Nubes de Bruselas
Por Salomé Rodríguez Hage
Nubes de Bruselas
[2012]
© del texto, Salomé Rodríguez Hage
© de la ilustración, Stefan Turk
Una mañana soleada un pingüino muy decidido se presentó en las dependencias del Ayuntamiento de Bruselas. Exigió hablar con el Ministro de Tormentas con el que se dio de bruces cuando salía apresuradamente de su despacho.
-¿Es usted el señor Ministro de Tormentas?
-Sí, sí pero ¡oh, lo siento! No puedo atenderle. Venga otro día. ¡Se ha desatado una repentina tormenta en la Rue Sainte-Catherine y vuelan por los aires farolas, ventanas, balcones, tejados…! –respondió trastornado el Ministro- ¡Tengo que darme prisa antes de que se lleve una de las torres de la iglesia!
-Me envía el científico Papanopoulus del Peloponeso –interrumpió el pingüino- No le voy a entretener mucho.
-¡Papanopoulus! –exclamó el Ministro- ¡Mi profesor de Tormentas! ¡Una eminencia en la materia! ¿Y para qué me requiere el profesor Papanopoulus?
-Nubes. Con unas pocas nubes de Bruselas será suficiente –respondió el pingüino.
-¡Oh, es un honor para mí y para mi ciudad que Papanopoulus nos pida nuestro tesoro más preciado! ¿Y para qué quiere nuestras nubes?
-Se trata de un experimento que nuestra eminencia, permítame decirle que también es mi profesor, quiere emprender –dijo el pingüino- un estudio sobre el cambio climático.
-¡Oh, sin duda será un estudio muy interesante! –exclamó el Ministro- Me pongo a su disposición, le facilitaré todo lo que necesite para sus experimentos.
-Entonces no hay nada más que hablar, señor Ministro –dijo el pingüino-. Debo irme enseguida. ¿Podría disponer ya de esas nubes?
-Por supuesto, por supuesto –dijo el Ministro entrando de nuevo en su despacho-. Venga conmigo.
El Ministro fue directo a su escritorio, sacó un bote de cristal y lo destapó dejando escapar un par de nubes que aterrizaron directamente en la cara del pingüino.
-¡Excelentes, magníficas! Compruebe usted mismo que no encontrará textura igual en todo el mundo –dijo- Tome, lleve este bote de nubes al profesor Papanopoulus y dígale que he escogido para él las de mejor calidad, la variedad de Ixelles, recién recogidas en la avenue Louise.
El pingüino apartó molesto las nubes de su rostro, cogió el bote de nubes y, dando las gracias, lo metió en su maletín.
-Yo mismo me encargaré de hacerle llegar puntualmente todos los informes del avance de la investigación. –concluyó.
-¡Oh, muchas gracias, será muy interesante! –se despidió el Ministro- Y ahora, si me permite, debo acudir sin demora a la place Sainte-Catherine.
El pingüino emprendió el camino de salida con la misma decisión con que había entrado sin darse cuenta de que la tormenta había llegado a la Grand Place… En la mismísima puerta del Ayuntamiento, una ráfaga de aire helado lo levantó por los aires y allí estuvo dando vueltas y más vueltas y chocando contra todas las cosas que volaban de un sitio para otro hasta que otra ráfaga lo plantó en el mismo centro de la plaza con tan mala fortuna que le cayó encima un chaparrón y lo dejó calado hasta los huesos.
De esta suerte y con la cabeza llena de chichones, se presentó esa misma tarde ante el profesor Paponopoulus.
-Las inclemencias del tiempo de Bruselas me han dejado de esta guisa pero he cumplido con mi deber. Aquí tiene las nubes, profesor –dijo solemnemente mientras rebuscaba en su maletín.
Claro que el pingüino decidido no se había dado cuenta de que el maletín se había abierto durante la tormenta en la Grand Place y las nubes se habían esfumado.
-¡No están en mi maletín! -el pingüino dio un respingo- ¡Juraría que las metí en este compartimento! ¡Estaban aquí, estaban aquí!
Papanopoulus abrió los ojos desmesuradamente y elevando el tono de voz lanzó colérico al pingüino toda clase de improperios:
-¡Fuera de aquí! Fuera de aquí! ¡Es usted un inepto y un inútil y un….!
-¡Oh, Eminencia! ¡Debió de ser la tormenta! ¡Debió de ser la tormenta! Ha sido un viaje tan accidentado… –se lamentaba el pingüino sin parar de estornudar por el resfriado que había pillado bajo el chaparrón– ¡achís!, ¡achís!…
-¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí! –repetía enfurecido el profesor Papanopoulus– ¡Desde ahora mismo queda usted fuera de la investigación!
El pingüino, sin pensarlo dos veces, se dispuso a salir cuando una ventana del laboratorio se abrió de golpe y entraron disparadas un montón de nubes de Bruselas.
Papanopoulus siguió gritando y gritando mientras las nubes lo envolvían y atrapaban en su interior.
Todavía hoy sigue protestando dentro de una bola de nubes y los gritos se oyen en todo el Peloponeso.
¿Y el pingüino decidido?
Pues ahora trabaja para el Ministro de Tormentas en la Grand Place y ha sido recientemente nombrado Secretario de Paisajes y Nubes de Bruselas.