Neurosexismo
Las mujeres son inferiores a los hombres en las capacidades intelectuales, son más emocionales, menos lógicas, pésimas en matemáticas y ciencias, y de plano, más adecuadas para trabajos que requieran habilidades y destrezas en los dedos. Para compensar, son superiores a los hombres estableciendo relaciones guiadas por su alto grado de empatía.
Así se ha pensado desde tiempos inmemoriales. Las razones invocadas han ido desde cerebros más pequeños, lóbulos frontales más grandes, dominio del hemisferio izquierdo, mucho estrógeno o baja cantidad de testosterona.
Hoy nos sorprendemos mirando a los esfuerzos hechos por los científicos del siglo XIX, pesando, cortando, separando y disectando cerebros, para encontrar las razones anatómicas precisas de la supuesta inferioridad cerebral femenina.
Qué tanto más científicos o menos sesgados somos ahora, con los escáners, los aparatos de resonancia magnética funcional y las mediciones precisas de los niveles hormonales. Los científicos de hoy, pensamos, no deberían cometer los mismos errores metodológicos, como el no tener un grupo control o conocer de antemano el sexo del cerebro que están analizando.
Cuando se sigue de cerca el desarrollo que han tenido algunos estudios de la ciencia contemporánea para explicar el papel de esas diferencias, se encuentra un número de vacíos, inconsistencias, metodologías pobres que refuerzan la idea de que se sigue anclados al pasado si se trata de explicar de manera objetiva las diferencias que sí existen en los cerebros masculino y femenino, con un sesgo pronunciado a afirmar los mismos y viejos estereotipos: las mujeres son emocionales y los hombres racionales, pasando por encima de lo que la cultura, la educación y el entorno social pueden y deben moldear.
Mucho se ha dicho y escrito que el cerebro masculino usa más un hemisferio para ciertas funciones como las habilidades verbales, mientras que las mujeres, por tener el cuerpo calloso más grande, usan los dos hemisferios y que por eso pueden establecer comunicaciones en sus propios cerebros y por supuesto, con los demás. Pero resulta que ni un tamaño del cuerpo calloso distinto entre hombres y mujeres, ni uso de un solo hemisferio, ni habilidades verbales mejores derivadas de diferencias anatómicas entre los sexos han podido ser demostrados.
Y entonces? Serán las hormonas?
Claro que las hormonas cumplen un papel fundamental en el dimorfismo sexual, tanto desde la vida fetal hasta el final del período reproductivo. Existe un caso ya famoso de un niño que a los siete meses tuvo sus órganos sexuales extirpados después de una circuncisión fallida. Sus padres lo criaron como niña hasta que, llegada la pubertad, se volvió evidente que era un niño, que siempre había sido un niño. Sin embargo, el papel que cumplen las hormonas se llena de vacíos e inconsistencias cuando se les atribuye funciones que van más allá de su terreno.
Siendo el cerebro humano el órgano maestro del cuerpo, lugar donde se procesa y elabora toda la información que se traduce en emociones, sentimientos, comportamientos, el trato dado a teorías vestidas con el ropaje nuevo de la neurobiología pero con el mismo cuerpo primitivo que ve a hombres y mujeres con diferencias innatas, perennes, no moldeables, debe ser contundente y esclarecedor. Es la educación, lo que se enseña a los niños desde el inicio de sus vidas lo que permitirá formar hombres y mujeres fuertes y con habilidades para cualquier actividad intelectual.
La neurobiología es una de las más completas y poderosas herramientas de la ciencia contemporánea, pero, en manos de seudocientíficos se vuelve más bien peligrosa.
Los investigadores empeñados en demostrar la existencia de cerebros masculinos y femeninos cambian el foco, usan tecnologías de punta pero están al final cultivando y alimentando el neurosexismo.
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