Enrique Diego-Madrazo y Azcona, un visionario de los siglos XIX y XX, cuyo pensamiento es fundamental en la medicina y educación de hoy
Por José Antonio Ricondo Torre
Con independencia de los médicos humanistas Hipócrates, Maimónides, Albert Schweitzer, Francis Peabody o Pedro Laín Entralgo por ejemplo, y de los profesionales de la Medicina que han aprendido de ellos, puede decirse que, durante el último medio siglo, una parte no pequeña de los médicos y cirujanos han ido descuidando, de una manera atrevida, y de rondón y sin sentir, ese símbolo humanista con el que eran una referencia, y malgastando el paradigma hipocrático aprovechado durante más de dos milenios.
Y han sido, en consecuencia, estimados como inocentes entendidos, hambrientos y agradecidos de satisfacciones en el sueldo y en sus horas de trabajo, ligados de por vida al ejemplo único del racionalismo pretendidamente científico y separados de la hiperestesia que se debe por naturaleza, intrínseca a la actuación médica de su momento histórico, en el que se establecieron teorías y modelos que fueron la base de su desarrollo posterior.
Los más cualificados cultivadores del razonamiento universal y total, apóstoles que concurrieron con el pensamiento fundamental, concretando y delimitando la sensibilidad de la especie humana, afirmaron los suficientes valores humanos, para la continuación de esta ciencia o de cualquiera otra, -como de la Pedagogía, por ejemplo, de la que hablaremos más tarde-.
Del mismo modo, D. Enrique Diego-Madrazo, humanista pasiego, cántabro y universal, cuya identidad por antonomasia acentúa con prestigioso saber que el carácter del humanismo no deja de ser el altruismo, cordura y serenidad del, precisamente, acto médico; un matiz que ha prestigiado a la medicina desde hace cinco siglos antes de la plenitud de los tiempos.
Un resumen que representa este hacer médico lo exponían, al finalizar el siglo XIX, Bérard y Adolphe Gubler, médicos franceses, en una cita muy recurrida en la historia de la medicina: «Curar pocas veces, aliviar a menudo, consolar siempre». En 1910, en ‘Mis propósitos’, comunicación en su ‘Boletín de Cirugía’, don Enrique escribe:
En verdad, que humildes deben ser los que tienen conciencia de la imperfección de los sentidos, ante la pesadumbre de los hechos. No debemos ser altivos ni arrogantes. Muchos años de experiencia son pocos años para saber acertar (…). Por muy larga que sea una vida, será corto lo descubierto por ella; pero mal que nos pese, así, y no de otra parsimonia, va llegando el humano conocimiento de las cosas (…) (Diego-Madrazo: ‘Mis propósitos’. Boletín de Cirugía, p. 2, 1910).
En la perspectiva de que la ojeada de estas líneas renueve y avive descuidados y distraídos celos profesionales, escribo este reconocimiento a un hombre singular que, mediante su labor clínica, y su cátedra de Patrología Quirúrgica en la universidad de Barcelona, llegó a los ‘horizontes anchurosos, cielos de luces, alegres cielos’ de la Pedagogía (ibídem, p. 2), cuando tenía 60 años.
En estos momentos, que quizá por ser de próxima separación, llevan a cierto sello de tristeza -la impotencia me despide de la sal de operaciones, que, urgente pide vista, tacto, fortaleza y agilidad que la vejez no pueden dar-, en estos momentos deposito en vuestras manos y en vuestros corazones mi espíritu para que continuéis con la misma fe mi ideal de humanidad.
No os canséis de ir más allá, ni de ser buenos: solo en el ejercicio de la bondad hallaréis la alegría de la vida (Ibídem, p. 4).
Enrique Diego-Madrazo y Azcona nace en el ecuador del siglo XIX -en 1850- y muere en 1942, no sin antes haber dedicado a la Medicina y a la Cirugía los años más vitales de su existencia.
Ya en su madurez, habiendo logrado el triunfo, siente la atracción de escribir sus teorías, lejanas a la Cirugía, confeccionándolas ni calladamente ni, aún menos, para sí. Las difunde y comunica con total aspereza, con natural franqueza, de una forma apasionada e inmediata.
“Cuanto siente y lealmente cree” nos lo deja en sus lecciones dictadas durante su época de catedrático en Barcelona sobre patología quirúrgica, en sus conferencias y ensayos, y en sus trece obras de teatro sobre el cultivo de la especie humana que, junto con su epistolario, sus manuscritos y su intensa actividad en la Prensa, conforman las piezas donde pivotan estas líneas.
Este extremado entusiasta pasiego es filósofo, poeta, dramaturgo, político, cirujano, educador, maestro…, y se “concentra” en el perfil pedagógico de toda su obra, creando a través de la educación una de las piezas imprescindibles -quizás y seguramente la más valiosa- de toda su producción científica, literaria y política.
Si a esto añadimos su entrega a la “pasión” educativa per se, como lo justifico en mi trabajo de investigación (J. A. Ricondo Torre: ‘Perfil pedagógico del doctor D. Enrique Diego-Madrazo y Azcona’, 98-113, 1996. Universidad de Cantabria), ésa es la orientación que capta nuestra atención y nos “mueve” a examinar la obra de este cirujano, humanista y pedagogo que nació para maestro y nunca dejó de serlo.
