Fernando Valerio-Holguín: «El poeta debe morir en cada poema»
Por Eli Quezada
« El poeta debe morir en cada poema y con el mismo propinarle un hachazo en la sien al lector —pienso en Kafka—. El poeta debe convertir en visible lo invisible, trascender la mezquindad y crecer en su humanidad».
Simbiosis de temas de la realidad real o imaginaria, contrapunto en sol mayor de una surrealidad onírica: el poeta. Constructor de ensayos de investigaciones exhaustivas del de letras, del académico comprometido con la historia: el pensador. El de verdades. Inquisidor de contenidos que nos invitan siempre a profundas reflexiones… Fernando es sinestesia por no decir eclipse y catarsis, pensamiento y razón, ilusión y verdad… su verdad retratada en su obra, mientras dice “La se agota, queda la palabra, la palabra en mí.” Esto es leer la obra de Fernando Valerio Holguín y trascender a su pensamiento. No se equivoca en su Wildeano de querer rejuvenecer a través de sus RETRATOS. Ciertamente, tu palabra siempre quedará.
No me detendré en la formulación de preguntas —lugar común— de muchas otras, vale decir, sobre, estilos y motivación poética; es como querer indagar sobre el secreto elemento con que sazona su prosa poética, es decir, su filigrana única… su sabor. Ningún del mundo cuenta sus secretitos. Lo que podemos extraer, en esta entrevista, se los prometo, es el pensamiento del escritor, del hombre detrás de sus retratos; quien, en definitiva, como buen escritor, hace de su discurso, su espejo.
—Lacan dice: “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je telle qu’elle nous est révélée dans l’expérience psychanalytique”, ¿qué nos puede decir de este pensamiento, en relación a sus retratos, auto-retratos?
—“Yo soy otro” (Rimbaud). Frente al espejo, se supone que debería verme imaginariamente mejorado en mis autorretratos. Sin embargo, lo que el espejo me devuelve es un yo complejo y conflictivo con respecto a la sociedad. Cuando comencé a escribir los autorretratos, tuve la ilusión y la esperanza de que los poemas envejecieran en mi lugar. Pero cada de los autorretratos, en los sucesivos aniversarios de cumpleaños, me acercaba más a la muerte. El último, lo escribí a los cincuenta y entonces paré de contar.
Con respecto a los retratos, hacer retratos de palabras es otra manera de escribir sobre uno mismo, y terminar haciendo autorretratos. Me identifico con los retratos de las personas que admiro o amo: César Vallejo, Violeta Parra, Sosa, la Morena del Colmado, Michael Camilo, Olga Kern, Luisa Futoransky, entre otros. Hay en cada uno una cualidad esencial a través de la cual me conecto con ellos. ¿Sensibilidad artística? No sé.
—¿Es “Fernando Espejo” una especie de alter ego o usted frente a un espejo (valga la redundancia)?
—Efectivamente. Fernando Espejo es mi alter ego. Me miro frente al espejo, que me devuelve ese otro que no soy y soy. En el Alzheimer encuentra Fernando Espejo el placer de olvidar, lo que representa una paradoja, porque la escritura se funda en la memoria. En el cuentema “La noche del poeta Fernando Espejo”, más que afán por la fama, el poeta le da la bienvenida al olvido de sí mismo y de los demás para evitar el dolor. En Rituales de la Bella Pagana, el poeta deambula enamorado, insomne, ebrio, por los pasillos ajedrezados de un Palacio de Espejos (“con una enorme herida luminosa”). El Alzheimer viene a rescatar al poeta de ese amor. Hay una vocación de olvido en Fernando Espejo.
—¿Debe, el poeta, el escritor, ser recipiente, médium, cortina de humo, bufón, oCronista de la sociedad en que vive?
—Si hablamos de compromiso, pienso que el primer compromiso de un escritor es escribir bien. Luego viene la libertad de palabra, que no haya una coacción por parte de ningún poder. No se trata de tener un mayor o menor éxito, de vender la mayor cantidad de libros u obtener los más codiciados galardones. El poeta debe morir en cada poema y con el mismo propinarle un hachazo en la sien al lector —pienso en Kafka—. El poeta debe convertir en visible lo invisible, trascender la mezquindad y crecer en su humanidad.
—Particularmente creo que el mundo está cansado de las malas noticias, y que las artes siempre han sido un medio catártico para sobrevivir al estrés. ¿Qué es lo real y lo irreal, en su obra, en su vida?
—En el poema “Scrivo”, el yo poético expresa: “Escribo/ para escapar de los sueños/ al verso que madura/ con perfume de cosa y podrida/ y se convierte en realidad/”. Esto parecería una contradicción, porque se ha hablado del arte como de la realidad o como catarsis, pero lo que el emisor quiere expresar es que la poesía funda su propia realidad. Los sueños se han convertido en pesadillas y sólo queda “la vasta realidad del poema”. En el sueño habita lo Real (el inconsciente). De nuevo, Fernando Espejo quiere olvidar lo Real y despertar en el poema.
—Leyendo su grandiosa y multifacética obra he podido disfrutar de su metáfora sinestésica. De su amor por la naturaleza, por la mujer, su amor al amor. A la música. A las frutas, al color, al arte… Erick Fromm, declara en su famoso libro «El arte de amar» que: “…el amor es creador” —que potencia la acción creativa. ¿Es el escritor, el poeta, un ser que ama, que siente mucho? Su concepción del amor.
