El cerebro: una máquina de fabricar alucinaciones


En Alucinaciones, el escritor y neurólogo británico Oliver Sacks despliega -con ejemplos provenientes de su experiencia clínica pero también de la literatura y las tradiciones culturales- los alcances de esas percepciones nacidas en el cerebro que son confundidas con la realidad.

 

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Desde el siglo XVI cuando la palabra significaba «una mente que divaga» a estos días -en que el célebre médico afirma que «no siempre resulta fácil discernir dónde se halla la frontera entre la alucinación, la percepción errónea y la ilusión»- el estudio del cerebro ha permitido rastrear el origen de apariciones diversas, voces que se escuchan y olores misteriosos.

Sacks explica cómo nuestra comprensión de este fenómeno, que puede ser visual, olfativo o auditivo, ha aumentado enormemente en las últimas décadas: «Ello se debe sobre todo a nuestra capacidad para producir imágenes cerebrales y observar sus actividades eléctricas o metabólicas mientras las personas alucinan».

«Dichas técnicas -prosigue- junto con estudios con electrodos implantados (en pacientes con epilepsia intratable que precisan intervención quirúrgica), nos han permitido definir qué partes del cerebro son responsables de los distintos tipos de alucinaciones».

El autor de Los ojos de la muerteViaje a Oaxaca, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte y Despertares, entre otros libros, se pregunta «hasta qué punto las experiencias alucinatorias han dado lugar a nuestro arte, nuestro folclore e incluso nuestra religión».

Una lectura detallada de cada capítulo nos lleva a poner entre paréntesis la existencia de elfos, duendes, extraterrestres, fantasmas, presencias sobrenaturales, todo ese universo fantástico que, según sus investigaciones, son proyectados por nuestra propia mente, producto de una enfermedad, un cansancio extremo, la ceguera o la monotonía de un paisaje, entre otras razones.

En el primer capítulo del libro, publicado por Anagrama, el neurólogo describe a personas ciegas que padecen el síndrome de Charles Bonnet (naturalista suizo del siglo XVIII) por el cual al perder el mundo visual primario, la percepción, al menos en parte, ganan un mundo visual secundario compuesto de alucinaciones, en su mayoría agradables.

«El cerebro necesita no sólo recibir percepciones, sino también un cambio perceptivo, y la ausencia de cualquier cambio podría provocar no sólo lapsus de despertar y atención, sino aberraciones perceptivas», indica sobre el llamado `cine del preso`.

Una serie de «alucinaciones variadas y de vivos colores que parecen consolar o atormentar a los que permanecen aislados o a oscuras«: viajeros, exploradores polares, pilotos que vuelan durante horas en un cielo vacío o camioneros en rutas interminables son proclives a ver diversas imágenes.

No solamente la gente que padece esquizofrenia escucha voces, «por el contrario, las voces alucinatorias que oyen las personas `normales` a menudo no tienen nada de particular», asegura Sacks.

En otro capítulo, el profesor de Neurología en la Universidad de Columbia (Estados Unidos) reflexiona acerca de cómo el ser humano «busca a veces algo que relaje sus inhibiciones o facilite sus vínculos con los demás, o éxtasis que nos hagan más fácil de soportar nuestra conciencia del tiempo y de la muerte».

«Algunos pueden alcanzar estos estados por la meditación -considera- pero las drogas ofrecen un atajo; prometen una trascendencia a la que puede acceder cualquiera. Estos atajos son posibles porque ciertas sustancias químicas son capaces de estimular directamente muchas funciones cerebrales complejas».

Saks habla de clásicos (Confesiones de un comedor de opio inglés de De Quincey y Los paraísos artificiales de Baudelaire), dice de ritos chamánicos y religiosos, del mezcal o peyote -utilizado en ciertas tradiciones nativoamericanas-, del LSD, los hongos psilocibios y las semillas de don diego.

Y concluye que los efectos pueden ser diversos, aunque «no obstante, ciertas categorías de distorsión perceptiva y experiencia alucinatoria pueden considerarse hasta cierto punto, típicas de la reacción de cerebro a esas drogas».

«Jugaba en el jardín cuando un resplandor apareció a mi izquierda, con un brillo deslumbrante. Se expandió, se convirtió en un enorme arco que iba del suelo al cielo, con los bordes nítidos, relucientes, zigzagueantes y con unos brillantes colores azul y naranja», cuenta Sacks uno de sus primeros ataques de migraña cuando era un niño.

«Sabemos que Lewis Carrol sufría migrañas clásicas», dice, y  algunos investigadores han sugerido que sus experiencias con la migraña posiblemente inspiraron las extrañas alteraciones de forma y tamaño de Alicia en el país de las Maravillas.

Otras alucinaciones por la migraña, pueden responder no a la memoria ni a la experiencia personal, sino a que se construyen «a partir de la mismísima arquitectura de los sistemas visuales del cerebro».

La epilepsia, considerada una enfermedad sagrada, un trastorno de inspiración divina, es abordado por el neurólogo en un capítulo, donde los casos de alucinaciones se multiplican y difieren entre sí. No deja de lado la mención a figuras históricas como Juana de Arco que «pudo haber padecido epilepsia de lóbulo temporal con auras extáticas».

«Los ataques extáticos sacuden los cimientos de nuestra fe (…) -escribe-. Y la universalidad de los fervorosos sentimientos místicos y religiosos -esa idea de lo sagrado- en todas las culturas sugiere que podrían tener una base biológica; al igual que la percepción estética, podrían formar parte de nuestro patrimonio humano».

Los amigos imaginarios de los niños «pueden parecer intensamente reales, apunta al explicar la dificultad de encajar nuestras categorías adultas de `realidad` o `imaginación` en los pensamientos y juegos de los niños». Al otro extremo de la vida, contrapone, «hay un tipo especial de alucinación que suele acompañar a la muerte o al presentimiento de la muerte».

Las historias de Sacks nos sacan de nuestras estructuradas percepciones para ponernos en contacto con las posibilidades ilimitadas de nuestro cerebro que espiamos por esas ventanas que nos abre el azar, la enfermedad, u otros estados alterados de la conciencia.

Fuente: Télam

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