David Cortés Cabán: «En el solitario oficio de la poesía llevo desde que estaba en la escuela»

Por Juan Manuel Rivera

David Cortés Cabán

 

Hay que aprender a tachar y corregir, a tirar al bote de basura lo que no sirve. Hay que desarrollar una conciencia crítica para poder crecer como poeta y lector del que   mismo hace.

Tuve la fortuna de toparme con el poeta David Cortés Cabán hace muchos años en Nueva York. Para entonces yo era un joven profesor de literatura en el Hostos Community College de la City University of New York, y David era uno de los alumnos que le daban gloria al «colegio» por su motivación intelectual y sus afanes literarios. Recuerdo que, equivocándose de médico pero con absoluta fe en la medicina, en una ocasión David me hizo entrega de un voluminoso manuscrito conteniendo sus poemas. Una semana después nos reunimos a conversar sobre su obra. David no podía contener el deseo de conocer mi parecer sobre sus poemas. Creo que lo decepcioné. Sus poemas, nacidos de una desbordada sensibilidad muy suya, eran sin embargo un remedo del romanticismo desgastado, matizado por cierto brillo modernista. No le oculté mi opinión, pero tampoco insistí en ella. David se puso triste. Aproveché su silencio para escribir  en una hoja amarilla algunos nombres de poetas vanguardistas y contemporáneos y se la extendí. Al par de días me lo encuentro en el pasillo  del aula. “Ya he empezado a leer la obra de uno de los poetas que usted me dio. Esto es otro mundo.” Mi alegría ante su reacción tan constructiva no culminó aquí. Un mes más tarde, David me trae un nuevo manojo de poemas.

Era otro mundo.

Estamos con el poeta en un  del Viejo San Juan, propiedad de éste. El poeta acaba de regresar de un  a  la noche anterior y parece que no ha dormido ni descansado lo suficiente. Aun así, accede con suma amabilidad a conversarnos  y azares.

David, sabemos que acabas de regresar del Festival de Poesía de Cali, Colombia. ¿Podrías explicarnos un poco tus  de este viaje?

—En el corto tiempo que pasé en Cali, la ciudad dejó en mí una impresión de ternura y admiración. Cali es una ciudad hermosa por el contraste de sus edificaciones y la calidad humana de su gente. Hay que admirar en la hechura de sus edificios el contraste entre lo  moderno y lo colonial. El Museo de Arte Moderno «La Tertulia» es una admirable construcción; como también lo es el Teatro Municipal y la hermosa Catedral de Santiago de Cali, representativa del  barroco, sin dejar fuera tampoco la iglesia San Francisco de Asís con su hermosa torre mudéjar que parecería estar resguardando la ciudad en amorosa complacencia. Por otro lado, la Avenida Colombia o Bulevar del  Río Cali, le da un aire clásico y solemne a la ciudad. El Río Cali pasa casi como un susurro imperceptible. La ciudad tiene un clima cálido y agradable que parece invitar al extranjero a pasearse cómodamente por sus plazas y avenidas llenas de gentes respetuosas y amigables.

Tu participación ¿se limitó a compartir tu poesía en público? ¿No hubo algún conversatorio entre poetas?

—Tuve ocasión de participar en dos lecturas. La primera en una biblioteca pública comunitaria donde se reunió un atento grupo de personas, entre ellas, algunos niños de la comunidad. Participé junto a la poeta Elvira Alejandra Quintero y la joven ganadora del Segundo Premio de Poesía que ofrece el Festival para promover el amor a la literatura. Leímos algunos textos y motivamos a las personas a participar y a expresar sus inquietudes y sentimientos sobre la poe-sía y el oficio del escritor. se dio dentro de un ambiente de interés y de suma cordialidad. Mi segunda participación se realizó en el Teatrino de la Tertulia (una especie de anfiteatro al aire libre) junto a los poetas Luis Armenta Malpica (de México), y los poetas colombianos Nelson  Guzmán, Jotamario Arbeláez, Elvira A. Quintero, Águeda Pizarro y Rómulo Bustos. Todos con sus estilos singulares en el sentido de sus temáticas y el lenguaje de sus textos. Me impresionó que aún con la  ligera que comenzó a bautizar el final del acto, el público (cerca de 300 personas) se mantuvo atento y respetuoso hasta el final; creo, sobrecogido por la  magia de la poesía.

¿Cómo compararías el fervor por la poesía que notaste en Colombia, y que has vivido en  otras ocasiones en Venezuela, con lo que has visto en NYC o en Puerto Rico?

—El fervor por la poesía en Cali es notable y contagioso. Cali es una ciudad que se interesa por la poesía y por sus poetas. De hecho hay una plaza dedicada a escritores caleños. Allí, a manera de homenaje amoroso, hay una estatua en bronce dedicada a Jorge Isaacs. Pero te digo que hay un interés sincero y admirable  en todo lo que allí se hace. Y se logran cosas importantes porque todas las instituciones promueven y ayudan a que estos festivales se lleven a cabo. Te nombro, por ejemplo, el Ministerio de Cultura, la Alcaldía de Cali, la red de bibliotecas públicas, la Organización de Jóvenes Cristianos, y el apoyo de otras entidades privadas que ahora no recuerdo. Me sentí sumamente agradecido de compartir con poetas nacionales y extranjeros que poseen ya una obra y un nombre reconocidos, algunos más y otros menos, en sus países y fuera de sus fronteras. Fue de particular emoción volver a compartir con el poeta Horacio Benavides a quien conocí en Caracas en la Feria Internacional del Libro de Venezuela, 2012 (FILVEN) y quien amablemente me invitó a su casa y a caminar y conocer algunos lugares de la ciudad. Caminar que reanudé más tarde con el poeta mexicano Luis Armenta Malpica y la poeta colombiana Elvira Alejandra Quintero que también nos dio un recorrido por la ciudad. Creo que todas estas nuevas voces son sumamente importantes para tener una idea más real y profunda de la nueva poesía hispanoamericana.

