SUEÑOS
Por Augusto Munaro
La primera y más legítima impresión que se tiene al leer Sueños, del suizo Robert Walser (1878-1956), es la de un autor complejo dueño de una escritura sencilla. El presente volumen traducido del alemán por Rosa Pilar Blanco que reúne más de un centenar de textos en prosa, así como relatos y fragmentos publicados por primera vez en libro, oficia de muestrario cabal de su particular estilo narrativo. Elaborado durante sus años en Biel (1913-1920), el libro transita por numerosos temas walserianos: la niñez, la naturaleza, las primeras lecturas, el amor, lo caricaturesco, -inclusive- el fracaso y el suicidio. Todos tópicos que expone a través de una trabajosa simplicidad. Es una prosa elegantemente fluida y apenas descuidada, recubierta –a su vez- por una leve ironía. El tono con que narra es casi siempre el mismo: nítido, neutral, apacible y gentil.
Walser con extremo recato eleva la forma narrativa breve a un plano superior. Alejado del concepto tradicional del narrador que ordena, dispone y comenta; su talento descriptivo yace principalmente en el arte de la fuga, poniendo su atención en lo minúsculo (lo suyo es lo ínfimo). Así se encarna en mil figuras y entona innumerables voces, aunque sin jamás revelar su verdadero pensamiento. Existen reflexiones filosóficas, pero, amalgamadas en una prosa poética donde impera la libertad como el mayor valor interior del hombre, la esencia íntima del ser. Sugiere, casi al pasar y con descuido, el despojamiento de los bienes, para así alcanzar una escritura despersonalizada.
Ese individualismo radical que figura en su obra se limita a evocar las aventuras del vagabundeo, narradas con un espíritu alegre y optimista. Cada una de sus páginas irradia complacencia ante esa independencia de todos y de todo. Un alegre inconformismo hacia la burguesía, como acontece contrariamente con Charles Dickens o Jane Austen. Pues, es lícito afirmar aquí que no escribía para entretener, es decir, llenar páginas hedónicas siguiendo un fin pasatista. Prevalece, encambio, un continuo fluir del presente ahistórico, como fogonazos de claridad que nos obligan a apresiar lo minúsculo e irrisorio. Así, Walser no resalta los problemas sociales y morales del hombre; los esquiva. Esto ocurre ejemplarmente en esta colección de escritos, como también en su gran tríptico novelístico: Los hermanos Tanner (Geschwister Tanner), El ayudante (Der Gehülfe) y Jakob von Gunten, tres ficciones sólidas a las que debe mayoritariamente su fama. Pero en estos textos, quizás más que en ningún otro, Walser disfruta de la belleza de las cosas mínimas y cotidianas, poniendo en absurdo -aunque muy ligeramente- las convenciones de la modernidad. Sin embargo no condena a la sociedad, sólo le da la espalda, atenuándo o silenciándo las graves y desagradables transformaciones socio-económicas de la época. Se refiere a las costumbres colectivas, sí, pero casi de modo accidental, y cuando lo hace, interpone siempre la imperturbable serenidad del protagonista.
Así es como en los textos de Sueños, su mirada se conserva como espectador pasivo y rara vez como un actor. Sus personajes están casi siempre conformes y encantados, dichosos de deambular por la vida sin esperar nada a cambio. Desinteresados, carecen de ilusiones y precisamente por ello son dichosos. No parecen precisar de nada, –inclusive- ni siquiera del amor. Pues para Walser, el modo convencional de amar es absurdo. Querer a alguien no depende en absoluto de la correspondencia, puesto que amar es más relevante que ser amado. Una flor, un cielo despejado o un río, inspiran la misma belleza que una muchacha. Se manifiesta entonces, un amor mundi que lo abarca todo, desde una imperceptible piedra hasta la idea más pura y alta de Dios. En ese sentido, su obra es el testimonio de un hombre satisfecho, que al no padecer ninguna necesidad, sólo escribe con el deleite y benevolencia de un ser profundamente feliz.
Hay una gran simpatía y compasión detrás de esta observación descentrada. Se trata de un estilo basado en una mirada desnuda de intensiones. Para Walser, el mero hecho de vivir es sobrado motivo para escribir. Celebra la existencia, viviéndola y escribiendo en consecuencia a ese principio fundamental: el considerar la vida como la mayor de las maravillas. Profesando ese culto por lo efímero, construyó una prosa espiritual donde sin importar qué acontecimiento se narre, por más cotidiano y banal que pueda parecer, merecía ser relatado.
La edición cuenta además con una cronología y un epílogo firmado por Jochen Greven.
SUEÑOS
Robert WALSER
Editorial Siruela
Madrid, España. 2012. (368 Págs.)