LOS ESPACIOS DEL ARTE: CAPILLA DEL ROSARIO EN SAINT-PAUL-DE-VENCE
Por Ruth Cereceda
Capilla del Rosario (1951, Saint-Paul-de-Vence, Francia)
Uno nunca sabe con antelación los caminos por los que discurrirá una amistad, ni hacia dónde le llevarán éstos. Ciertamente, no lo sabía Henri Matisse cuando ingresó en el hospital de Lyón en 1941 para someterse a una delicada operación de cáncer intestinal y, temiendo un pronto final, escribió “amo a mi familia verdadera y profundamente”. Tampoco podía imaginarse que aquella operación le regalaría “una segunda vida”, en la que dos mujeres jugarían un papel decisivo para su felicidad personal y su legado artístico.
Una de ellas fue su bella asistente Lydia Delectorskaya, a quien el pintor había conocido en Niza en 1932, y quien se convertiría en su secretaria y modelo preferida durante más de veinte años. Lydia fue quien le ayudó a realizar las grandes creaciones en papel recortado (gouaches découpés) que poblarían los últimos catorce años de su producción.
La otra fue la estudiante de enfermería Monique Bourgeoisle, quien le cuidó durante su convalecencia y que, algún tiempo después, llegaría a convertirse en la hermana Jacques-Marie. Entre ellos surgió una amistad basada en el profundo afecto que se tenían y, cuando Matisse supo que la orden de monjas dominicas de Saint-Paul-de-Vence -a la que pertenecía Jacques-Marie-, no disponía de capilla propia, se dispuso a diseñar y financiar la que se convertiría en legado vivo de su obra.
Durante los últimos años de su vida, la enfermedad le obligaba a utilizar una silla de ruedas y a pasar temporadas trabajando desde la cama. Por ello, para realizar los gouaches découpés, el pintor cortaba el papel a mano alzada, y era después Lydia quien, de forma incansable, le ayudaba a ordenar los recortes de colores hasta encontrar el diseño definitivo. Una vez satisfecho con el resultado, las piezas eran clavadas a las paredes del estudio, y se quedaban allí durante meses, creando un jardín paradisíaco de algas, hojas y corales, cuyos colores brillaban bajo la luz del sol y vibraban con la brisa que entraba por alguna ventana.
En cuanto a las cerámicas, en las ocasiones en las que se encontraba postrado, Matisse se ayudaba con un palo con el que pintaba desde la cama, y eran luego sus ayudantes quienes traspasaban el diseño a la superficie cerámica.
Para la decoración de la capilla de Vence, el pintor utilizó ambas técnicas. Los gouaches découpés fueron utilizados para realizar los diseños de las vidrieras de las ventanas, que cubren el muro tras el altar y el lateral contiguo. La primera muestra el bellísimo árbol de la vida, y las segundas contienen una serie de motivos vegetales, dispuestos de manera que parecer surgir de las paredes. La luz brillante de la costa azul entra a través de los cristales de colores azul, verde y amarillo, e ilumina el interior de este edifico de pareces blancas inmaculadas, convirtiéndolo en algo etéreo e inmaterial.
Para la decoración del interior, Matisse eligió cerámica blanca sobre la que realizó, en trazo negro grueso, un mural del Viacrucis para la pared situada frente al altar, y escenas de la Virgen con el niño y de Santo Domingo de Guzmán -fundador de la orden dominica- para el muro lateral contiguo. Las figuras son de una sencillez exquisita y con apenas unas pocas líneas refleja, por primera vez en su obra, una escena de dolor y sufrimiento junto a una virgen María que parece ofrecer a su hijo al mundo. La figura del santo español es asimismo de un esquematismo máximo, pero igualmente certero en su expresividad.
Además, el pintor diseñó el “campanario” de la capilla, compuesto por una cruz de hierro forjado de la que cuelga una pequeña campana, el altar, las puertas de la sacristía e incluso la casulla del cura que oficiaría misa en el Rosario, siempre siguiendo su ideal de un “arte equilibrado, puro, tranquilo […] que sea, para cualquier trabajador […] un calmante cerebral”.
Inaugurada por el Arzobispo de Niza en 1951, el proyecto horrorizó a la jerarquía eclesiástica pero, tras el susto inicial, las monjas de Vence llegaron a adorar la “casta serenidad y refulgente colorido” de la capilla diseñada por un ateo declarado que, al final de su vida, admitiría “¿Creo en Dios? Sí, creo, cuando estoy trabajando. Cuando soy sumiso y modesto me siento rodeado por alguien que me hace hacer cosas de las que no soy capaz”.
Septiembre, 2013
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