá por Morgan colmó la paciencia española que protestó por vía diplomática. Morgan fue conducido a Londres en 1672 para ser juzgado pero, al igual que sucedió con Drake, lo nombraron “sir” y lo enviaron a Jamaica como adjunto al gobernador (otra idea errónea: nunca fue gobernador, como hemos visto en las películas).
Reacción española.
En esta ocasión, la represalia española no dejó lugar a equívocos. En 1673 se legalizó el corso contra cualquier filibustero o barco inglés, permitiendo repartirse el botín, vender el barco apresado y las mercancías en cualquier puerto español sin pagar derechos. Sólo tenían la obligación de entregar los filibusteros prisioneros a las autoridades para ser colgados. Esta nueva política española dio enseguida sus frutos y en pocos meses se vendieron diecinueve barcos ingleses en los puertos españoles.
Quedó tan perjudicado el comercio inglés que el propio gobernador de Jamaica tuvo que adherirse a la persecución del filibusterismo, comenzando por negarles puerto en la isla que siempre los había acogido. El cinismo inglés alcanzó su punto álgido con Morgan al frente de las persecuciones. El gobernador Arteaga de Puerto Rico ahorcó a cuarenta filibusteros en un sólo día. En 1675 llegó una Cédula Real prohibiendo ahorcarlos ya que debían ser empleados en la construcción de las fortificaciones. Como siempre, las reacciones españolas no duraban mucho tiempo.
Las hazañas filibusteras de fines del siglo XVII.
El siglo terminó con tres nombres más: Granmont, francés, Laurent de Graff, flamenco, y Van Horn, holandés. En 1683, se reunieron el Petit-Goave y planificaron el asalto de Veracruz antes de la llegada de la flota, cuando la ciudad tuviera ya almacenada la plata. Fue una de las mayores concentraciones de piratas: trece naves y dos mil hombres. Éste sí que fue un pasaje propio de una película. Los filibusteros se retiraron con un botín de reyes a la isla de Sacrificios para repartírselo y Laurent de Graff y Van Horn se batieron en duelo a espada en el que el holandés quedó herido gravemente y murió.
La última actuación de envergadura, en la que participaron los filibusteros en conjunción con la Armada francesa enviada por Luís XIV, fue el asalto de Cartagena de Indias en 1697, el cual relato ampliamente en mi novela homónima.
Al concluir el siglo, los Hermanos de la Costa habían desaparecido completamente. En el siglo XVIII sonaron nombres como Edward Teach “Barbanegra”, Bartholomew Roberts, “Calico” Jack con Ann Boney y Mary Read, y el capitán Kidd, todos ingleses. Tenían como base la costa norteamericana, sólo contaban con su nave por lo que ya no podían asaltar ciudades, se limitaban a barcos aislados en alta mar y de cualquier nacionalidad. Éstos sí entrarían en el concepto de “piratas”.
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