Lugares invisibles – Tradicionales salvajadas

Por Javier Vayá

 

Articulo 015Un año más el verano agoniza y la geografía de nuestro país se tiñe, entre mojitos y música machacona de discomóvil, de sangre y vergüenza.  La mayoría de pueblos celebran sus fiestas patronales y parece que para tal fin no existe nada mejor que torturar salvajemente a un pobre animal, si es un toro mejor que mejor. Porque en pleno siglo XXI  hay gente empeñada en querer hacer creer al resto que estos animales nacieron para que se les prendiera fuego a sus cuernos, se les asfixiara con cuerdas, se les obligue a correr entre golpes, a lanzarse al mar o a ser lanceados, entre otras tantas lindezas.

Pese a que la mayoría de estas barbaries ocurren en poblaciones de la Comunidad Valenciana, por desgracia en mi tierra, la terrorífica guinda la ponen en una localidad vallisoletana de ya macabra fama llamada Tordesillas. A mediados de Septiembre todos en el pueblo participan de uno de los más crueles espectáculos que el racional ser humano es capaz de ofrecer cuando centenares de cafres armados con lanzas acorralan al toro, hiriéndolo gravemente hasta que uno de ellos, considerado un héroe, acaba con la vida del pobre animal. Parece increíble que esta brutalidad sin límites sea considerada, en un país que se pretende civilizado, fiesta de interés turístico.

Además hay que añadir la actitud de los habitantes de dicha localidad que convertidos en feroz e intolerante turba insultan y agreden impunemente a las asociaciones que denuncian y protestan ante tal salvajada e incluso a los medios de comunicación que son mínimamente críticos con ella.

Apoyados y amparados por los gobiernos y autoridades de turno cuya percepción de lo que es cultura resulta, cuanto menos, curiosa, quienes defienden la tortura como fiesta patria suelen esgrimir siempre las mismas torpes y débiles excusas. Una de ellas es la afirmación gratuita de que el animal no sufre, cuestión que se dilucidaría rápidamente situando a dicho sujeto en las vicisitudes a las que se somete al toro y preguntándole después. Si es que era capaz de articular palabra alguna.

diceOtra excusa, la más trillada y que se utiliza como si ante su mención no existiera réplica posible es la de la tradición. La cacareada tradición de siglos, de toda la vida. Una cosa es el folclore y la historia de un pueblo, algo que me parece magnífico que se recuerde y honre y otra es mantener una indecente y asesina costumbre “porque siempre se ha hecho así”. En este caso jamás habríamos avanzado y todavía nos encontraríamos batiéndonos a duelo o incluso golpeando en la cabeza y arrastrando hasta nuestra cueva a la mujer que nos gustara. Algo que por lo visto a algunos no les parecería tan mal. Resulta paradójico cuanto nos gusta apoyarnos en la tradición en este país tan poco reticente y tan intolerable con las tradiciones y costumbres de otras culturas de las que solemos mofarnos o criticar, pero nunca dispuestos a comprender.

Y por último está lo de que estas tropelías atraen turismo. Un turismo de borrachera o que se acercan a observar los festejos como algo exóticamente brutal, un pecadito vacacional que contar luego con aire de aventurero indómito y viajero extremo en sus pisos de Trafalgar Square,  centro de Berlín o loft en Manhattan. Luego nos ponemos chulos con lo de Gibraltar o vamos a pedir cuentas a la Unión Europea, mientras el mundo nos mira, entre extrañado y divertido y nos considera como lo que todavía somos; un país de pandereta y cabra de campanario.

 

 

 

 

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