Su vida y su obra transcurren vivamente entre la decepción y la pasión: luchador y defensor del ideario republicano y de las ideas avanzadas y progresistas, y abogado de un fundamento social basado en el mundo de la ciencia y de la razón. La vida para él es hermosa, pero comprendiéndola y sintiéndola.
Paralelamente a su profesión médica, los aspectos puramente educativos son la consecuencia causal y constante de toda su obra, y el nexo de las dos facetas. La cuestión es que en toda la obra madraciana -sin contar sus dos libros expresamente pedagógicos-, consecuentemente con su vida, se manifiestan con claridad y sobre todo con una intención determinada, relacionadas categorías de signo marcadamente pedagógico.
Deseo únicamente hacer saber quién es el autor, cuál su producción, posicionar a ambos, con el objetivo de contribuir a interpretar más claramente lo que sigue. A lo mejor no sería imprescindible si esta investigación se despejase a partir del punto de vista de la medicina. No obstante damos por cierto que los que se dedican al estudio de la pedagogía en sus muchos conceptos ignoran a Diego-Madrazo.
El autor en lo concerniente a lo que es la educación dentro de la familia, investiga y entra en una materia de las más fundamentales para él que, además, se presta para encauzar y auxiliar sus conceptos pedagógicos.
La importancia y sentido que tiene la colaboración familiar es tal para D. Enrique que, tras el factor eugénico, es el primer medio que constituye el carácter individual, sin sometimiento aún a los convencionalismos sociales: es el primer vivero donde se desarrolla la inteligencia, la observación, los sentidos, el juicio y el raciocinio; en fin, la formación en la iniciativa, en la actividad, en la independencia, en la autonomía y en la voluntad.
Comprobó la curiosidad y la atención que le merecía la formación de la persona en los diferentes estadios de su existencia, desde el propio comienzo hasta su sociabilidad por el trabajo o por su papel social, centrándose tanto en las preocupaciones naturales del niño cuando es indefenso como en las vertientes conductuales, para poder adquirir tanto la utilidad para con los demás como el mantenimiento de la dignidad humana.
En cuanto a la mujer y su educación, el tiempo que le toca vivir a Diego-Madrazo y su utilidad educativa se fijan principalmente en el sexo masculino. Sin embargo, la prevención y atención de la formación de aquella que merecen para algunos, entre ellos nuestro autor, no deja de ser singular y especial: en el caso que nos ocupa, la mujer es, ante todo, madre y pedagoga, con todo lo que esto lleva consigo en cuanto a su rol y responsabilidad en la sociedad.
En algún momento, propicio precisamente para dar motivo a su escrito sobre Pedagogía y Eugenesia, su obra pedagógica por antonomasia, nos dice Diego-Madrazo:
Que la honradez del origen de mis observaciones disculpe el entusiasmo que aparece en mis anhelos de regenerar la raza humana y la certidumbre, acaso machacona por lo reiterada, de que el sistema único para lograr una humanidad perfecta es preparar a la infancia desde su más tierna edad, librándola del contagio de lo viejo y encauzándola en el torrente vital de lo nuevo.
No atañe ahora el tema o asunto sobre el que escribe, ni cuándo ni el lugar donde piensa en estos términos, en el prefacio de ese libro publicado en 1932. Sí nos interesa considerar que, a pesar de la ceñida particularidad de tiempo, de lugar y de modo que determina la cita, y de que se encuentre en un estado de perenne “entusiasmo”, su obra y su vida son una opinión emocionada, con un ritmo de frenesí que suele bordear el arrebato.
Final y evidentemente, no es Diego-Madrazo un filósofo o un escritor común sobre el tema educativo –él, “ávido y atolondrado”- que se pueda examinar y concebir en una sola dirección.
La foto de D. Enrique está recogida en el libro de M. Oria Martínez-Conde: Homenaje Dr. Madrazo (1985, 26). Santander: Ediciones Tantín. La de su segundo sanatorio se encuentra en el de Mª Eugenia Calabuig: El regeneracionismo en Santander (1992, 29). Santander: Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Cantabria.
Plano del proyecto de Escuelas Graduadas o Escuela Modelo en Vega de Pas. Tan magníficas ideas e intenciones pedagógicas encarnadas en ellas tuvieron muy corta existencia, quizá debido a problemas económicos. Su perfeccionismo y fe en la infancia y su educación, en pleno contacto con la naturaleza, al aire libre, le hizo becar a dos maestros que se formaran y completaran estudios en el extranjero.
Como se puede apreciar, trata de llevar sus métodos a la práctica: el gimnasio, como educación del cuerpo, los laboratorios de prácticas como la explicación del aforismo de que no puede haber nada en el conocimiento si antes no ha pasado por los sentidos, la verdadera ciencia. Y la piscina…, como diversidad, educación compensatoria para unos escolares del interior. Su ‘Escuela Modelo’ estuvoieron inspirada en principios progresistas y avanzados, pero tuvieron también una corta existencia.
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