Bodas diversas y amores Queer de Coral Herrera Gómez

Por Israel Sánchez

 

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No soy la persona indicada para reseñar libro alguno. Por eso, hacerlo con la última obra de Coral parece un propósito especialmente descabellado.

Y no sólo porque nuestros proyectos presenten, a primera vista, una declaración de intenciones tan contrapuesta (ella, “especialista en amor”, comprometida con la depuración de este sentimiento, o este fenómeno, o esta cosa, que el patriarcado ha lastrado con su carga opresiva hasta su más espantosa degeneración. Yo, “contra el amor”, detractor convencido del mismo en todas sus formas, antagonista del amor dispuesto a no concederle resquicio de supervivencia alguno), sino porque la creación de Coral no es un producto para ser juzgado.

En Bodas Diversas y Amores Queer (2013), Coral Herrera Gómez (Madrid, doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual, especializada en Teoría de Género) vuelve su mirada feminista y postidentitaria sobre sí misma. Abandonando el género del ensayo, de la afirmación, de la tesis, al que se había entregado en La Construcción Sociocultural del Amor Romántico, y Más Allá de las Etiquetas, definidas ya tanto su postura como su aportación, decide convertirse en su propio objeto de estudio y aplicar sobre sí misma un catalejo de largo alcance; el único capaz de cubrir la distancia entre la teórica pública y la persona privada que es su propia lectora y que adapta su pensamiento a esa orografía vasta y llena de matices llamada “vida”.

Coral entra así en el terreno de la observación, y como buena investigadora ofrece su testimonio tan intacto y cristalino como le es posible, listo para ser presenciado por un lector que se ve convertido en compañero de quien, hasta hoy, había sido silencioso interlocutor.

No hay, por lo tanto, pertinencia de juicio alguno, y Coral no distorsiona sus relatos con ello. A quien se lo pareciere descubrirá, si analiza con detenimiento, que lo que asemejan juicios son sólo recordatorios, citas, autorreferencias que nos ofrecen piedras miliares para no perdernos en lo biográfico. Se nos recuerda dónde estamos, el porqué de nuestra invitación a estos momentos, ayudándonos así a permanecer sensibles a los matices más sutiles de aquello que contemplamos.

Porque el verdadero tema del libro son esos matices.

Coral es una reformadora y, como tal, quiere que descubramos en el monstruo la espina cuya extracción lo transformará en bestia amigable, y que nos permitirá disfrutar, perdido el temor, de toda la grandeza de su huesped.

Así, se deja arrastrar al corazón de la máquina, a la ceremonia consagrante de la perdición, y disfruta de su magnetismo, de su fuerza telúrica capaz de hacer resonar en los rincones condenados del inconsciente un bramido de deseo. Desde dentro mismo del sacramento, Coral confía en su poder testimonial, en su capacidad para resucitar a la ensayista allí donde la esposa ha renacido con toda la fuerza de la institución centenaria. Coral busca disfrutar del despliegue de esta fuerza, que es la suya propia, desde la privilegiada atalaya de la concienciación.

Y es que la construcción de la ausencia de género sólo puede ser así: encontrando el modo de dejar expresarse a nuestra voluntad para que nos cuente “con el corazón en la mano”, qué género alberga, en extensión y en intensidad, en residuo o en esperanza.

Mediante este procedimiento consigue caminar libremente por sus sueños. Ése es el espíritu que emana del libro: La autora ha conseguido confeccionarse un sueño ideal por el que transitar en pleno uso de sus despiertas facultades. Cada boda de la que Coral nos hace testigos es un parque de juegos donde deja correr a su niña machista y oprimida mientras su yo feminista la vigila como una madre atenta para evitar que el juego se convierta en tragedia. Así, la boda queda no sólo exorcizada, sino liberada de su represión feminista.

Recorremos un variado catálogo de bodas, desde bodas impostadas hasta bodas tradicionales, desde falsas bodas profundamente sentidas, hasta verdaderas bodas profundamente desperdiciadas, desde bodas densamente reales hasta espesas fantasías de matrimonio. Y, a lo largo de este recorrido, poco a poco, vamos ajustando nuestro cuerpo de boda; vamos aprendiendo a vivir las bodas, que es a vivir a pesar de cómo hemos desarrollado la necesidad de las bodas y a desarrollar una nueva forma de vivir que, sorprendentemente, alberga de nuevo el fenómeno de la boda.

Coral no podía haberlo hecho de otra manera. La cordialidad la caracteriza, y acompaña su actitud, su prosa y sus posiciones. Predica la conciliación y cree en el poder de un amor conciliador al que siempre podemos remitirnos. Su feminismo no crea enemigos, y posee la rara virtud de describir una igualdad en la que la mujer no es sólo igual a sí misma, o a un hombre desaparecido, sino a un hombre que está presente y activo, y es recibido con los brazos abiertos.

Si a una sociedad analfabeta en cuestiones feministas, como la nuestra, y horrorizada por su espectro, tuviera que hacerle llegar una seria reflexión sobre la igualdad, utilizaría la amabilidad de Coral. Describiría un mundo perfectamente creíble y muchos pasos por delante del que conocemos en cuestión de igualdad, y mostraría que en él cabe todo lo que realmente vayamos a necesitar, porque todo lo necesario puede ser siempre comprendido y aceptado.

Las bodas, para Coral, deben seguir con nosotros, porque siempre estuvieron aquí, porque están implantadas en nuestro imaginario, en nuestro deseo, en nuestro mapa, y deben tener la oportunidad de reciclarse, de reconstituirse, de volver a entenderse.

Cada uno deberá decidir, ahora, si se casa con ellas.

 

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