Albufera de Valencia, nostalgia de un tiempo pasado
Por Cristina Yuste
La crisis ambiental que golpeó a la Albufera valenciana en los años 60 le sumió en un estado de aturdimiento del que hoy aún trata de despertar y, aunque apenas 10 kilómetros separan a Valencia de este humedal, no son pocos quienes desconocen este espacio protegido por la Red Natura 2000.
Ecosistema enfermo, su recuperación pasa sin duda por volver a tiempos anteriores a esa década de la que aún dan buena cuenta los grandes bloques de apartamentos en los límites del parque o el verde opaco sobre las aguas de la laguna, antaño cristalina y hasta potable.
Parque Natural desde 1986, Zona de Especial Protección para las Aves, Lugar de Interés Comunitario y Zona de Especial Conservación, es, además, uno de los ejemplos más claros de interacción entre hombre y naturaleza, de aprovechamiento humano de los recursos, de sintonía y de necesidad de conservar ambas caras de la moneda.
Pero en la Albufera de Valencia, la conservación pasa primero por la recuperación, por devolver este espacio a su estado original en la medida de lo posible, y eso obliga a mirar a tiempos previos a la gran explosión urbanística e industrial de los 60.
Una recuperación lenta y difícil que pide pasos firmes que atiendan a los intereses de todos, una filosofía que abrazan ecologistas y administración en un antiguo arrozal hoy convertido en proyecto piloto para luchar en tres frentes: la recuperación de las aguas, de los hábitats y del uso público.
Se trata del Tancat de la Pipa, en pleno corazón del parque, propiedad de la Confederación Hidrográfica del Júcar, donde dos ONG, SEO/BirdLife y Acció Ecologista Agró, se encargan de su gestión mediante un acuerdo de custodia y cuyo centro de interpretación ha recibido más de 20.000 visitantes desde que abrió en 2009.
El acceso a pie por los paseos construidos sobre el humedal transmite la esencia de la Albufera, agua y vegetación, tesoro para las aves acuáticas; aquí han vuelto a nidificar dos especies emblemáticas y antaño bien asentadas, cuyas poblaciones mermaron hasta casi desaparecer, el pato colorado y la focha común.
Ambas vuelven a encontrar refugio y alimento, fruto del esfuerzo de las ONG, porque, como explica el delegado de SEO/BirdLife en Valencia, Mario Giménez, se trata de restaurar el hábitat empezando por recuperar el agua.
La ausencia de plantas subacuáticas o macrófitas había dejado sin refugio a los macroinvertebrados, sin alimento, por tanto, a los pollos de muchas anátidas y sin lugar donde guarecerse ni sustento vegetal a los adultos. Recuperar la calidad de las aguas es sinónimo de vida en este lugar, tan dependiente del líquido elemento.
Y, como en todos los espacios merecedores de pertenecer a la Red Natura 2000, un correcto plan de gestión pasa por reconocer el valor de la presencia humana y el uso sostenible de los recursos: el cultivo del arroz, ligado íntimamente al humedal, la pesca, el turismo o la gastronomía.
Voro y Vicent, que regentan una empresa de alquiler de barcas para paseo, valoran el lado positivo de la conservación y sienten nostalgia cuando recuerdan la relación con la Albufera cuando eran niños; “el agua se podía hasta beber”, dicen.
Hoy, gracias a la divulgación de otros valores de este enorme humedal, muchos turistas quieren saber acerca de las especies que viven en él, razón por la cual los paseos en sus barcas tienen un toque de educación ambiental.
Jorge es dueño de un restaurante en El Palmar, pequeña localidad de pescadores hoy volcada de lleno al turismo gastronómico, pero considera que aquí hay mucho más que enseñar y por eso ha restaurado una trilladora, en la que explica cómo se recogía el arroz, cómo se transportaba, como se trillaba o cómo se secaba.
Es mucho, por tanto, lo que la Albufera de Valencia encierra en sus 21.000 hectáreas, pero es mucho mayor aún su potencial. Por eso, sus gentes reclaman mayor implicación de las administraciones para poner en valor este gran ecosistema. EFEAGRO