El maltrato nos es inculcado sin permiso
Por: Héctor Anaya
La poeta (poetisa siempre me pareció algo cursi y menospreciante) afroamericana Ntozake Shange escribía hace cuatro décadas: «Cada tres minutos, una mujer es golpeada. / Cada diez minutos, una muchachita es acosada… / Cada día aparecen en callejones, / en sus lechos, / en el rellano de la escalera, cuerpos de mujeres». Hoy en día, las cifras nos muestran que la situación no ha cambiado, ya que en 2012 murieron 47 mujeres víctimas de la violencia machista; número al que, en lo que llevamos de año, hay que sumar 20 vidas más. Ésta es la forma extrema de violencia de género, pero hay otras muchas que sufren las mujeres, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras: abusos sexuales en las escuelas, parroquias, familias y lugares de trabajo; turismo sexual en Asia, África y América Latina; lapidaciones bajo la acusación de infidelidad o adulterio; mutilaciones de los órganos sexuales y martirios constantes que han de padecer porque a un cabestro acomplejado por su, seguramente, escasa virilidad y hombría, le da por decir que son inferiores y necesita recordárselo continuamente mediante insultos o amenazas.
Y lo peor de todo esto es que la violencia de género no es fruto de un comportamiento aislado o cruel, propio de unos cuantos varones (si se me permite usar el sustantivo varón para ellos) desalmados que actúan por perversidad o a quienes se les cruzan los cables, sino que esta es la visión que un patriarcado magnánimo quiere transmitir a la sociedad y que, por desgracia, ha calado hondo en el imaginario social, camuflado como explicación psicológica. Sin embargo, la realidad es que somos todos nosotros quienes convivimos con esta realidad que nos parece muy lejana, y es a nosotros a quienes se nos inculca, una y otra vez, la violencia de género por todas partes.
Sé que a primera vista la afirmación anterior parecerá propia de un loco, que muchos de los lectores dirán que hay campañas de sensibilización, que se intenta fomentar el apoyo a las víctimas y demás contraargumentos para desbancar mi idea, pero siento decirles que se equivocan. Cierto que el Gobierno hace una campaña anual para combatir al maltrato y al asesinato machista, pero ¿qué ocurre con el resto de mensajes que llegan a nosotros continuamente?
Puede que me equivoque, pero creo que una parte considerable de los jóvenes de este planeta (tanto chicos como chicas) han sido o son fans de una saga en la que la protagonista se debate entre un chico que literalmente le chupa la sangre u otro que al enfadarse y convertirse en licántropo se pone agresivo con ella. ¿Es esta la imagen que queremos dar a la sociedad del mañana?
Ejemplos como el anterior hay muchos, ya sea en el ámbito lingüístico (considero que usar violencia de género quita hierro al asunto, cuando en el momento que produce víctimas mortales debería llamarse asesinato de género) o en el musical (todas esas chicas cosificadas en los videoclips que muchos niños se hartan de bailar).
Del mismo modo, también hay mensajes que fomentan la violencia de género hacia el hombre. Mencionaré como ejemplo la famosa canción de Fangoria Como pudiste hacerme esto a mí, en la que se repite una y otra vez aquella frase de «No me arrepiento volvería a hacerlo, son los celos», como si eso fuera un atenuante (con Gallardón no me extrañaría y lo cierto es que me da miedo averiguar si es así), o la famosa canción de Joan Baez, El preso número 9, en la que se convertía en mártir a un tipo que acababa de matar a su mujer y a su amigo «desleal».
Ahora solo puedo decirles que, a partir de este momento, estén atentos a todos aquellos mensajes que puedan llegarles y que ustedes decidan si les permiten anidar en su mente. Por suerte siempre hay canciones que intentan contrarrestar este fomento de violencia, Toda de Malú o Mujer florero de Ella baila sola.
twitter: hectoranaya94