Herculine Barbin y la sensualidad de los Huaorani
Desde los albores de la modernidad occidental, y sobre todo desde la conformación de la ciencia moderna, temas tan intensos como la sexualidad, el género y la corporalidad humana, fueron colocados sin la menor noción de particularismo y complejidad simbólica, sobre la balanza universalista del conocimiento moderno. En ese sentido, las categorías sexuales y la posición normativa, fueron conjugadas desde el reduccionismo moderno, sin respetar los tintes y matices culturales entorno a la sexualidad en cada rincón del planeta.
A estas alturas de la modernidad, gracias a ciertas corrientes teóricas y planteamientos metodológicos en la antropología, la etnología, la psicología social y la sociología, se han replanteado estos temas procurando no pisar el minado camino del etnocentrismo y la estrechez del determinismo biológico. Desde el construccionismo social, por ejemplo, se desprenden una serie de corrientes que han puesto en las manos de la cultura, la última palabra sobre la diversidad de significaciones, tanto de la sexualidad, los roles, las identidades y colectividades sexuales múltiples.
Sin embargo, en el seno de las sociedades occidentales, desde la posición de pensadores y científicos sociales que se oponen al discurso sexual dominante, han reforzado variadas teorías que apelan al respeto de la diversidad sexual, las cuales han desembocado en connotadas luchas dentro del amplio movimiento queer. Esto es comprensible y hasta justificable cuando pensamos en sociedades que rigen la normatividad de los roles y de la sexualidad, desde esferas institucionales – configuradas desde la estructura juridica de los estados modernos – por mencionar un ejemplo: la salubridad dentro del marco de las políticas públicas. Estas normativas son sostenidas desde el pedestal de los discursos dominantes y opresivos como el patriarcado, el fundamentalismo, el esencialismo y los discursos biologicistas y naturalistas dentro de la tradición judeocristiana y desde la ciencia moderna.
En este artículo no pretendo discutir ni tampoco poner en duda las clásicas prácticas sexuales antes de la era moderna en la cultura occidental. Solamente quiero exponer cómo la modernidad [en su amplio sentido] transgrede el fino tejido de la cosmovisión aborigen entorno a la sexualidad, a través de su discurso de la constitución biológica/psicológica del individuo sexuado. Y uno de los puntos que llama mi atención – y del que quiero partir – es precisamente la cuestión de la constitución de la identidad sexual como principio de la personalidad. Es decir, el vínculo de la identidad individual/personal con la identidad sexual. Esta descarriada idea de la modernidad occidental y concretamente de la ciencia positiva, ha recorrido las ciencias sociales y psicoanalíticas desde Freud, Lévi-Strauss, Lacan, hasta tener una súbita sacudida con Foucault, el cual le heredó al pensamiento occidental contemporáneo, una dimensión crítica de la sexualidad en el complejo entramado del poder.
Partiendo de este punto, es aberrante imaginar esta concepción universalista dándose el lujo de clasificar y categorizar las construcciones simbólicas y subjetivas sobre la cultura sexual de muchos pueblos que ni siquiera contemplan la sexualidad como un aliciente fundamental para el desarrollo de la personalidad. Esta percepción, se cruza entre los rieles de la idea esencialista biológica y la incidencia de la ciencia en los roles de género y sexo a partir de la función de la corporalidad humana, la reproducción, aunada a esta obsesión científica por delimitar la sexualidad con la definición de la personalidad individual.
cada cultura crea sus propias conductas,
normas sexuales, su propia noción del
cuerpo, la sensualidad, el erotismo
En ese sentido, la masculinidad y feminidad edificada en otras culturas del mundo, y sobre todo las que desconocen por completo esta concepción genérica, estarían fuera de la construcción moderna de los roles de sexo/genero y de la noción moderna de la auténtica sexualidad individual. Más aún, cuando pensamos estas culturas ancestrales introduciéndose cada vez más dentro del emergente asistencialismo institucional [en el caso de los países periféricos] por ende, dentro del discurso sexual hegemónico y las políticas públicas sexistas de los estados nación modernos. En ese caso, ¿Dónde quedaría el Berdache de las tribus Ojibway, los Mahu de Polinesia, el Nádle de los Navajo, los hijra de la India, el Machi de los Mapuches e incluso el Bakla de los Filipinos?
