Rostros que vuelven del pasado
Por Pablo Corso
El hallazgo en Buenos Aires de Moi sin, segundo film de Evgueni Cherviakov, ha sido una de las noticias más importantes para el cine ruso en los últimos 50 años. Una historia de olvidos, búsquedas impulsada por la pasión.
La película era de 1928 y duraba una hora. Se llamó Moi sin en ruso y My son en inglés, pero alguien decidió que fuera El hijo del otro en Argentina. Ocho décadas después, la justicia poética reparó la injusticia idiomática. Los especialistas Fernando Martín Peña y Paula Félix-Didier encontraron en 2008 una serie de joyas ocultas en el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken de Buenos Aires, todas ellas pertenecientes a la colección de películas del crítico y productor Manuel Peña Rodríguez, que habían acumulado polvo hasta caer en el olvido.
La noticia que recorrió la prensa mundial fue la aparición de la copia completa del clásico Metrópolis (Fritz Lang, 1927), con media hora de metraje que se creía perdida. Los descubridores viajaron, mostraron las imágenes y contaron la trama que sostuvo el hallazgo: Peña Rodríguez había dejado su colección privada en manos del Fondo Nacional de las Artes, un organismo público al que le debía dinero. Con el paso del tiempo, las cintas se fueron perdiendo en distintos archivos, sin que nadie se preocupara por saber qué contenían.
El coleccionista Peña y Félix-Didier, directora del museo, pasaron meses revisando el desorden. Las latas sólo tenían títulos arbitrarios, que no ayudaban demasiado. Pero cuando leyó El hijo del otro, Peña sintió curiosidad. Tomó los cinco rollos de negativos de 16 milímetros y encendió el proyector. El soporte estaba deteriorado (los originales eran nitratos de 35 mm.) pero la historia se había conservado: una mujer sale del hospital con su bebé recién nacido y anuncia al marido que el niño no es suyo. Lo que sigue es sencillo y potente, una sucesión de primeros planos de un hombre atrapado en sus emociones encontradas y una mujer obsesionada con el bienestar del niño.
Cuando vio esos rostros, algo se encendió en la memoria de Peña: aquella madre abnegada no era otra que la estrella ucraniana Anna Sten, que saltó a Hollywood en los 30. Entonces envió una copia en DVD a Piotr Bagrov, investigador del Gosfilmofond, el organismo que gestiona los archivos del cine soviético. La respuesta fue entusiasta. Aquellas imágenes correspondían a la segunda y más importante producción de Evgueni Cherviakov (1899–1942), un director cuya obra se creía completamente perdida. Aunque faltaban dos rollos y el distribuidor local había cambiado intertítulos “para adaptarlo al gusto argentino”, el hallazgo conectaba con el pasado y con el futuro de una forma inesperada.
Peña, Félix-Didier y Bagrov reconstruyeron la historia. Supieron que Moi sinhabía tenido un éxito relativo en Buenos Aires, pero que en Rusia y Alemania había recibido grandes elogios del público y la crítica. El hallazgo podía considerarse el más importante en 50 años para el cine soviético. Era la oportunidad de redescubrir a Cherviakov, cuyas “películas fueron proclamadas un modelo en los años 1928 y 1929, el pico del cine soviético mudo”, según escribió Bagrov, que además rescató escritos del propio cineasta. “Mi tarea principal es mostrar la ira, el amor, la desesperanza, los celos -contaba el director-. Ese complejo de fenómenos emocionales llamado ‘pasiones humanas’, por fuera de cualquier accesorio histórico, cotidiano o laboral”.
En Moi sin, explicó Cherviakov, “no hay objetos, masas, paisajes hermosos ni trucos de montaje elaborados, sino personas. Un choque psicológico entre dos personas actuales y comunes, en un ambiente aburrido y gris, entre otras personas igualmente ordinarias, con todas sus virtudes y defectos”. Gran representante del cine subjetivo, el hombre nacido en el pueblo de Abdulino consideraba al rostro humano “el verdadero centro de cualquier film poético” y “el más perfecto ‘instrumento’ de producción”. Por eso Moi sin apostaba por los primeros planos para conmover al espectador de cine mudo. Con nadie mejor que Sten, “una actriz autosuficiente, inteligente y con mucha fuerza de voluntad”, como la recordó su coprotagonista, Gennadii Michurin.
La vuelta a la vida de Moi sin debería revalorizar ese legado. Mientras espera una restauración completa, Bagrov la difunde cada vez que puede. Ya se exhibió en el Festival de cine mudo de Pordedone, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires y en distintas escuelas de Moscú y San Petersburgo. Además tuvo difusión en la televisión rusa y el año pasado se estrenó un documental sobre el director, Propavshie litsa (Rostros desaparecidos).
“Cherviakov y Moi sin regresan a la historia del cine ruso”, celebra Bagrov. Desde que se conoció el hallazgo, el Gosfilmofond lleva adelante una campaña para encontrar otras películas soviéticas perdidas por el mundo. La minuciosidad y la constancia tienen premio: Bagrov y su equipo ya hallaron varias tomas de la hasta entonces desaparecida Devushkas Dalyokoy Reki (La chica del río distante, 1927). Hay motivos para celebrar: el mundo puede redescubrir al hombre que vivió para mostrar el rostro de la pasión humana.
Fuente: Rusia Hoy