¿Cuántos años llevas ya en este oficio de poeta?

—En el solitario oficio de la poesía llevo desde que estaba en la escuela secundaria de Arecibo, la «Escuela Antonio Lucchetti». Pero fue en la «Escuela Intermedia José W. Padilla» que despertó en mí el interés y la pasión por la poesía. En aquella época no tenía predilección ni conocimiento de autores ni de estilos. Esto tampoco creo que hacía falta. Leía todo lo que caía en mis manos. Lo importante a esa edad, creo, es sentir lo que dice la poesía, dejarse llevar por la carga emocional que ésta encierra. En aquel entonces una de mis maestras nos hizo probar algo de Gustavo A. Bécquer, Juan Ramón Jiménez y Rabindranath Tagore. Sentí algo que no podía explicar pero que me conmovía profundamente.

¿A qué edad aproximadamente hiciste los primeros pinitos de poeta?

—Creo que tendría unos 15 años cuando comencé a escribir mis primeros versos. En la escuela secundaria ya escribía algunos poemas de tono modernista; pero no fui ningún niño prodigio sino que fui creciendo… En realidad lo que escribía en aquellos años de mi primera juventud eran textos impregnados de tonalidades modernistas. Nada recuerdo de aquello que valga la pena. Sí, creo que le mostré algunos poemas a la bibliotecaria de la escuela, una señorita de 60 años que quedó encantada. Pienso que estaba tan ciega como yo, pero me animó a que siguiera escribiendo y esas palabras tuvieron mucho peso en mi inconsciente. También hubo una maestra de español que mirándome de soslayo me dijo que yo tenía cierto parecido con José de Diego. (¡!) Creo que lo dijo por hacerme sentir bien y no por mofarse. Luego, después de mirar las fotos de De Diego y de leer sus textos he comprobado que él era mejor parecido y mejor poeta que yo.

¿Cuáles fueron tus primeros referentes literarios? ¿Qué poetas leías y admirabas de pequeño que posiblemente te ayudaron a ir forjando a tropezones tu voz poética de infancia?

—Mis primeros referentes fueron todo lo que leía con un afecto desmedido. Todo lo que estaba escrito en verso. Y de los poetas románticos más conocidos, Bécquer; y de los otros, Juan R. Jiménez, al que he seguido leyendo. Pero también el Neruda de Veinte poemas de amor y una canción… Los poetas puertorriqueños Luis Lloréns Torres, Julia de Burgos, Luis Palés Matos también dejaron una huella. Leía los libros que podía conseguir en la biblioteca pública de mi barrio, hoy desaparecida para siempre. Muchos de estos poetas, incluyendo al máximo representante del Modernismo, Rubén Darío, me ayudaron a entrar al mundo de la poesía.

¿Hay un hilo conductor en tu evolución, o en algún momento se produjo una crisis, sí, una ruptura con lo que hasta entonces habías considerado «poesía»?

—El hilo conductor a que te refieres me lo dieron las lecturas mismas que me ayudaron a sentir la poesía de una forma especial. A través del tiempo fui aprendiendo y desaprendiendo en los cursos de literatura que tomé en los colegios y universidades a los que asistí. La ruptura… Es que uno evoluciona y comienza a romper con aquellos hábitos que creía que tenían mucho valor. Algunos escritores que comienzan  a escribir sus primeros versos se aferran a estos hábitos y esto les impide avanzar y/o evolucionar en su visión poética. La poesía debe ir en pareja andadura con los tiempos. Esto lo saben muy bien los cantantes y compositores, por ejemplo los que están en esos ritmos de reguetón y de rap o reggae. Ellos saben bien qué es estar a la moda aunque esto, como sabemos, es cuestión de evolución social, estilos y gustos. Yo, por mi parte, considero que la moda no es la mejor vía para escribir una poesía que esté a la altura de los tiempos.

¿A qué edad sientes que se produce un cambio radical en tu poesía y dónde (en Puerto Rico, o ya en los EEUU)?

—En verdad el cambio no fue radical sino gradual. Se fue dando a través de mis experiencias de lector y de mis estudios universitarios. Ingresé al colegio universitario tarde, a los 23 años, en Nueva York. Los cursos de Literatura Hispanoamericana que un profesor de cuyo nombre ya no puedo acordarme (¡jajajá!) impartía en Hostos Community College (CUNY) y los de poesía ofrecidos por la poeta Diana Ramírez de Arellano en el City College o el crítico y profesor José Olivio Jiménez en Hunter College, me ayudaron a conocer el rumbo de la poesía y de la literatura contemporáneas. Pienso que tuve mucha suerte. Tener excelentes profesores que en la disciplina de la literatura daban mucho más de lo que se podía esperar, ya no se destila. El sentido humanista que investía a aquéllos los convertía en guías y mentores del estudiantado. Eran  profesores de una profunda solidaridad humana, y esto es poco común en algunos centros universitarios de hoy.

