Susan Sontag: «La literatura es el pasaporte de entrada a una vida más amplia; es decir, a un territorio libre.»
Photographe © Annie Leibovitz.
¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos un rato?, pregunta Susan Sontag, implicando que literatura es el instrumento más poderoso del alivio y la empatía.
Susan Sontag fue una escritora excepcional y a la vez una implacable “embajadora intelectual”. Ella, quien creía en la vida privada y en las listas, mientras que repudiaba a personajes como Ezra Pound y a Robert Frost, alguna vez reflexionó sobre aquello le dio herramientas para la vida misma: la lectura. Al igual que Tolstoi pensaba del arte, Sontag consideraba el papel de la literatura como algo que nos libera de nuestras limitaciones inmediatas y nos ancla en una realidad más vasta. En pocas palabras, es un instrumento que nos permite llorar por aquellos que no somos nosotros y no son los nuestros, confeccionando así un prístino canal de empatía.
En 2003, poco antes de su muerte, Sontag recibió el prestigioso premio Friedenspreis, el Premio de la Paz de los Editores y Libreros alemanes. En su discurso de aceptación, titulado “Literatura y libertad”, la escritora habla sobre la esencia de la literatura, y sobre por qué esta es imprescindible para la libertad.
Una de las tareas de la literatura es formular preguntas y elaborar afirmaciones contrarias a las beaterías reinantes. E incluso cuando el arte no es contestatario, las artes tienden a la oposición. La literatura es diálogo, respuesta. La literatura puede definirse como la historia de la respuesta humana a lo que está vivo o moribundo a medida que las culturas se desarrollan y relacionan unas con otras. Los escritores algo pueden hacer para combatir esos lugares comunes de nuestra alteridad, nuestra diferencia, pues los escritores son hacedores, no sólo transmisores, de mitos. La literatura no sólo ofrece mitos, sino contra-mitos, al igual que la vida ofrece contra-experiencias: experiencias que confunden lo que creías creer, sentir o pensar.
Un escritor es alguien que presta atención al mundo. Eso significa que intentamos comprender, asimilar, relacionarnos con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos -volviéndonos cínicos o superficiales- al comprenderlo.
La literatura nos puede contar cómo es el mundo. La literatura puede ofrecer modelos y legar profundos conocimientos encarnados en el lenguaje, en la narrativa. La literatura puede adiestrar y ejercitar nuestra capacidad para llorar a los que no somos nosotros o no son los nuestros.
¿Qué seríamos si no pudiéramos sentir simpatía por quienes no somos nosotros o no son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos un rato? ¿Qué seríamos si no pudiéramos aprender? ¿Perdonar? ¿Volvernos algo diferente de lo que somos?
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La disponibilidad de la literatura, de la literatura mundial, permitía escapar de la prisión de la vanidad nacional, del filisteísmo, del provincianismo forzoso, de la inanidad educativa, de los destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura era el pasaporte de entrada a una vida más amplia; es decir, a un territorio libre.
La literatura era la libertad. Y sobre todo en una época en que los valores de la lectura y la introspección se cuestionan con tenacidad, la literatura es la libertad.