Reflexiones sobre la sociedad digital y la cibercultura V: lo retro
Por Elisabet Roselló
La magia de los ordenadores nos parece una idea del futuro hecha presente. “¡Vivimos en el futuro!” proclaman tecnólogos, futuristas de empresas de hardware, escritores de ciencia-ficción y fetichistas de la tecnología. Vale, no tenemos coches voladores, ni volamos con jet packs, pero nos hemos avanzado a Star Trek con las tablets y smartphones (¿tricorders? Nuestros dispositivos actuales tienen más capacidades).
En una sociedad donde existe una ansiedad por acelerar el progreso constantemente en las esferas más características de la nuestra (la economía, la tecnología y la ciencia), como símbolo de autosuperación y motor de beneficio material y secundariamente social, dicen, el futuro es algo bueno.
Cuando el modelo de sociedad tecnocientífica se consolidó en el siglo XIX en los países occidentales, esto es con la II Revolución Industrial, aparecieron las prospectivas de futuro: que si robots, que si casas domotizadas, que si cohetes y viajes espaciales, viajes en el tiempo, ocio submarino, aventuras al centro de la Tierra, ciudades racionalistas con arquitecturas conglomeradas hacia las nubes,… Eso era bueno. La tecnología se consolidó como promesa de utopía factible a medio y largo plazo.
Las visiones de futuro siguen ahí, pero ya no son utópicas. Son distópicas como 1984, son post-apocalípticas como Mad Max. O bien son “promesas” contrapuestas a Black Mirror de las novedades tecnológicas para dentro de diez, veinte o cincuenta años de una empresa de hardware y software, un futuro sólo con sus productos.
Pero ¿por qué estas modas retro? ¿por qué tanta nostalgia a los 80 y ahora a los 90? Algunos atrevidos han ido lanzando que el asunto viene por una crisis de creatividad, que tanta aceleración ha dejado sin ideas a todo un sector creativo. Pero la mirada retrospectiva de la sociedad cumple una función no sólo escapista, sino reflexiva y orientativa, ante una gran transformación.
Por ejemplo, tras las primeras transformaciones de las ciudades europeas y la aparición de la primera industria, a finales del siglo XVIII, apareció el Romanticismo. Encontraban en los pasados folklóricos (de cada pueblo o nación) visiones idealizadas de un estadio más ideal y libre de las personas, respuestas a la condición humana y al universo que por el Racionalismo no se podían explicar. Con esa II Revolución Industrial (1860 a 1910 aproximadamente) surgieron nuevos movimientos artísticos como el Prerafaelitismo o el neogótico que continuaron ahondando y explorando en los pasados idealizados. Las transformaciones sociales produjeron a principios de ese siglo entre los jóvenes el Mal du siècle de Chateubriand: crisis de valores e identidad colectiva agudos.
Pues bien, llega la revolución de la información que todo lo transforma (hablo al menos en el plano de lo social y cultural) a escala planetaria, y llega además con cambios muy rápidos constantes. Mirar al pasado es, además de una alergia para algunos, algo constructivo. No me limitaré a decir que la memoria histórica de un colectivo es paralela a la memoria de una persona. Con amnesia una persona no sabe quien es ni qué es lo que hace en el mundo. Porque lo aquí nos centra es como se manifiesta en la sociedad digital, ahora que el porqué queda respondido.
En la década pasada aparecieron modas retro en las pasarelas como nunca habíamos visto estas generaciones presentes. Las tiendas de segunda mano, antes denigradas y olvidadas, se llenaban de jóvenes adultos que pedían por lo vintage y auténtico. Comenzar a rebuscar entre el armario de la abuela era bien. Y recuperar valores de antaño ante la obsolescencia planificada, la crisis económica, o ante la saturación de ocio, por ejemplo, ya fuera con el retorno de las labores llamadas “crafts”, ya fuera con la reaparición de palabras como honestidad o modales, era y es algo aun mejor.
Se toma el pasado de nuestra infancia y adolescencia, esto es los años 70, 80 y ahora los 90, y toda referencia a películas como , a Legos, a fotos desteñidas por el tiempo y a los primeros videojuegos y videoconsolas como las SEGAs conforman una propuesta de escapismo del presente inestable e incierto hacia un entorno más confortable.
Incluso esos primeros videojuegos como Pacman, The Legend of Zelda o Donkey Kong, o los primeros ordenadores personales, los inicios de lo digital, están sedimentándose en nuestro propio legado histórico: ya forman parte de nuestra identidad cultural. Por ejemplo, ahora el garaje de Steve Jobs donde construyó junto a Steve Wozniak sus primeros 100 ordenadores, el germen de Apple, se ha declarado patrimonio histórico.
La cultura actual es una cultura del remix, tal como expone L. Lessig en su libro Remix. Nos gusta hacer pastiches, mezclar ideas, conceptos, obras, hacer obras derivadas, “remediatizar” (la representación de un medio de comunicación en otro medio diferente, pongamos mostrar un libro con su texto en un graffiti), aunque, en el fondo, es un mecanismo intrínseco de la cultura tan antiguo como la humanidad: copiar, reproducir, modificar, mezclar, derivar.
El pastiche de anacronismos sigue teniendo su appeal. Los personajes de videojuegos clásicos se convierten en motivos decorativos para joyas, combinamos prendas de corte victoriano con otras ochenteras y nos ponemos gafas de pasta a lo años 60, y remixeamos música swing con samples urbanitas dando lo llamado “electroswing”. Creamos propuestas que son cómodas, nostálgicas, familiares, pero a la vez muy modernas, otorgándole a los cambios de lo digital un aspecto más accesible y comprensible, menos distante y etéreo.
Pero el fenómeno que se lleva la palma como exponente del sentimiento retrospectivo cibercultural es probablemente el Steampunk. Echa la mirada hacia la anterior revolución tecnológica y de medios, esa II Revolución Industrial; una época también de transformaciones sociales, urbanas, políticas, económicas y culturales ahora que nos parece sobrepasada. Toma la tecnología del vapor y el símbolo ya arquetípico de la industria, el engranaje, y le da una vuelta de tuerca. ¿Cómo hubiera sido si además se les hubiera juntado la invención de la informática, como en la novela “La máquina diferencial” de Gibson y Sterling? O bien explora futuros que nunca fueron, e historias alternativas, mostrando un punto crítico sobre temas como la colonización del siglo XIX y los efectos de la globalización y la multiculturalidad actual, o el empoderamiento de las mujeres y de las personas en forma de sed de aventuras en máquinas retroalucinantes. Su fuerza radica en uno de los canales más populares actualmente: lo visual. A través del remixeo, la customización y el hackeo de ropa, ordenadores, objetos antiguos y la propia Historia.
Así pues, los fenómenos que observamos hoy en día que echan una mirada en el pasado planetario y local es un proceso no sólo normal, sino incluso vital para generar un sentido y una seguridad sobre la incertidumbre del presente. Y no todos los futuros se construyen en torno a la tecnología. Un futuro sostenible debería ser más bien evocado en torno a las personas.
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