Otra cuestión son las construcciones simbólicas de la sexualidad, las prácticas sexuales y toda la cosmogonía que gira alrededor del sexo; las iniciaciones rituales, pautas funcionales, el placer, el tabú y la permisividad. Estas estructuras cognitivas sobre la sexualidad, sólo pueden darse en el terreno primario de la cultura; a decir de las condiciones del medio, la forma organizativa, la jerarquía laboral, el consumo comunal y sobre todo la dinámica de cómo y de qué modo se rige el control y la libertad. Por tanto, cada cultura crea sus propias conductas, normas sexuales, su propia noción del cuerpo, la sensualidad, el erotismo y de este modo cada sociedad se diferencia una de la otra.
Un ejemplo de cómo la modernidad científica ha permeado despóticamente estos discursos sobre la construcción de la personalidad y la sexualidad, es el dramático caso de Herculine Adélaîde Barbin (Francia, 1838 – 1868).
Herculine tuvo una infancia con muchas carencias, pero su desventura no fue su condición social, sino su condición sexual. Le tocó vivir una época en que la modernidad europea transitaba entre el desarrollo imperativo de las ciencias positivas, las ideas políticas progresistas y la rancia organización estamental. En su infancia y pubertad, no tenía definido un cuerpo masculino ni femenino, por el contrario tenía una pequeña vagina y un minúsculo pene con testículos. La confesión de su anormalidad al obispo J-F. Landriot en 1860, luego de un exhaustivo examen médico realizado por el doctor Chesnet y un dictamen legal que definió que era hombre, repercutió drásticamente – en contra de su voluntad sexoafectiva – el rumbo de su vida, abandonando a su pareja, su trabajo, su vida social y terminó suicidándose en 1868.
Sus memorias, casi un siglo después, fueron objeto de intensos debates entorno al discurso sexual del poder, por filósofos como Michel Foucault y Judith Butler.
Pero la modernidad llega de múltiples formas, muchas veces de modos pasivos y violentos. En la amazonía noroccidental, existe un pueblo llamado Huaorani. Ellos están asentados entre los ríos Curaray y Napo, algunos viven en los ríos Yasuni y Conocao al oriente del Ecuador.
Desde hace muchos años, este pueblo indígena se han tenido que enfrentar no sólo a recientes procesos de neocolonización, sino también a la invasión de discursos fundamentalistas llevados por misioneros evangélicos, los cuales han ido menguando las prácticas sexuales/sensuales de estos nativos debido a la evangelización. Esta cruzada evangelizadora, responde a los proyectos de reubicación de las tribus Huaorani para satisfacer los intereses de las corporaciones petroleras como Petrobel, Repsol YPF, Perenco, Petrobras, Maxus, entre otras que explotan el subsuelo de sus tierras ricas en yacimientos.
La modernidad lleva en el discurso de la moral occidental, no sólo el esencialismo biológico, sino la idea misma del desarrollo de la personalidad individual como base inherente de la identidad sexual, provocando por defecto, un desequilibrio en la subjetividad y cosmovisión de la sensualidad ritual compartida de los Huaorani. Esto aunado a la idea moderna del desarrollo y el progreso económico, el cual transgrede y pretende dominar, no sólo el ecosistema natural, sino todo el ecosistema simbólico de los Huaorani.
