Sade. Poesía y delito
Por Leo Castillo
El príncipe de los libertinos, Donatien-Alphonse François, marquis de Sade, seigneur de La Coste et de Saumane, coseigneur de Mazan, lieutenant général aux provinces de Bresse, Bugey, Valmorey et Gex, Mestre de camp cavalerie, consumiría treinta de sus años en la cárcel, describiendo una romería difícil de emular, que inicia a los veintitrés de edad, cinco meses después de su ventajoso matrimonio el 17 de mayo de 1763 con Renée-Pelagie Cordier de Lunay de Montreuil (tendrían dos niños y una niña.) Fueron quince los días de este primer arresto en el torreón de Vicennes, pero nada avala la presunción de que sean sus primeros desmanes la causa. Todo parece indicar que desde el internado en Harcourt, como pupilo de los jesuitas, se inicia en la sodomía y el recurso de la violencia aplicada a los placeres sensuales. Se afirma que, adolescente, afinaba la puntería disparando a los obreros desde los tejados.
Luego de Vicennes, y siempre pagando “delitos sexuales”, orgías y crímenes como las del convento benedictino Saint-Marie-des-Bois, Sade estuvo sucesivamente encarcelado en Saumur, Pierre-Encise; condenado a la pena capital por el parlamento de Provence y ejecutado simbólicamente en la Place de Précheurs en Aix el 12 de septiembre de 1772. Refugiado en Chambéry en octubre, es arrestado por disposición del rey de Sardaigne el 8 de diciembre, acatando una demanda de la presidenta de Montreuil, suegra del marqués y recluido en la fortaleza de Miolans, de donde se fuga el primero de mayo del año siguiente; escándalos durante su estada en La Coste; recluido de nuevo en Vicennes (febrero de 1777) debido a una lettre de cachet obtenida por su suegra. En junio del 78, transferido a Aix-en-Provence, se lo libera por inconsistencias en el proceso que se le sigue por envenenamiento de una prostituta a quien había hecho ingerir una importante dosis del afrodisíaco anís de cantárida, pero aún pesa la lettre de cachet, de modo que es conducido fuera de Aix escoltado por la policía, bien que consigue escapar y se esconde en La Coste, donde es de nuevo arrestado el 26 de agosto de este año, para ser traído de nuevo a Vicennes, donde permanecerá preso durante seis años (8 de septiembre de 1778 – 29 de febrero de 1784.)
En 1789, pocos días antes del célebre 14 de julio, armado de una varilla de hierro azota los ventanales de su celda y arenga a los ciudadanos, gritando que los reclusos están siendo degollados por los guardias (era mentira), de modo que es trasladado al convento Charenton-Saint-Maurice. Tras la toma de la Bastilla, es liberado el 2 de abril de 1790 según una resolución que deroga las lettres de cachet; en buenas migas con la Revolución, se desempeña como secretario de cierta sección administrativa, de que llega a ser presidente, pero en agosto de 1793 se niega a votar una moción sobre la pena de muerte, pues el famoso pervertido, responsable de la infernal belleza salpicada de sangre de su obra y aun su vida, está horrorizado ante la idea del frío ajusticiamiento por la guillotina, de modo que acusado de morigerar en el cargo, es destituido, señalado su escrúpulo como traición a la Revolución y es arrestado el 5 de diciembre de 1793. Prisión en los claustros de Madelonettes, Carmes, Saint-Lazare y Picpus; su nombre figura en el acta de sentenciados a la guillotina de Fouquier-Tinville (8 thermidor), mas el ujier del Tribunal revolucionario no logra localizarlo entre los reclusos en las diferentes prisiones, se salva así milagrosamente de que le corten el pescuezo; vuelve a quedar en libertad el 13 de octubre de 1794; arrestado el 6 de marzo de 1801, como autor de las escandalosas novelas Justine y Juliette, en Sainte-Pélagie y Bicêtre… finalmente, Charenton, donde, merced a la aquiescencia de de Coulmier, director del centro, el otrora marqués de Sade, hasta 1808 organiza con los locos internos representaciones teatrales a las que asiste lo más granado de la sociedad parisiense. Murió el 6 de diciembre de 1814. Ningún nombre fue escrito en la lápida de su tumba.
Alguien ha dicho que Sade fue apresado bajo todos los regímenes que le tocó en suerte vivir. A propósito, un supuesto epitafio de su autoría reza:
El despotismo, con su horrible mueca
en todo momento le hizo la guerra.
