La etiqueta con las nuevas tecnologías. La politesse cibercultural
Por Elisabet Roselló
La etiqueta, la politesse y los buenos modales se han ido perdiendo progresivamente desde el siglo XIX, por eso de que se basaban en la estructura jerárquica del Antiguo Régimen, desde antes de la Revolución Francesa, y se fosilizaron en parafernalias rocambolescas que a veces poco tenían que ver con el respeto al prójimo y al otro. Es decir, se quedaron obsoletos.
Y a medida que las ciudades se masificaron durante la industrialización, aunque se arrastró el sentimiento de comunidad de las zonas rurales, otro cierto sentimiento de aturdimiento por perder este tipo de sentimientos desencadenó la visión del vecino como el otro desconocido, por el que no sentir compasión ni vinculación alguna. Como en toda la cultura, es un proceso complejo a la que se une la frivolización de la ética y la desintegración de la moral judeocristiana.
Llegamos al día de hoy, y entramos en un vagón de metro como espacio donde se dan manifestaciones de todo esto: que te dan un empujón sin querer y no sabes quien ha sido porque todos miran para otro lado (exagerando la situación), que un grupo de jóvenes tienen su música en el móvil a todo volumen y no es de tu gusto, y un señor en el fondo está gritando su larga conversación con su mujer por teléfono, de la que te enteras que tiene una hija de siete años que va a tal escuela y que hoy no puede llevarla a clase de tal escuela de música, o que su suegra es una bruja.
Lo que hoy nos centra es sobre cómo se están gestando nuevos códigos de etiquetas, de modales y convivencia en y con las nuevas tecnologías. Desde que internet apareció, las estructuras virtuales como tableros de mensajes, foros, chats y posteriormente redes sociales se han llenado de cientos, miles y millones de usuarios que conversan continuamente. Es aun más desorientador el concepto que tras un seudónimo o nick, una foto o un avatar, haya una persona que se comunica tan sólo por palabras, sin saber apenas nada más de ella, y que puede ser tu vecino como puede ser alguien de nuestras antípodas.
Por eso, desde esos inicios se comenzó a gestar lo que se conoce como netiqueta. La netiqueta (queda evidente que procede de la fusión de “net” de Internet y red, y etiqueta) es un conjunto de principios, en ocasiones no escritos, que todo usuario concurrente debe conocer, o sino, acaba pareciendo un “troll” (en Internet es aquella persona que se dedica a diseminar mensajes provocadores o insustanciales deliberadamente para generar o malestar, una guerra de llamaradas, o controlar una discusión, o incluso atraer usuarios hacia su terreno de comodidad emocional) o un “bot” (programas enfocados al marketing y a la difusión de publicidad y que tratan de emular personas reales, pero que a la legua se nota que son robots virtuales con respuestas automáticas).
La netiqueta se basa en principios de “sentido común” y de convivencia en estos espacios virtuales donde concurren muchísimas personas, tales como ser consciente que el lenguaje no verbal está ausente, incluso a pesar de los emoticonos, que son usados de forma muy controlada y puede que con segundas intenciones (con cierto sentido irónico 😉 ), que cosas COMO ESCRIBIR EN MAYÚSCULAS da la sensación de estar gritando, que en los foros hay secciones para cada tema y que es de buena convivencia no irse excesivamente por las ramas si el tema propuesto trata sobre una cuestión concreta, y que la paciencia es importante porque, aunque nos parezcan medios inmediatos, no todo el mundo está siempre conectado todo el tiempo.
Y aun así, la netiqueta sigue evolucionando, al ritmo que Internet vira del 2.0 al llamado 3.0. Por ejemplo, se abren debates sobre cual es el saber estar en Facebook, que escribir estados emocionalmente pornográficos o montar monólogos melodramáticos ante seguidores que desconocen al emisor en la realidad genera incomodidad, que twittear mucho y muy seguido puede colapsar el “timeline” de los seguidores, y que la autopromoción en redes sociales etiquetando en fotos publicitarias es de mala educación, o una falta de respeto, sin pedir permiso previamente.