¿Crees que hubieras sido el mismo poeta que eres de haberte quedado viviendo en Puerto Rico?

—Pienso que si me hubiera quedado viviendo en Arecibo, posiblemente mi destino hubiera sido otro; como es natural, por las condiciones y las situaciones que allí se dan. Creo que por la realidad misma de la emigración, mi vida tomó otro giro, por mis circunstancias personales y por mi relación con los libros y la escritura. La experiencia de la emigración siempre es dolorosa para cualquier persona, no importa su lugar de origen e independientemente de las circunstancias. Esta experiencia no sólo transformó mi vida sino también la de miles de puertorriqueños de mi generación que se vieron (que se ven) obligados a emigrar. En el momento que salí de la Isla no imaginaba cómo iba a ser mi futuro, nadie sabe esas cosas. Toda vida es un proyecto que se va realizando de forma impredecible y grano a grano. Vivir es un proyecto que está condicionado por muchas situaciones, experiencias y circunstancias. Las experiencias son las que transforman la existencia de todo ser humano. Todos vamos adquiriendo otra percepción de la realidad a través de los años. En mi caso siempre persistió el entusiasmo por la lectura y la poe-sía. Y una voluntad de trabajo que me ha ayudado a seguir adelante. Mi vida se ha transformado, como ocurre con la de todo el mundo. Ahora, desde la distancia de la adultez, puedo contemplar el camino recorrido y sé que aún hay más camino por recorrer. Creo que mi vida hubiera sido completamente diferente si me hubiera quedado viviendo en Arecibo. A lo mejor hubiera sido carpintero como mi padre, o quincallero, o vendedor de periódicos en una esquina.

¿Conservas algunas reliquias (poemas) de tu prehistoria como poeta?

—Por mi salud mental, no conservo nada de aquellos tiempos. En este sentido entiendo muy bien lo que han hecho muchos escritores y lo que hizo Bécquer mismo cuando llegó a Madrid con los poemas que llevaba en un arca, los escritos en Sevilla: se deshizo de ellos. No daban la medida de sus nuevas expectativas.

Ya en tu etapa adulta como poeta, ¿qué voces cardinales puedes reconocer que ayudaron a forjar la tuya o a trazarte una ruta?

—La poesía o cualquier género u oficios que uno siga es un trazarse caminos. Yo he tratado de trazarme mi propia ruta con la ayuda de los poetas que he leído y con la de los poetas amigos que han leído mis versos. Todos, de una forma u otra, me han influido para bien. En este sentido no puedo hablar de una sola voz, sino de muchas. Esto es así desde que tuve la idea de que la poesía requiere de tiempo y trabajo. Tiempo, para asegurarse de que lo que uno escribe se sostenga por su propia calidad; y trabajo, para corregir y pulir las asperezas del oficio. Hay que aprender a tachar y corregir, a tirar al bote de basura lo que no sirve. Hay que desarrollar una conciencia crítica para poder crecer como poeta y lector del trabajo que uno  mismo hace.

¿Cómo definirías tu poética? ¿Cuáles son los lineamientos generales de tu hacer poético?

—Para ser honesto, nunca he tratado de cuestionarme los lineamientos que sigue mi poesía. Creo, sin embargo, que la pregunta es interesante porque pone a uno frente a su yo lírico y a lo que uno ha logrado, si ha logrado algo, a través del tiempo. Mi poesía se ha ido construyendo sobre mis experiencias y recuerdos. No busca exaltar ninguna situación en específico. Habla de las cosas que nos acontecen a todos en un lenguaje claro y directo. El sentido de las imágenes me es grato porque le dan un matiz sorprendente y novedoso al lenguaje. Pero los temas que trato son los mismos temas de siempre, los que aparecen en la literatura a través de todos los tiempos: la soledad y el silencio, la muerte y la vida, el amor y la amistad, el paisaje de la patria, la memoria y el olvido, en fin: la búsqueda de uno mismo en un lenguaje que refleja un imaginario variado y múltiple.

Fue Rubén Darío el “aprontao” que se atrevió a decir: ‘¿Quién que es, no es romántico?’ ¿Cómo te defines en relación a esa aseveración del genio nicaragüense?

—La influencia de Don Félix Rubén García Sarmiento ha sido profunda y permanente. ¿En  quién no ha dejado una influencia Rubén Darío? Somos románticos de algún modo. Solamente hay que escuchar los boleros para darse cuenta del romanticismo que impregna las melodías populares. ¿Hay algo más romántico que estas composiciones? Rubén Darío dijo una gran verdad: ¡todos somos o hemos sido románticos! Creo que en mi poesía existen estos elementos que matizados con otros rasgos y expresiones sentimentales provocan este sentimiento. Pero creo que el  romanticismo siempre ha existido en todas las relaciones y manifestaciones humanas. Y en la historia de la literatura el romanticismo fue un estilo, una tendencia, una explosión de ideales y una rebelión del yo contra las posturas más académicas del neoclasicismo. En mi poesía la tendencia romántica existe con diferentes tonalidades y matices. Si fijas la mirada en el Cancionero, o en los textos de Quevedo o de Lope de Vega, o en nuestros días, verás anticipos (o residuos) de poesía romántica, aunque en algunos poetas este romanticismo se refleje más descarnadamente que en otros.

 

poesía david cortés cabán

 

¿Cuántos poemarios tienes a tu haber?