Bajo los reyes, ese monstruo odioso
se apoderó de su vida entera;
bajo el Terror reaparece
y pone a Sade al borde del abismo;
bajo el Consulado revive:
Sade vuelve a ser la víctima.
En diversas ocasiones Sade se libró de la cárcel mediante indultos concedidos por el rey, bien que en cierta ocasión Luis XV le responda: “Señor, el perdón que me pedís se lo debo a vuestro rango y a vuestra calidad de príncipe de la sangre, pero lo concedería más de buen grado al hombre que os hiciese lo mismo.”
Permítaseme transcribir aquí la que, presumiblemente, es la única descripción de la persona del marqués que hemos conservado:
“A mi izquierda se sentó un anciano de cabeza baja y mirada de fuego. La cabellera blanca que le coronaba prestaba a su rostro un aire venerable que imponía respeto. Me habló varias veces con una elocuencia tan calurosa y una inteligencia tan variada que me inspiró mucha simpatía. Cuando nos levantamos de la mesa, pregunté a mi vecino de la derecha el nombre de este cordial caballero y me respondió que era el marqués de S***. Al oírlo me alejé de él con tanto terror como si me hubiera mordido la serpiente más venenosa. Sabía que este detestable anciano era el autor de una novela monstruosa en que estaban publicados todos los delirios del crimen en nombre del amor. Había leído este libro infame, que me había dejado la misma impresión de repugnancia producida por una ejecución en la place de Grève, pero ignoraba que un día vería a su creador admitido a la mesa del director de una institución pública.”
La orgía de la creación literaria
“De una fecundidad poco común, Sade ha escrito doce novelas, extensas en su mayoría, sesenta cuentos, veinte obras de teatro, amén de numerosos opúsculos. Alrededor de una cuarta parte de sus manuscritos fue destruida por la policía du Consulat et de l’Empire”(1).
Escrita en buena parte en prisión, la obra del marqués de Sade es de una profundidad filosófica, de una belleza poética y una complejidad sicológica que colocan al autor entre los más grandes de los grandes en la historia de la literatura y aun del pensamiento universal. Por su feroz defensa a ultranza de la libertad (del libertinaje si se quiere, de acuerdo), Sade escribió contra todos los regímenes, contra toda mordaza, contra toda policía y en fin toda autoridad o imposición familiar, estatal, social, moral o religiosa. Su ariete acomete con formidables arrestos contra el dogma cristiano y las leyes o costumbres de su país, blancos predilectos de sus irresistibles embates. Sostenidos por un dominio absoluto de la lengua, una perfección formal y una cultura de una solidez excepcional, sus períodos se desgranan como una melodía serena que sin embargo conducen la ardiente lava de un volcán en arrasadora actividad. Los banquetes de los sentidos a que se libró, son casi juegos de niño ante el escándalo y la revuelta conceptual de sus propuestas.
Paradójicamente, no es una obra de tan descarada obscenidad como La filosofía en el tocador con mucho, lo más peligroso de su extensa producción. El asolador discurso misógino de Gernande es mucho más mortificante; los rotundos golpes de este demoledor del cristianismo; la exposición de despiadadas orgías de los monjes en el convento benedictino de Saint-Marie-des-Bois; las disquisiciones de una “lógica infernal” que justifica el asesinato de niños o el incesto así como otras intrépidas incidencias o indecencias en Justine (expuestas con increíbles eufemismos: así, llama “altares de Cipris” a la vagina, “antro oscuro” al ano, al semen “incienso”) hacen de Sade el subversivo intelectual por antonomasia más perturbador de todos los tiempos. Su tío paterno, el abad Sade d’Ebreuil, historiador “sólido y elegante”, se encargó de la primera instrucción del marqués, autor de una biografía que le ha reportado juicios como “Por la abundancia de sus materiales y la amplitud de su visión, por la agudeza de sus reflexiones atinentes a la sicología individual o colectiva, por las tonalidades tenebrosas e inquietantes con que exhibe el cuadro de crímenes de la reina, el autor de Isabelle de Bavière merece ocupar un lugar entre los mejores historiadores que precedieron el período romántico.”(2)
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NOTAS:
(1)Dictionnaire des auteurs, Laffont-Bompiani, 1952, traducción Leo Castillo.
(2)Ib., traducción Leo Castillo.
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