Literatura y compromiso
Por Luis Borrás
“Desahuciados. Crónicas de la crisis” es una colección de cincuenta y cuatro microrelatos acompañados de cuarenta y tres ilustraciones editado por Traspiés en su colección Vagamundos Libros Ilustrados en los que se ha pretendido ofrecer “una visión caleidoscópica sobre los diferentes aspectos de la crisis”. Y en el texto de la contraportada –para dejarlo bien claro antes de abrir el libro- se dice: “Estas crónicas de la crisis son una invitación a adentrarse en una narrativa que ilumina y emociona a la vez que reconoce la urgente necesidad de tomar partido, de pasar a la acción”. Propósito en el que se incide en el Prólogo en el que se puede leer: “La literatura, y el arte en general, despierta así del letargo apolítico generalizado que tanto daño ha hecho a nuestra sociedad. Hay una necesidad evidente de compromiso”.
No creo que “el arte en general” –la ceremonia de entrega de los premios “Goya” lo desmiente- padezca de un “letargo apolítico”; en España cada uno es libre en el momento en el que lo crea oportuno de manifestar su opinión –y retratarse y quedar en evidencia- por escrito o de palabra. Respeto que haya quien crea que este tipo de literatura sea necesaria; yo sin embargo no veo la necesidad de que literatura tenga que convertirse -precisamente ahora- en el oportuno despertador de una sociedad aletargada o indolente. La literatura que denuncia las diferentes formas de la injusticia ha existido siempre y seguirá existiendo; no necesito que nadie me diga en qué momento mi conciencia y yo tenemos que levantarnos ni cuándo debemos emborracharnos o a qué hora irnos a la cama; que cada uno escriba y compre lo que quiera.
Respeto que haya narradores dispuestos a “tomar partido”, apuntarse y comprometerse, la situación sin duda lo merece; pero conmigo que no cuenten para unirme al discurso de esos “movimientos” y “plataformas” –como en el caso de los desahucios y las preferentes- porque hacerlo sería convertirme en cómplice de los que acosan y culpabilizan solamente a unos en un despreciable ejercicio de maniqueísmo.
Respeto que haya lectores deseosos de consumir este tipo de literatura partidista, ideológica; pero conmigo que no cuenten, lo mío es un radical individualismo. Yo no soy de los que firma manifiestos ni acude a manifestaciones en las que me diluya en la masa y alguien con un megáfono hable por mí. Entiendo que haya “artistas” que busquen la complicidad del compañero, pero yo no vine aquí a hacer amigos, yo reclamo –sin considerarme “artista”- la independencia del “arte” como única posición decente. “Pasar a la acción” es, para mí, escribir y opinar siguiendo mi propio criterio. Mi único compromiso está sólo con lo que considero buena literatura, con la soledad del que escribe sin apuntarse a ningún escrache colectivo ni a corear consignas.
Respeto que cada uno tenga sus preferencias y odios ideológicos y que libremente aparezcan en lo que escribe, pero creo que la narrativa para ser buena literatura debe permanecer en un saludable distanciamiento y ecuanimidad de la política, porque cuando las palabras se dejan llevar por la ideología se convierten en un panfleto que aplaudirán a rabiar los convencidos con independencia de que sea buena o mala literatura. La calidad pasa a ser algo accesorio, lo que realmente importa es el mensaje; y eso es lo que pasa en la mayoría de estos microrelatos, que de los cincuenta y cuatro tan sólo dos: “La manada” de Sergi Bellver y “La derrota” de Ángel Olgoso pueden considerarse excepcionales desde un punto de vista literario; y otros once: “Tesoro” de Juan Vico; “Crac” de Ricardo Álamo; “La esquina” de Ernesto Ortega Garrido; “El portal invisible” de Ginés S. Cutillas; “A la sombra” de Ada Valero; “Hiperrealismo” de Manu Espada; “Un gran tipo” de Antonio Trujillo; “Seguir caminando” de Jesús Beato; “El pájaro de fuego” de Segio C. Fanjul; “Tiempo” de José Cano y “Las formas del camaleón” de Álex Chico; se salvan de la restante mediocridad.
Y esos once se salvan de esa desoladora mediocridad del resto porque aún no siendo todos iguales de buenos –los hay redondos y completos y otros no tanto- en cada uno encuentro sutileza, enfoque, originalidad, humor, lirismo o habilidad. Se salvan por no ser lo que son los otros: narraciones simples, ridículas, infantiles, patéticas o fuera de contexto.
Y además se salvan porque teniendo como argumento esta devastadora crisis en la que nos hayamos no caen, como hacen otros, en la demagogia llevada al exceso y al absurdo, no convierten a la narrativa en un mensaje más propio de un mitin político que de la literatura.
Por último y por las mismas razones –para mí- de calidad artística alejada del pasquín y la pancarta me gustaría destacar las ilustraciones de Claudio Sánchez Viveros, Santiago Girón, José Carlos Sánchez, Gatoto, Nerea Carpente Tielas, María Jesús Campos, Antonio Ubero, FH Navarro, Francisco Fraga, Joaquín Peña-Toro, Ada García Fernández y Norberto Luis Romero.
Definitivamente “el arte en general”, la narrativa obtienen mejores resultados cuando el “artista”, el escritor desde sus ideas no es sumiso y servil, demagogo o fanático perdiendo su objetividad y un siempre necesario y desapasionado distanciamiento; pero sobre todo cuando para denunciar una situación injusta no se olvida de que con quien debe comprometerse siempre es con el “arte” o la literatura y no con la política.
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“Desahuciados. Crónicas de la crisis”. VVAA. 110 páginas. Vagamundos libros ilustrados. Ediciones Traspiés. Granada, 2013.
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