Manolo Laguillo: “En el urbanismo español ha primado la estética del nuevo rico”
Por Aridna Cantis / Manuel Cuéllar
Hay una manera de entender las ciudades que se aleja de lo ‘cool’ por lo ‘cool’, lo turístico, el barniz de bella escenografía monumental. Una manera de mirarlas enfocando las realidades de la periferia. Donde vive la gente normal, no donde vamos a pasear de vacaciones. Y hay un fotógrafo, Manolo Laguillo (Madrid, 1953), al que podemos considerar maestro en España en esa estrategia. Está exponiendo en Madrid, en el Museo Colecciones ICO, dentro de PhotoEspaña. A partir de su retrospectiva, hablamos con él sobre su manera de mirar la vida a través de una lente.
Llevas 35 años fotografiando la ciudad. Por un lado, retratándola; por otro lado, captando la ciudad que no se ve, una perspectiva que aporta especial interés a tu trabajo. ¿Qué es esa ciudad que no se ve, dónde está, dónde ir a buscarla?
Es la ciudad que está fuera de los circuitos, la ciudad a la que hay que ir deliberadamente, la que no se visita de paseo durante unas vacaciones. La ciudad que se ve resulta mucho más llamativa, llama más la atención; pero yo creo que la ciudad que no se ve es seguramente más real, porque es la ciudad cotidiana, del día a día, la que ocupa el mayor tiempo de sus habitantes. Se trata de reivindicar la ciudad donde vivimos la mayor parte del tiempo. Y toda una generación de fotógrafos nos hemos dado cuenta de que todo eso convive con la ciudad más cool y molona.
En el Madrid de 2013, ¿cuál es el epítome de la ciudad escondida, dónde buscarlo?
Quizá esté en las grandes aglomeraciones de casas pareadas. Yo creo que lo que hay que hacer es coger un tren de Cercanías e irse, por ejemplo, a Majadahona. Ahí es donde pasan las cosas y donde está la gente normal.
En tu trayectoria hay un punto de inflexión a raíz de tu relación con Josep Lluis Mateo, año 1987, y tu colaboración con la revista de arquitectura ‘Quaderns’; reiteradamente leemos en artículos que es ahí cuando comienzas a mirar la ciudad de otra manera, pero cuando fotografías la Barcelona de 1978-79 ya detectamos ese punto de vista. ¿Por qué esa mirada, por qué ya en esos años, tan joven, te interesan esas fachadas con ropa colgada?
He pensado mucho sobre eso, le he dado muchas vueltas, y he llegado a la conclusión de que quería hacer algo armónico y bello a partir de lo no bello. Si me interesa la periferia, es porque pienso que hacer una fotografía interesante a partir de algo intrínsecamente interesante no tiene mayor valor; creo que lo que tiene interés es hacer una fotografía interesante a partir de algo que no lo es; dicho de otra manera: contemplar las cosas ininteresantes de manera que se vuelvan interesantes. Sí, quizá eso es lo que sintetiza mi programa estético.
Los años 1978-79 son clave en la historia de España, por la Transición, por la Constitución. Hay un punto de inflexión que quizá tú quieres recoger…
A nivel biográfico, yo acabo de volver de la mili en Algeciras. A finales de 1978. Y sí, visto desde ahora, creo que hay un punto de terapia en las fotografías que hago en ese momento. Una terapia de volver a encontrarle sentido al mundo, porque yo estaba deprimido. Y vuelvo de la mili con el programa de encontrar otra vez sentido al mudo y a las cosas. Aparte de esto, en 1975 había empezado a trabajar como profe de Formación Profesional en Cornellá, localidad que pertenece al cinturón rojo de Barcelona. Me interesa la periferia por razones políticas y afectivas, porque me siento más a gusto en esos barrios en cierto modo cutres que en otros muy bien puestos del centro de Barcelona. Porque son más terrenales, más como de pueblo. Además, siento también un poco de fascinación romántica por lo decadente, por aquello en lo que se ve el paso del tiempo. Había estado en Suiza, y era consciente de que yo allí no podría hacer fotos, porque todo está demasiado limpio y perfecto. Yo necesito esa estética de cutrerío entrañable.
¿Qué opinas del urbanismo que se ha hecho en España en las últimas décadas?
No lo comparto en absoluto. No me parece la solución. Me interesa mucho más lo que han hecho, por ejemplo, en Holanda, mezclando, integrando muchos niveles distintos en el mismo espacio. En España creo que se ha cuidado la fachada y se han desatendido las cuestiones más profundas. Se ha gastado muchísimo dinero en materiales excesivamente vistosos. Con la estética del nuevo rico. Y se han desatendido las necesidades del ciudadano. Y se sigue haciendo ahora, al desmantelar muchos equipamientos ciudadanos con la excusa de la crisis.
¿Cómo relacionas el tiempo con tu trabajo? Porque, en realidad, tu trabajo tiene mucho de tratamiento del paso del tiempo.
Sí, porque desde el comienzo yo era consciente de que lo que yo fotografiaba acabaría desapareciendo con el paso del tiempo. Y la fotografía podría servir de documento para recordar cómo era. Con mi técnica, obtengo imágenes absolutamente detalladas, donde queda registrado todo, con detalle. Podemos reconocer en ellas particularidades de cómo iba vestida la gente, detalles relacionados con la cotidianidad, que, a veces, de tan cotidianos que nos resultan, no nos preocupamos de registrar. Y yo concibo mis imágenes como una especie de archivo. Eso es lo que a mí, sobre todo, me mueve. Decir: yo lo voy a guardar para que luego se puedan entender las cosas. Como un documento.
Valor documental, pero sin olvidar la estética…
Sí, sí, claro; me interesa dar cuenta de algo, pero ese dar cuenta debe estar presentado de una manera atractiva, interesante. En eso soy muy clásico. Creo que hay que cuidar la composición, la plástica. Son imágenes con vocación de permanecer. Por la técnica, por el papel… Para que la gente piense desde el primer momento: esto hay que guardarlo.
Llama la atención que tu trabajo se presenta en grupos, series, familias… ¿Por qué?
Es mi estrategia para que el trabajo tenga un comienzo y un final, un interés narrativo. Ahora, por ejemplo, ando metido en un proyecto relacionado con Madrid, y tiene un comienzo y un final, porque se centra en un espacio determinado y lo que quiero es recorrerlo de cabo a rabo. Es una manera de acotar el trabajo. De contarlo y de acotarlo.
¿Qué opinas de cómo están influyendo las nuevas tecnologías en la fotografía; se ve dañada por tanta democratización, tanta gente haciendo tantas fotos tan a menudo? ¿Cuál es tu postura?
Partamos de que tener la herramienta no garantiza un buen resultado. Pero es que, además, la vocación de la fotografía desde el inicio ha sido ir innovando permanentemente. No hay que aferrarse a posturas nostálgicas. No tiene razón de ser. Nunca ha habido nada más rompedor que la fotografía. Cada 15-20 años ha experimentado un cambio de gran renovación. Debemos asumirlo y no cerrarnos a ningún cambio.
La exposición ‘Manolo Laguillo. Razón y ciudad’ puede visitarse gratuitamente en el Museo Colecciones ICO (calle Zorrilla, 3, Madrid). Hasta el 15 de septiembre.