Vivir con Filosofía
Por José Antonio Ricondo
Al despertar en el bosque en medio del frío y la
oscuridad nocturnos había alargado la mano para
tocar al niño que dormía a su lado
(CORMAC McCARTHY, La carretera)
Aún no hemos llegado al holocausto nuclear, Dios nos libre, como le sucedió al protagonista de esa novela, un padre que con su hijo viajan en un panorama yermo y árido en todos los sentidos con el peligro de clanes de salvajes antropófagos, huyendo del norte y de la trémula y estremecedora congelación. ¿En qué parte de la historia comenzó a acordarse de que se le había distraído el bienestar?
Los sacrificios que llevamos soportando -algunos también en la carretera por los desahucios o pidiendo en las aceras frías y mojadas- en el país son pesados como una masacre. Y todo porque nuestros jefes tienen una afición, por ser aficionados, inconfundible y especial a transmutar lo corriente y lo público en algo irritante y duro, y lo original o extraordinario -que se ha visto a lo largo de los años que ha tenido éxito- en una pesada losa que hay que pulverizar.
Los presidentes de gobierno suelen ser alegres, marchosos, cuando tienen ese cometido o lo dejan de tener. Algunos se resisten tanto a dejar de estar en las primeras planas, que a la primera de cambio salen y salen y vuelven a salir, por no consentir que otro le sustituya y le quite aquel protagonismo que tuvo en su aquel, porque suelen ser graciosos y están tan ufanos de esa cualidad que ellos son los únicos que se ríen de sus gracias.
Ignoran que están desnudos de autoridad y que los demás se ríen al verles esa desnudez; nunca podrán entender por qué se ríen de ellos…, como en el conocido relato del rey desnudo. Porque carecen del diálogo terapéutico, de las historias cómicas y de burla, de las imágenes y alegorías, de las historietas gráficas, del humor y demás modos de pronunciarse nuestro hemisferio derecho, mucho más competentes y funcionales que las serias, severas y enfáticas definiciones que tiene el ser humano cuando se postula en unas posiciones y posturas falsas o equivocadas.
Vivir con filosofía, con ese estoicismo o entereza de espíritu para sobrellevar y aguantar los altibajos y las crisis con las que nos hacen encontrarnos a lo largo de nuestra vida. Porque, si los seres humanos estaban aprendiendo a pensar hacía ya 25.000 años y no solo se hacían las típicas preguntas en Filosofía -de donde venían, quiénes eran y a dónde iban-, sino que esas mismas preguntas eran respondidas bajo la libertad de la transformación de su realidad, qué nos hace pensar que la filosofía es algo contemplativo, anodino, y que limita la libertad innata de la transformación social.
Qué nos hace pensar que debamos aguantar inermes e inertes el que, en tan solo dos años, se nos hayan arrollado y atropellado derechos colectivos y, después de consagrarse en ese pequeño espacio de tiempo a reforzarse el sometimiento a la policía, pronto vamos a ser embestidos y arremetidos con una cercenadura nueva de los derechos y libertades fundamentales de la persona (Véase la viñeta Dilema moral, de Manel Fontdevila).
El jueves-28, por otra parte, el absolutismo del PP aprobó la malquerida LOMCE y, como todos los regímenes absolutistas, se quedó solo, siendo esta cartera ministerial la más importante en una democracia. Su portavoz en el Parlamento justificaba esa soledad con la mayoría absoluta que les habían otorgado las urnas.
¡Cuánto atrevimiento, cinismo y desvergüenza pueden caber en tan miserable argumento!, cuando es precisamente esta democracia representativa, nacida en el paso a la Edad Contemporánea, la que se imaginó y forjó para sortear e impedir este antimodelo de actos y operaciones.
La representación no puede violar y estrangular a la democracia. Porque el ejecutivo no puede contaminar de despotismo su representación ni pervertir la imagen y el estado esencial y fundamental de la política. El diseño del Parlamento y de las leyes y anteproyectos que aprueba nunca puede evitar guardar el equilibrio.
Prehistóricamente, los hombres se cuestionaban por qué las relaciones humanas eran tan asimétricas a veces, por qué aún persistía la vieja ley del más fuerte de sus antepasados o por qué eran tan respetados los magos y líderes espirituales de la caverna.
Comenzaron a preguntarse por la razón de la fiereza de ánimo, de la impiedad. Y también comenzó a preguntarse por los enunciados de las ventajas de la solidaridad y de la vida social. Estaban iniciando los rudimentos de la Filosofía. Y nosotros, cuando imaginamos cómo alcanzaríamos frenar y dificultar los desórdenes y abusos del poder, estamos haciendo filosofía.
Como ahora debe ser, comprendían básicamente una filosofía que entendiese e interpretase la educación, en primer lugar, de la caza, su importancia vital, su táctica invariable a tenor de sus consecuentes logros. Toda esa educación desvelaba en aquel hombre-niño en sus primeros balbuceos como hombre, y en los jóvenes del clan, verdaderos intermediarios en ese saber acrisolado por los aguerridos cazadores de enormes animales.
Todo ello lo iban digiriendo ambos y, al mismo tiempo, junto con los niños que les observaban, se iban maravillando y conmoviendo con dichas prácticas. Ese aprendizaje por descubrimiento más las dudas eficientes y ágiles en la propia acción les harían ponderar los pros y los contras sin demasiadas dificultades.
Finalmente, Cormac McCarthy acaba su libro con un párrafo que bien podría servir para un lúcido comentario de texto filosófico:
«Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos. Se retorcían, bruñidas y musculosas. En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio.»