Corredores anónimos
Por Sebastián González Mazas
Si usted se las da de ser humano y vive en alguna ciudad de esas donde el ruido del tráfico le impide escuchar su sonido interior es muy probable que, en alguna ocasión, se haya cruzado con alguno de esos sujetos que se dedican a correr de un sitio para otro sin rumbo aparente.
Desde hace algunos años el footing se ha convertido en una moda que no entiende de edades. Cada día, en las urbes del llamado “primer” mundo, hombres y mujeres de distinta clase y condición, ataviados con una indumentaria indicada para la práctica deportiva se lanzan a una carrera desenfrenada contra sus propios límites.
Por la mañana, por la tarde o por la noche. Cualquier momento es bueno para echarse unas saludables carrerillas sobre el asfalto. Cada cual ajustará su sesión diaria de footing en función de sus horarios personales. Correr se ha convertido para muchos en una necesidad.
Imelda Blanco, rata de alcantarilla que de vez en cuando abandona las cloacas para darse un garbeo por la ciudad, ya está muy familiarizada con el fenómeno del footing entre los humanos, sin embargo no por ello deja de hacerse preguntas:
– ¿Pero por qué corren?
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y con la excusa de que había bebido unas botellas de vino de más, dejé caer esta misma pregunta en uno de los bares que frecuento. Dionisio, uno de los parroquianos más longevos fue el único que se atrevió a responder:
– ¿Pues porque va a ser? Por miedo.
Le animé a que me razonase la respuesta, no sin antes invitarle a otra botella de vino.
– Está muy claro. Corren porque temen al sobrepeso, a la diabetes, a la hipertensión arterial, a las enfermedades cardiacas, a la atrofia muscular, en definitiva, temen a la muerte.
Entonces me acordé de aquella mítica película de Ridley Scott donde un fornido replicante le decía a un temeroso Harrison Ford que vivir con miedo es lo mismo que sentirte como un esclavo.
Por suerte en Burgos parece que la gente ha dejado de correr.