—He publicado seis libros en total, entre ellos una selección antológica de mis poemas. Mi primer poemario salió publicado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1981; se llama  Poemas y otros silencios. Los otros, en orden de publicación, son: Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájarosantología personal (2004), y el más reciente, Islas (2011).

¿Siguen todos tus poemarios una línea identitaria homogénea o para ti cada libro inicia una nueva poética?

—Como sabes, dentro de un libro siempre existen nuevas temáticas y matices. Yo pienso que cuando uno elabora un texto éste debe ir trascendiendo lo ya hecho aunque los temas al parecer sean los mismos; o puede que sean las mismas temáticas tratadas desde distintos ángulos. Pienso que un escritor siempre debe trazarse nuevos caminos, debe evitar la autocomplacencia y buscar tonos que proyecten el sentido de evolución que debe mostrar la obra.

Insisto en la pregunta anterior de otro modo: ¿encuentras que tu libro más reciente ya estaba de algún modo insinuado en tu primer poemario?

—Puede que sí, pero no te lo puedo asegurar ciertamente. Lo que sí puedo decirte con seguridad es que cada libro de poemas marca sus propios tonos y características. Es decir, va proyectando su modo de acercarse a las cosas. La voz del autor puede variar de acuerdo a la nueva perspectiva. Pienso que cada libro encierra una imagen distinta condicionada por las experiencias que van entrando en la vida de un escritor. Todo esto hay que acomodarlo de acuerdo a la época y el tiempo en que el poeta escribe.

¿De qué variaciones estilísticas o temáticas eres consciente que van tomando lugar en tu poesía a medida que avanzas?

—Posiblemente de la depuración misma del lenguaje, del modo de vivir la experiencia poética, de la forma de sentir la cotidianidad y de acercarme a mi realidad. Pero las variaciones y temas de mis poemas no nacen “a priori”, como parte de una agenda predeterminada. Creo que en la medida que uno avanza en la escritura van apareciendo nuevos motivos y asuntos que añaden otras dimensiones a la obra.

Tu disciplina de trabajo, ¿se rige por un plan concertado, o se acomoda de manera informal a las cotidianidades del día y sus demandas?

—Escribo cuando puedo y cuando siento la necesidad de escribir. En realidad no tengo un horario fijo o especifico, aunque sabemos que hay muchos escritores que se ajustan a un horario riguroso de trabajo.

Se dice que “Muerte sin fin”, esa obra capital, le tomó once años al poeta mexicano José Gorostiza. Esto contradice de forma dramática la creencia popular de que las obras de arte caen como maná milagroso. ¿Recuerdas casos en que algún poema te haya hecho esperar por el verso de cierre (pongamos por caso) por semanas o meses?

—Un poema puede tomarse el tiempo que el poema mismo exija. Hay que tener voluntad y paciencia para corregir y pulir lo que uno escribe. Hay que estar consciente de que no todo lo que uno escribe es publicable. Hay momentos en que un poema puede ser espontáneo, pero luego viene la revisión y el trabajo de pulir. El lector ve el producto terminado, pero no conoce el tiempo ni el trabajo que costó producir un poema o un cuento, una reseña, o cualquier otro tipo de escritura. El sentido de espontaneidad (a secas) no forma parte de mi proceso creativo. En este sentido te puedo hablar de mi libro inédito,Presencia de lo efímero. Es un poema largo de temática amorosa cuyas estrofas breves me han tomado bastante tiempo. Y el libro en su totalidad me ha llevado un par de años. Cuando uno quiere que las cosas salgan bien, lo mejor es esperar y releer muchas veces lo que uno escribe y, si es posible, compartir esa escritura con algún amigo que entienda de poesía. Yo no creo en el sentido milagroso de la espontaneidad. Lo que sí puede ser espontáneo es un verso, el embrión de un verso o la estrofa de un poema que luego el poeta irá trabajando y puliendo hasta que adquiera el sentido y la forma deseada. Pero la espontaneidad puede ser un engaño en el proceso creativo. Hay que cuidarse de la espontaneidad. La escritura, no importa el género que sea, necesita voluntad de trabajo y dedicación. Hay que trabajar la obra y restarle importancia al tiempo, si en verdad uno quiere que lo que se escribe tenga valor ético y literario.

D’ Alembert, un ser humano que al nacer fue dejado en una canastilla frente a una iglesia de París, y vivió para ser un prodigio matemático y un sabio co-fundador de la Enciclopedia, dijo en una ocasión: La ley rigurosa, pero injusta, que nuestro siglo impone a los poetas, hela aquí: solo considera ya en verso lo que encontraría excelente en prosa. En su siglo, que fue de grandes contiendas verbales, D’ Alembert veía un prejuicio a favor de la prosa. ¿Sientes como el francés, o ves el asunto del verso y de la prosa sin jerarquías?

—Pienso que es cuestión de gustos y afinidades estéticas. Yo prefiero el verso libre pues me da libertad de decir lo que deseo sin ajustarme a una métrica o un ritmo especifico. No me gusta establecer jerarquías entre poesía y prosa. Ambas formas son esenciales y resulta arbitrario separarlas.

¿Te has visto tentado alguna vez a cambiar de género, digamos a dejar la poesía por la novela?

—No. En verdad nunca me he visto tentado por otros géneros literarios. Me quedo en lo que hasta ahora estoy aprendiendo a hacer. Nunca me ha interesado incursionar en la novela. Toda-vía necesito aprender más de la poesía ¿cómo voy a dejar el camino andado por el camino que apenas conozco? Hay quienes han sido magníficos escritores en varios géneros. La historia de la literatura está llena de estos casos. Yo, en cambio, prefiero quedarme con la poesía.

