¿Puede ser humano vivir sin belleza?
Por Duli Lavín
El hombre primitivo empezó a pintar sus cuevas, cubiertas las necesidades de comer, beber y cubrirse del frío. Se conocen armas, vestidos y adornos varios que así nos lo indican. En el período del Paleolítico Superior, nuestros antepasados utilizan unas técnicas sobre la piedra con cuyas grabaciones descubren cada vez unos ejemplares más perfectos y una mayor especialización. Más tarde, las pequeñas y delgadas hojas halladas, sus ralladores y cinceles nos dan cuenta de que habían comenzado a adquirir la fascinación y el milagro de la belleza.
Con el transcurso de los siglos, encontramos a privilegiados que escribieron obras imperecederas, a pintores, músicos, creadores de moda y coleccionistas, algunos de estos últimos ejercieron el mecenazgo y, gracias a ello, podemos disfrutar de las grandes obras, tanto en museos como en colecciones particulares.
El vacío interior del ser humano ha de ser compensado con belleza, y, para compensar ese vacío, una elección puede ser el misticismo de santa Teresa de Jesús o de san Juan de la Cruz, ejemplos de las religiones usuales. Fuera de estas, en otras creencias o religiones anteriores o simplemente distintas, sus fieles también se manifestaron de forma mística.
Hoy, en este convulso tiempo de información rápida, en donde las noticias nos ametrallan y nos encogen, reivindicar la belleza parece una necesidad para seguir sobreviviendo. El arte en todas sus formas, la contemplación y la búsqueda de lo sublime y lo perfecto son tan necesarios como siempre lo fueron y lo han sido.
Interior del Crystal Palace en Londres, de Joseph Pastón, durante la Gran Exposición.
Para ello no es preciso, sin embargo, ir a lo cerrado, a lo arcano para acercarse a la belleza. El susurro del viento, los aromas que nos regala y los colores con que nos deleita la naturaleza son también un recurso para los sentidos.
El recurso más antiguo, buscar la belleza donde se encuentre, es lo que hizo a los seres humanos más humanos, y es lo que nos puede salvar de la depresión moral y espiritual. Quizás haya sido William Wordsworth uno de los poetas que mejor ha descrito, en su Oda a la inmortalidad, esta necesidad, este sentimiento:
Aunque mis ojos ya no puedan ver
ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba;
aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos,
porque la belleza subsiste en
el recuerdo…
Y, en busca de ese momento bello, divino, conocidos creadores antepusieron su comodidad, e incluso su vida, por su pasión creativa.
Paul Gaugin deja su trabajo en bolsa para dedicarse a la pintura, pasando grandes necesidades.
Edgar Allan Poe muere en la miseria.
El eterno ingenio de Valle-Inclán le hace que no acabe de encontrar su lugar, un desahogo, cierta utilidad a lo que siempre seguirá buscando, la belleza.
Las obras de Charles Dickens son un pálido reflejo de su vida.
A Claude Monet, su familia le pasaba una pequeña e insuficiente pensión.
Modigliani murió temblando de frío y de hambre.
A la pobreza de Van Gogh la acompañó su enfermedad mental, desencadenada posiblemente debido a su pasión por pintar.
Las mujeres artistas tuvieron un plus. Algunas tuvieron que cambiar de nombre para poder publicar, las hermanas Brontë, Mary Sheley y su famoso Frankenstein, George Sand -en realidad, Aurore Dupin-, nuestra Fernán Caballero -seudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Larrea-, además de un largo etcétera.
Puede que Alejandro Dumas ponga el punto de inflexión cuando escribe
El arte necesita soledad, miseria o pasión.
Me inclino a pensar que el ser humano sufre y ha sufrido soledad y miseria también por su necesidad de buscar y crear belleza.
En cuanto a mí,
La Naturaleza acunó mis fantasías
y meció mis soledades
La busco, la encuentro y me maravillo.
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