—En Rituales de la Bella Pagana, que es un poemario sobre el amor, encontrarás muchas definiciones del mismo: “El amor es un dulce hechizo de felicidad en la bruma silenciosa en que nos reinventamos a cada instante”, “…es una luminosa herida de la que brota el tiempo transfigurado en palabras”. El amor es …. “conocimiento. . . el amor es también una salvación, es infinito y aun imposible, es una catástrofe, es una muerte lenta, segura, es una patología del tiempo y la palabra, es tiempo y también religión, es también una patología trivial del lenguaje, es como el vino, un suave merlot de pausada euforia, es el alcoholismo de los amantes, es un furor que se consume en su propia llama…” Más que amar, el poeta quiere ser amado y ofrece en la palabra precisamente aquello de lo que carece: amor. El amor como salvación es una propuesta idealista que potencia al ser humano en la escritura.
—Por tanto, si se ama mucho, se tiende a desilusionarse mucho. ¿Es el dolor, materia prima de los escritores? Su concepción del dolor.
—En la tragedia clásica griega, el actor, a través de lo que se denominó anagnórisis, aprendía, encontraba su identidad, a partir del dolor. Hay quienes sólo sufren pero nunca aprenden nada ni saben quiénes son. Si aprendes a escuchar tu dolor y lo transformas en arte, entonces el dolor se convierte en materia prima. En el cuentema “Anagnórisis” de Elogio de las salamandras, el narrador expresa lo siguiente: “Hay gente que sólo sufre, pero nunca aprende de su dolor. El desamor de una mujer, la súbita pérdida de la vista, la muerte de un hijo, el genocidio de tus coterráneos en una distante frontera, el diagnóstico de cirrosis en tu verde hígado, pueden, de alguna manera, iluminar tu vida”. Luego, hay una epifanía en el dolor. Eres, si se quiere, la suma de tus “luminosas heridas”.
—Escindes en tus letras, en algunos de tus versos a la idea de ser un enviado, un ícono, un ejemplo de algo o de alguien. ¿Quieres ampliar de lo que se trata?
—Algunos poetas (Neruda, Mir) se erigieron en voceros del pueblo sin que el pueblo los nombrara. Es por lo que respondo, y gracias por acordármelo, en un poema de Retratos: “No vengo de parte de nadie porque no me han nombrado vocero de grandes multitudes”. ¿Por qué escribo? Para escapar de los sueños, ya lo he dicho. Creo que aunque el poeta deba hacer visible lo invisible, como parte de su responsabilidad frente a sí mismo y a la sociedad, el poema no ofrece soluciones reales, sino imaginarias. Vallejo fue diferente: escribió desde su dolor individual el desgarramiento social.
—Volviendo a la sinestesia, ¿Son los grandes poetas –malditos- si se quiere, fuertes referentes en su obra? (Rimbaud, Baudelaire, Verlaine). Si quiere ampliar sobre el surrealismo.
—Muy acertada tu pregunta. Cuando allá por los remotos años de mis estudios de letras en la UASD (1974-1982), conseguí una edición bilingüe de estos poetas y como en esa época también estudiaba francés, la lectura-traducción-comparación fue para mí una maravillosa revelación. Como además estudiaba música, comprendí que la eufonía, el ritmo y la musicalidad en el verso serían cruciales en mi poesía. Al surrealismo llegué, en la poesía, a través de Federico García Lorca, y en el cine, Luis Buñuel. Por supuesto, a Breton, Apollinaire, Éluard, Artaud… los leí, poco pero bien. Encuentro en el surrealismo la posibilidad de articular en mi escritura ese mundo onírico que durante tanto tiempo me ha atormentado: la contradicción, lo disímil, lo que no tiene relación en el mundo visible.
—Hablando de referentes. ¿Qué prefiere leer? ¿Qué lee ahora?
—Mis lecturas van desde teoría literaria, pasando por crítica cultural, marxismo y sicoanálisis, hasta novela y cuento (pocos) y poesía (mucho más)… Mis preferencias han cambiado. En una época me propuse leer todos los cuentos que pudiera conseguir. Fue la época de Bouvard y Pécuchet que compartí con mi amigo el lingüista y poeta Juan Byron. También leí muchas novelas clásicas: latinoamericanas, españolas, francesas y rusas. Actualmente, prefiero leer poesía. En estos días estoy leyendo al poeta israelí Yehuda Amichai y al irlandés Seamus Heaney. Estoy leyendo, para mi curso “Imagen, música, texto”, el libro Códigos del color: Teorías modernas del color en filosofía, pintura y arquitectura, literatura, música y sicología de Charles A. Riley II. Estoy leyendo también La poesía del pensamiento de George Steiner para un ensayo que me han solicitado. En fin, con la preparación de las clases durante el semestre, no tengo mucho tiempo para leer textos que no sean académicos, por lo que aprovecho las navidades y el verano para leer. Acabo de regresar de Santo Domingo, donde me pasé un año sabático de investigación. Pude leer bastante durante todo ese año.
—Parafraseando a Sartre, en el hecho de —“no ser necesario o excedente” — y aunque, luego de leer varias de tus obras, creo saber la respuesta… pero el público no… finalmente, ¿escribe para ser necesario? ¿Cree que la obra artística otorga cierta eternidad a su creador?
—Ars longa vita brevis. La vida se agota, queda la palabra, la palabra en mí. Creo en la escritura como concreción del pensamiento. Cuando un lector hala un libro mío del anaquel de una biblioteca o lo descarga en su computadora y me lee, allí se abre un diálogo que actualiza mi pensamiento. A la vez, mi obra es parte de otro diálogo más amplio con algunos escritores contemporáneos y con otros del pasado. De alguna manera soy parte de una constelación de voces que pasaron y voces que quedaron. En mi escritura habita todo lo que he sido y no he sido. A través de mí, como un ventríloquo, hablan también mis muertos.
Fuente: MediaIsla