¿Cuál es tu relación con la actual literatura puertorriqueña?

—Reconozco que he sido un mal lector de literatura puertorriqueña, especialmente de la poesía. No conozco, como quisiera conocer, a los poetas de la nueva generación pero, como sabes, este desconocimiento se debe en parte a factores de los cuales todos estamos conscientes.

Siempre he sentido amor y admiración por la literatura puertorriqueña. Aunque vivo en Nueva York, creo formar parte de la literatura puertorriqueña. Pero no sé si la crítica isleña lo entiende de este modo.

¿Sostienes vínculos cotidianos (telefónicos, Internet) con escritores de la Isla, o tus relaciones son más con sus creaciones que con los creadores de nuestra literatura?

—Puedo nombrar algunos escritores que tienen ya una obra importante pero mi contacto con ellos es a través de la lectura de sus libros y de las reseñas que de vez en vez leo en la Internet. Tengo que conocer sus obras, especialmente la de los nuevos poetas pues presiento que están aportando otras propuestas y temas que nos conciernen a todos.

¿Existe un bloqueo real entre los poetas de la Isla y los de la Diáspora, o esto es solo un rumor malintencionado o una impresión superficial que se esfuma tan pronto uno cae en San Juan o los escritores de acá caen en NYC?

—El bloqueo a que te refieres es real. Yo, aunque regreso a Puerto Rico todos los veranos,  puedo decirte que a veces somos tan invisibles en la Isla como lo somos en Estados Unidos. Pero esta realidad no debe desanimar al escritor que vive concentrado en su trabajo y no va tras el reconocimiento pasajero. Hay que reconocer, además, que muchos de los poetas que viven en la Isla suelen a veces ser tan invisibles en otros países (a excepción de unos pocos nombres muy bien establecidos) como lo es cualquier hijo de vecino. Esto no me lo invento yo, lo puede comprobar cualquiera que se asome a las librerías Barnes & Noble de Nueva York buscando un libro de algún autor o crítico puertorriqueño.

¿Has sido alguna vez invitado a participar de alguna actividad literaria de ‘verga dura’ en la Isla?

—Solo he recibido invitaciones de la Junta Directora del Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico (FIPPR), al que hubiera tenido que asistir por cuenta de mi propio bolsillo.

—¿Cuáles dirías que son las razones principales para que este bloqueo, rechazo, desconocimiento o “extrañamiento” mutuo se siga dando entre los escritores de la «band’ allá» y los de acá?

—Creo que se debe, sobre todo, al desconocimiento o falta de interés para conocernos mejor. Los egos y actitudes influyen mucho en la percepción de nuestra realidad. También nos faltan estructuras y súper lectores poco prejuiciados. Hoy echamos de menos la presencia de gente como la estupenda crítica Josefina Rivera de Álvarez, quien no escatimó esfuerzos en presentarnos como una “generación en perspectiva” en aquel excelente libro, Literatura puertorriqueña: su proceso en el tiempo.

 

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Islas… Viví cerca de 30 años en NYC y pude comprobar que nuestra fragmentación allá, aunque muy distinta a la de acá, también es perniciosa. Por ejemplo, el brazo de mar que separa a los escritores puertorriqueños que escriben en español y los que escriben en inglés es casi tan insalvable como el que nos balcaniza acá. ¿Qué opinas?

 ¿Crees que hay modos de remediar ambos abismos? ¿Cuáles?

—Imagino que si hubiera un interés genuino de ambos lados, las cosas serían diferentes. Pero me duele pensar que no es así. El desconocimiento mutuo es real pero esto podría cambiar. Hay que crear nuevos puentes para compartir nuestras realidades e inquietudes, crear una realidad más solidaria frente a los nuevos retos que vivimos.

En toda época (y ésta no es excepción) ha habido un vacío “generacional” entre los escritores. ¿Cuál es tu relación con los poetas puertorriqueños más jóvenes?

—Te soy honesto. No tengo relación con los poetas jóvenes de la Isla. Me es desconocida la producción poética de muchos de ellos. Y lo mismo creo que ocurre con ellos respecto a mi trabajo y a otros poetas que residimos en Nueva York. Pienso que el joven poeta Ángel Antonio Ruiz está haciendo un gran trabajo en su Editorial Erizo. Ha venido proyectando las nuevas voces que van formando el mapa de nuestra poesía actual. He leído algunos textos de Ángel Antonio Ruiz en la Internet y siento que es un poeta consciente de su trabajo y de los textos que publica en su editorial. Y, aunque no lo conozco personalmente, me llena de alegría el trabajo que está realizando. Ojalá que haya muchos jóvenes con la voluntad y ética de trabajo que Ruiz tiene.

La pintura que los poetas varones hacen de la mujer resulta bastante problemática, especialmente para las nuevas lectoras. ¿Te enfrentas de manera consciente a esta problemática en tu poesía, o tratas de ser lo más espontáneo posible sin preocuparte por el cuadro que dibuje tu estética?

—No te puedo contestar esta pregunta de un modo honesto.

¿Crees que los poetas (de ambos sexos) están abordando como es debido ciertas temáticas cruciales a que nos expone el siglo XXI?