Esta sensibilidad crece a medida que las redes sociales maduran, o mejor dicho, la experiencia de sus usuarios crece con ellas, así como el tiempo que gastamos, a medida que le concedemos a las redes más funciones. Por ejemplo, ahora existen ciertos debates sobre el uso de Whatsapp, si es lícito, adecuado y respetuoso enviar publicidad por este tipo de medios más privados a desconocidos; aunque dichos debates parecen quedarse más en el terreno del análisis del Community Manager y del Marketing 2.0, y no tanto en un terreno más humanista.
Son millones de personas apiñadas en nodos virtuales que se comunican sin parar, porque aunque el caos sea atractivo, sencillamente se precisan ciertos mecanismos que agilicen la convivencia y la Gran Conversación. La (n)etiqueta se extiende de nuevo al mundo real, concretamente con el uso que hacemos de los dispositivos, sobre todo del móvil. Como hasta ahora, esta nueva etiqueta gira en torno a conceptos de sentido común respecto la convivencia y el trato con personas. Es molesto e incluso preocupante el uso de los móviles en todo momento, esa adicción social que titila entre supuestos nuevos modelos de hiperconectividad que forman parte del circuito de evolución “natural” a lo transhumanista, y cierta insosteniblidad psicológica por abuso y exceso.
Estamos en una comida, un acto que tratamos de hacerlo de forma colectiva porque la alimentación es una cuestión cultural y social además de suplir necesidades nutricionales, y tus compañeros, o quizás tú ( o yo, entiéndaseme con el ejemplo) están pero no están. Están “tiqui-tiqui” con el móvil, mirando a sus compañeros unos segundos o alguna distracción ruidosa que los distraede su haceres virtuales.
Entonces piensas si les hablas por Whatsapp o Line para hacer de la comida un acto colectivo nuevamente, porque están pero como si no tuvieran presente al resto de compañeros de la comida. Pues acabas cayendo en algún momento con el móvil en la mano, probablemente, para mirar si te han llamado, si te han enviado algún mensaje, o se dice algo nuevo en las redes que te saque del momento incómodo, y acabas siendo de los “tiqui-tiqui”.
O estás en el metro y, volviendo a la imagen anterior, están aquellas personas escuchando su música favorita a toda potencia para crear algo como una burbuja de aislamiento social, pero que ésta no es del gusto de tus compañeros de viaje. Y está ese hombre que comparte su larga conversación como si fuera aquello un plató de un programa de salsa rosa. A ese respecto, ya están apareciendo no sólo nuevas tendencias, como el llamado “unplugging”, d-tech, d-tag o desconnectividad selectiva, sino otro tipo de acciones como aquella que se hizo viral, su imagen, por las redes, que consistía en poner todos los móviles, en las comidas, apilados boca abajo, y el primero que cogiera el móvil durante la comida, invitaba al resto.
Pero sobre todo, los de Art of Manliness, un colectivo de personas que se dedican a analizar la masculinidad y la caballerosidad en el pasado y para el presente, presentaron unas láminas donde se exponían propuestas de buenos modales con los smartphone . Uno te indica que no es de buen gusto y educación tener largas conversaciones a grito pelado en espacios públicos, u otro te dice que no chequees tu móvil mientras estés hablando con otra persona.
Evidentemente, los vicios ya los hemos cogido. Muchos caemos o hemos caído en este tipo de malas maneras por despropósito, inconsciencia, duda, o rebelión, ni que fuera en nuestra infancia o adolescencia. Hablar de etiqueta, modales y educación en el mundo de hoy en día suena a un batiburrillo de obsolescencia cultural, frivolidad y polémica.
Se sigue creyendo que ser desafiante a los buenos modales es algo contracultural, pero lo cierto es que, en este proceso de remodelación de nuevos modelos culturales, sociales, económicos, políticos y éticos, los modales no están tan al orden del día, por lo que no practicarlos, o “hackearlos” ya no es un acto contracultural. Pero están surgiendo de manera espontánea estos debates, porque somos miles de millones en las redes, y somos mucha gente apiñada en grandes ciudades, y nos parece insostenible esta ausencia de convivencia, por lo que por voluntad propia comienzan a ponerse en práctica estos ceda al paso, estas desconnexiones voluntarias, o aquellas fórmulas de cortesía y etiqueta en las redes.
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