La visita low cost

 

Cuando llegan te emocionas y cuando se marchan lo celebras.

 

Por Lilián Pallares

 

LilianPallares-1Tocan al timbre, dos, tres veces, de antemano sabes quién es; mientras sube las escaleras aprovechas y das los últimos retoques de limpieza, todo está perfecto, abres la puerta, sonríes, las miradas se encuentran: es tu esperada visita que viene de vacaciones.

Para tu visitante es urgente desprenderse no sólo de sus equipajes sino del peso emocional de lo que ha supuesto el viaje low cost.  Pese a ello, tu mayor deseo es enseñarle la habitación en la que va a dormir-que por cierto, decoraste con buen gusto y entusiasmo- y esperar con ansias a que te diga  “¡Qué bella, qué acogedora!”,  pero tu huésped prefiere enfocarse en su odisea y no en la tuya.

Decides pasar por alto esos detalles y continuar sumergida en ese insuperable estado de felicidad, porque después de tanto tiempo vas a volver a compartir momentos inolvidables, tienen tanto de qué hablar, tanto que recordar y tanto, tanto, tanto le quieres que el cariño borra cualquier despiste, cualquier pequeñez.

A la mañana siguiente, después de haber compartido un desayuno bajo en calorías, comienza la aventura: estás listo para caminar y enseñarle la ciudad, los lugares representativos, los monumentos, los árboles, las fuentes con y sin agua, la gastronomía, sus habitantes y hasta esos espacios de dudosa reputación para la oficina de turismo.  Este trayecto lo has hecho infinidad de veces, pero con tu visitante las calles son  distintas, todo es más bonito, no importa el frío, la lluvia ni la huelga de basuras. Cada momento es digno de una foto para el facebook, todo vale la pena, inclusive tus agujetas y que suban indiscriminadamente el precio del transporte público.

La situación comienza a ponerse tensa cuando aparte de estar agotadísimo compruebas que tu visitante está convencido de que tu casa es un hotel low cost. De golpe ves como esa preciosa habitación decorada con velas e incienso se transforma en una chabola maloliente, la cocina en una galería de platos sucios, la nevera en un vacío sin hielo, tu billetera igualmente; hay manchas de pasta dental en el espejo del baño, pelos en la bañera, camisetas usadas sobre el sofá donde bebes en riguroso silencio el café de la mañana, los zapatos que compró al 70% de descuento sobre la mesa de centro, etc, etc, etc… Todo eso te revienta por dentro porque además de haber hecho un esfuerzo económico para poder sostener el trajín que implica vacacionar en tu misma ciudad, también tienes que sacar fuerzas para recoger y limpiar. ¡Respira! que todavía te quedan unos cuantos días.

 

olsen_boceto-de-lilianIlustración: Charles Olsen

 

(Aunque parezca increíble, basta con que te propongas ser más tolerante, más comprensivo, menos irritable, para que el universo te ponga a prueba. Es entonces cuando aparece la visita para recordártelo).

Como adulto que eres intentas superar estas contrariedades por medio del diálogo, pero tu visitante se ofende y entre lágrimas te dice que ya no eres el mismo, que el cambio de país te ha sentado fatal y lo más doloroso es que te has convertido en un amargado maniático compulsivo.  Durante el fusilamiento haces otro paréntesis y piensas que es muy probable que te haya poseído ese ser maniático, una especie de monstruo de ojos cuadrados cuyas huellas se esparcen peligrosamente por toda la casa.

Después de un mutuo y prolongado silencio te vas a la cama y te replanteas profundamente tu existencia, notas cómo la distancia les hace parecer distintos, los protege del acercamiento, de las heridas ocultas. Es obvio que tu visitante y tú son un espejo en el que no quieren mirarse, tal vez porque no soportan lo que se revela. Es aterrador descubrirse en el otro, pero me atrevo a afirmar que es el camino más seguro para reconocerse sin costo alguno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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