—Pienso que en la década del 70 surgieron nuevas tendencias, particularmente por las escritoras que exploraron en sus obras temáticas feministas y dieron un sentido de libertad en un lenguaje que retaba abiertamente las posturas y convencionalismos sociales de la época. Creo que esta visión se ha dado más en la novela y el cuento. Luego ha repercutido en la poesía con temas que exploran el cuerpo y el placer, el amor y la complejidad social frente a la sexualidad y otros temas que anteriormente parecían fuera de lugar. Pero el siglo XXI parece que será tan conflictivo como el siglo anterior. El modo en que las literaturas de este siglo reflejen las dolorosas y escabrosas situaciones que sufre la humanidad depende de la visión y la postura que los escritores asuman en sus obras. No creo, sin embargo, que hay que exigirle a un escritor que asuma esta o aquella posición. Creo que lo único que podemos exigirle a un escritor, desde el punto de vista literario, es que escriba bien. Y desde el punto de vista moral y ético, que no se venda a las ideologías y los intereses del mundo capitalista. Por eso, creo que los temas que un escritor aborde en su obra tienen que ser afines con su realidad. No podemos obligar a nadie a escribir lo que a uno le interesaría leer; aunque soy de la opinión de que el escritor debe manifestar un compromiso por lo que ocurre a su alrededor. No se puede adoptar una actitud de silencio ni de indiferencia ante las injusticias sociales.

Julian Assange, Bradley Manning, Edward Snowden… ¿Nos estamos aproximando a tientas y a ciegas a la concepción de un nuevo universo que aún no define sus perfiles? ¿Estamos en los albores de una nueva era?

—Sí. Estamos ante los albores de una nueva era que está tratando de buscar una salida a los grandes males que afectan la humanidad: los poderes hegemónicos que tratan de controlar el mundo, el capitalismo, las oligarquías recalcitrantes y monarquías anacrónicas, el latifundio que todavía existe en muchos países de Latinoamérica, la brecha cada día más profunda entre ricos y pobres, la miseria en que vive la gran mayoría de los seres humanos, las riquezas desmedidas en mano de unos pocos, y la carencia de servicios por millones de seres que mueren cada día en el mundo… Todo esto es producto en cierta medida de la avaricia rampante que promueve el sistema capitalista.

¿Cuántos años llevas viviendo en EEUU?

—Llevo tantos años fuera de mi país (casi 38) que ya casi he perdido la cuenta. Llegué a Nueva York pensando (como muchos emigrantes) que iba a estar uno o dos años para luego regresar y establecerme definitivamente en la Isla, pero el destino cambió mis planes. Ya puedo cantar y hacer mía aquella canción que llevamos tan hondamente en el corazón todos los puertorriqueños: “En mi Viejo San Juan / cuántos años….” (Yo, por mi parte, tendría que cambiar un poco la letra: “En mi Viejo Arecibo / cuántos sueños forjé / en mis años de infancia…”)

Como ya has insinuado en esta entrevista, algo valioso debes haber recibido de la pena del exilio. ¿Están ya esta nación y la ciudad de NY incorporadas a tu poesía?

—El exilio es como un trago amargo, pero también es un trago aleccionador. Te permite ver la realidad desde distintos ángulos, y te permite también reencontrarte y estar más consciente de tu identidad. Como toda vida es un aprendizaje, uno aprende muchas cosas en el transcurso de ese viaje (para usar aquí esta metáfora que tan bien se ajusta a tu pregunta), que se termina físicamente con la muerte. El exilio te permite una visión más profunda sobre quién eres y cuál es tu realidad social respecto a los otros grupos étnicos (latinos o no) que han emigrado, te permite también reflexionar y poner en una balanza tus diferencias, actitudes y referencias culturales ante la idiosincrasia y el estilo de vida estadounidense. Allá nos percatamos de que estamos más cerca, y somos más afines al Caribe, a Latinoamérica y a España que a los Estados Unidos. Esto lo sabe mucha gente, pero más de cien años de colonialismo sajón crea una confusión tremenda. Y no digo esto por resentimiento o animadversión hacia el pueblo norteamericano, sino porque es una realidad tan clara como el agua, pues somos un pueblo con una cultura y una visión de la vida totalmente diferentes a la estadounidense.

Las influencias del ambiente sobre una persona determinan a veces el rumbo y la posición que ésta tomará. En mi caso no puedo decir que todas han sido negativas pues en Nueva York hice mis estudios universitarios, allí conocí a la que hoy es mi esposa, allí nació mi único hijo, allí conocí también a excelentes profesores y poetas con los cuales mantengo una bonita y duradera amistad. Pienso que toda ciudad a la que uno llega como emigrante se convierte en un laboratorio de expectativas y luchas, de anhelos y ansiedades. A veces cosas negativas suelen destruir la fortaleza humana y uno tiene que  sobreponerse y luchar contra la soledad y el olvido, contra la discriminación y el prejuicio, contra todos los obstáculos que se interponen para hacernos difícil la vida.

¿Has logrado establecer vínculos con poetas estadounidenses?

—La única poeta «americana» que conozco es la excelente Elizabeth Macklin. Esto es así porque no está en el interés de los escritores estadounidenses conocer y tener vínculos con escritores puertorriqueños, aunque puede haber siempre la excepción.

¿Vives relativamente aislado o tienes algún grupo con el que compartes tus trabajos con cierta regularidad?