A pesar de esto, los Huaorani resisten a la dominación e imposición de estos discursos.
la modernidad llega de múltiples
formas, muchas veces de modos
pasivos y violentos
Este grupo indígena aún vive en chozas que están relativamente cerca de los ríos. Aún usan sus huertos tradicionales para la siembra de madioca, papa y otros cultivos domésticos. Tienen un vasto conocimiento de plantas medicinales, viven de la caza y recolección y su vida espiritual está estrechamente ligada con la selva, por tanto para ellos no hay diferencia alguna entre el mundo físico y el mundo espiritual. A sus chozas las denominan como «casas largas», son de organización uxorilocal y en cada una viven entre 20 y 30 personas. Su pirámide se compone de una pareja mayor. Ahí pueden vivir sus hijas casadas, los hijos de sus hijos o hijas indistintamente incluyendo a sus hijos solteros.
Estas tribus, en general siempre escaparon al reduccionismo genero/ sexo de la modernidad occidental, ya que para ellos no existen estas categorías ni siquiera la dimensión constitutiva del rol de los sexos [a la usanza moderna]. Para los Huaorani, la sensualidad no está determinada por los genitales, tampoco es exclusiva de la heterosexualidad de los mayores. Los Huaorani no sexualizan la sensualidad, pues, los placeres del cuerpo no se distinguen de otros afectos y placeres cotidianos como el dormir juntos, compartir el alimento, acariciarse entre ellos, quitarse los piojos, darse masajes y besos en el cuerpo, etc. Es lo que ellos entienden como “bienestar común”.
En esta cultura no existe una noción de la sexualidad occidental, como tampoco categorizaciones que diferencien unos comportamientos sexuales de otros, además, en este entramado de simbolizaciones sensuales, tanto los niños, jóvenes como adultos, participan de dichas actividades cotidianamente, puesto que en esta cultura no existe un pre-requisito cronológico para la madurez sexual.
Tampoco es determinante la atracción sexual entre hombres y mujeres, pues aquí la bisexualidad, la homosexualidad y la heterosexualidad no están en su imaginario, y se practican dichas actividades indistintamente, puesto que es inexistente la noción central de la heterosexualidad, salvo para la reproducción. En este caso, los hombres tienen el permiso de acostarse con mucha naturalidad con la misma mujer (que pertenezca a la misma casa larga y que los hombres sean hermanos del marido) ya que la mujer necesitará de varias inseminaciones para poder alcanzar el embarazo. Para ellos el bienestar promiscuo o la sensualidad comunal, es el modo idóneo para sostener entre todos la economía de la casa larga, pues se comparten absolutamente todas dimensiones de la vida cotidiana, incluyendo la extendida dinámica del placer sensual.
Ciertamente, a la mentalidad occidental le resulta difícil comprender que existan grupos humanos que no eroticen las relaciones íntimas, sobre todo cuando en nuestra cultura occidentalizada, la sexualidad se encuentra bien incrustada en el imbricado drama de las relaciones de poder. Por esa razón, el discurso dominante de la monogamia, el naturalismo heterosexual, el tabú del incesto, el dualismo moral de la tradición judeocristiana; son los componentes «civilizatorios» de esta violenta empresa doctrinal orquestada por los misioneros evangélicos en tierras Huaorani. Así, paradójicamente la modernidad científica, extractiva, individualista, logocéntrica, tecnológica y económica entra aliada con este discurso para cumplir su moderno papel universal.
Estoy seguro que si Herculine Barbin hubiera nacido entre los Huaorani, indudablemente hubiera experimentado libremente su sensualidad como cualquier ser sexuado sin restricciones de su género y su especial constitución sexual. Adentro de su casa larga, le daría de comer a sus congéneres carne de mono o mandioca cocida en la boca. Luego del que hacer cotidiano, se acostaría plácidamente en una hamaca compartiendo caricias, juegos y cantos con niños, jóvenes y adultos en un torbellino de sensualidad compartida: como un individuo autónomo, autorealizado en su corporeidad, sexualidad y con plena realización de todas sus potencialidades.
Larry Montenegro Baena
Director de La Tribu Posmoderna.
www.montenegrobaena.blogspot.com
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