—Comparto en Nueva York o cuando vengo a Puerto Rico con pocos amigos. En realidad vivo un poco aislado como suele vivirse en Nueva York. Pero comparto mis reseñas con amigos como el crítico y traductor Orlando José Hernández que siempre me ha ayudado con sugerencias y señalamientos oportunos. También conozco un buen grupo de excelentes poetas dominicanos, ecuatorianos, peruanos y mexicanos, pero no solemos reunirnos para leer nuestros trabajos, a menos que nos encontremos compartiendo en una misma lectura programada por alguna institución.

Se sabe de un fenómeno cultural que siembra luto. La pérdida de las librerías hispanas de NYC es el equivalente, en la ficción, a la huida del Sabio Catalán de Macondo. A partir de ahí, el mundo decadente será tragado por las hormigas. Ante ese escenario desolador para los amantes del libro, la presencia literaria de los boricuas y de otros grupos hispano/latinos en NYC, ¿ha encontrado la forma de fortalecerse o ha decaído en los últimos años?

—Pienso que ha decaído. Librerías como Macondo y Lectorum, ubicadas hasta ayer en la calle 14, han desaparecido. En Lectorum, como recordarás, se hacían presentaciones de libros y asistía un gran público interesado en la literatura. Hoy día no existe nada de esto. Por otro lado, los departamentos de literatura de CUNY ya rara vez promueven algún acto poético o algún encuentro cultural. Las cosas van cambiando con el tiempo, pero cambian en este caso para lo peor. Son tiempos difíciles para la poesía puertorriqueña en Nueva York; me refiero a la poesía escrita en español. La Ciudad siempre ha sido un espacio cultural agitado y lleno de sorpresas y novedades, pero en lo que respecta a la exposición de nuestra poesía me parece muy pobre. No podemos juzgar nuestra experiencia personal como poetas puertorriqueños con todas las otras manifestaciones artísticas que ocurren continuamente en Nueva York. Sabemos, por supuesto, que allí está el Instituto Cervantes y El Centro Rey Juan Carlos I en New York University, pero estos centros son para un público que, como suele decir la crítica, puede resultar excluyente.

Además de poeta, eres reseñista, comentador de textos y crítico. ¿Son tareas complementarias de tu hacer poético o las ves como oficios marginales al del poeta?

—De vez en vez escribo una que otra reseña, pero no soy un reseñista en el amplio sentido de la palabra. Es decir, no poseo la facilidad de esos críticos que sacan semanalmente una reseña en los periódicos. Las reseñas son también una parte de mi oficio y me deleita escribirlas pues aprendo mucho cuando examino los elementos y los temas que hacen posible y tangible la estructura de un libro, pero no soy un reseñista de oficio. Las reseñas ayudan a conseguir otra óptica de los libros que he leído o los que llegan a mis manos a través de poetas amigos. Las reseñas fijan más detenidamente nuestra mirada sobre la obra de un autor.

¿A cuántos festivales de poesía te han invitado en Venezuela?

—Me han invitado a dos festivales internacionales en la ciudad de Valencia, también a la Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN) en Caracas, y al Festival Mundial de Poesía que se celebra allí cada año en el mes de junio. Al primer festival que asistí fue en la hermosa ciudad andina, Mérida, cuando les otorgaron el Doctorado Honoris Causa a los poetas Ramón Palomares, Juan Sánchez Peláez y Rafael Cadena. Fue una experiencia llena de gratos recuerdos y de nostalgia cuando pensamos que alguno de esos queridos poetas ya no está con nosotros.

¿Crees que el público lector puertorriqueño es conquistable por autores diaspóricos como tú o esta plaza está perdida para Uds.?

—Pienso que sí, pero sin el apoyo de los medios de comunicación y la crítica contemporánea el público lector no podrá enterarse de la literatura que se escribe en Nueva York u otros estados de la nación americana. Pero no sé si en Puerto Rico existe un gran público lector de poesía…

Con su Simone, el puertorriqueño Eduardo Lalo se ha convertido en el primer antillano de habla hispana en obtener el «Premio Rómulo Gallegos de Novela», un gran honor que esta patria nuestra merecía desde hace tiempo. A raíz de esta sorpresiva noticia… Sorpresiva ya que Eduardo Lalo era hasta ayer un escritor de larga trayectoria pero –por ingratitud del raquítico establecimiento cultural y otros vicios sociales endémicos que sufrimos– era también un novelista muy subestimado por unos, y muy desconocido por el universo de las letras. A raíz de este importante galardón, ¿crees que la llamada “invisibilidad” de la literatura puertorriqueña a escala internacional llegue pronto a su fin, como (de seguro) ya ha llegado para Lalo?

—Me alegra mucho este premio porque es en el fondo un triunfo de todos. ¡Qué bueno que la obra de uno de los nuestros sea reconocida con un premio tan prestigioso! Los premios de esta índole quitan el lastre de la invisibilidad. Son premios importantes no solo porque en ellos se reconoce la calidad literaria de un escritor sino también porque proyectan su obra a Latinoamérica, España y al resto del mundo.

La Feria del Libro de Guadalajara (1998) tuvo, y ahora la Feria del Libro de Lima (2013) tiene a Puerto Rico como país invitado de honor. ¿Qué aportación crees que estas experiencias nos otorgarán al fin de salir de nuestro silenciamiento cultural?

—Tu pregunta sobre la Feria Internacional del Libro en Lima, Perú (FIL-Perú), me hace reflexionar sobre el asunto: nuestra presencia como una nación portadora de una expresión artística es tan importante y esencial como la de cualesquiera de las que conforman el nuevo panorama literario latinoamericano. Pero me sorprendió que confundieran nuestro himno con el  “Star-Spangled Banner”. Estas confusiones revelan la visión que se tiene en el mundo  moderno de nuestra realidad política y cultural ya que, como sabes, no existimos como país soberano. Lo del himno fue un lapsus lleno de una connotación cultural y política. Pero en fin, ¡qué bueno ese gesto solidario de Eduardo Lalo sobre el injusto encarcelamiento del patriota Oscar López Rivera! ¡Qué bueno que llamara la atención en el Perú sobre el cruel encierro al que es sometido nuestro compatriota por amar una patria libre y soberana!

Nuestro aislamiento cultural del mundo, ¿se debe a nuestro carácter insularista, a la calidad extraña de nuestras entregas, a las mega-industrias editoriales que (en general) nos ignoran, o al sistema colonial que padecemos? ¿Cómo precisarías las responsabilidades que le corresponden a cada uno de esos factores?

—Son varios los factores que deben entrar en juego con el fin de crear las condiciones necesarias para que los artistas puertorriqueños y sus obras adquieran una  presencia más significativa en Latinoamérica y España, o que sus obras sean traducidas a lenguas extranjeras. Se necesita, primeramente, crear un Departamento de Cultura que no sea partidista, al que se le asignen los fondos necesarios para que funcione independientemente de la gobernación de turno; se necesita crear una sensibilidad hacia las artes, tan ignoradas por el Departamento de Educación a través de los años; la Prensa y los medios de difusión del país deben contribuir, dejando de lado la chabacanería y haciendo un aporte significativo a nuestra calidad de vida. Yo sé que tenemos editoriales que producen hermosas y excelentes ediciones, pero sus recursos económicos no les permiten promover sus libros y hacerlos accesibles al lector español o latinoamericano. Hay que explorar otras vías para impulsar el mercado del libro puertorriqueño, como lo han venido haciendo España y otros países de Latinoamérica.

¿Está en tus planes volver a residir de forma permanente en la Isla? ¿Te atemoriza volver, o estás deseoso de vivir ese reto?

—Por ahora no tengo planes de volver. Es posible que un día regrese definitivamente, pues sé que tarde o temprano mi cuerpo reposará ya para siempre en esta tierra.

¿Qué reajustes o sacrificios implicaría esta mudanza?

—Por ahora prefiero ni mencionarlos, porque en realidad eso conlleva un reajuste emocional al que a veces no es fácil adaptarse.

¿Estás dispuesto a pagar el precio del regreso a un lugar en el que tendrías que comenzar (a tan tierna edad, ¡ja!) a darte a conocer como si fueras un novato, a menos que…?

—No, este regreso no tiene que ver nada con el reconocimiento o la situación literaria en la Isla. Eso en realidad es lo de menos. Yo no añoro ni busco ningún tipo de reconocimiento que no merezca. Y si regreso, seguiría haciendo lo que siempre he hecho en la soledad y el silencio que requiere la escritura.

¿Eres religioso, librepensador, agnóstico o ateo?

—No soy un fiel cristiano pero tengo fe y me siento un poco cristiano. Creo que Eugenio Montejo escribió un pensamiento sobre este asunto y cuyas palabras ─que no recuerdo muy bien ahora─ parecen que dicen lo siguiente: “la poesía nos ayuda a librarnos de los excesos del ateísmo”. Se me hace difícil pensar en un poeta ateo ya que la poesía está llena de mundo y de los misterios del mundo mismo en que vivimos. La poesía también, para mí, es un acto religioso o, es, como he escuchado en alguna ocasión, lo más que se parece a la religión.

¿Qué te parecen estas expresiones de Saint-John Perse? Cuando las religiones se derrumban la poesía es el refugio de lo divino.

—Creo que sí. Me parece que la poesía y la religión siempre han ido de la mano. Toda la poesía mística española se funda, en cierto modo, en este concepto de la divinidad y el alma. Pero no sé si las religiones se derrumban o lo que se derrumba es la fe de quienes las profesan.

¿Tienes alguna obra ya preñada, en gestación, en estos días?

—Como te dije, he terminado un libro que permanece inédito. Se encuentra en espera en la Editorial El Perro y la Rana, en Venezuela, pero no sé exactamente cuándo saldrá a la luz. Lleva por título, Presencia de lo efímero. Pienso que da una idea de todos esos pequeños y grandiosos instantes de que está hecha la vida, es decir, esas experiencias que entran en nuestro caminar por el mundo; instantes como relámpagos que marcan para siempre nuestro modo de ser y se extinguen como esas pavesas de que habla la canción del Trío Los Panchos en el bolero “No me quieras tanto”.

¿Nos regalas unos versos del nuevo poemario?

—Si me das unos segundos…

Regreso donde mis ojos vieron volar las golondrinas
no las que Bécquer vio sino estas otras
que de la vida traigo y aquí dejo
la vida que me dieron mis padres una noche
vida que cada instante me vive y me desvive
como una lluvia que escapa entre los árboles
y no vuelve jamás y es inútil quedarse y retenerla
cuando la piel se tiñe de gris como un ocaso
que se está yendo siempre para siempre.

Después de leernos en voz muy íntima estos versos tan amarrados al desexilio, el poeta queda por un instante en estado de éxtasis, como si se fuera a viajar por la niñez, o a quedarse dormido. Luego, de un salto, se incorpora, mete las cejas debajo de las alas del sombrero, y dice: “Te invito a un sancocho en El Jibarito”.

 

Fuente: MediaIsla

 

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