Purusha, el ser distribuido en los mil ojos de la luz

Evocamos a Purusha, el hombre cósmico, compañero del sol, guardían de la conciencia en el ojo de la luz y exploramos ese placer singular de encontrar metáforas para describir al universo –o a la divinidad.

 

page1-600px-Purusha_Tondo.pdfImagen: Wikimedia

 

La principal herramienta que tiene el ser humano para comprender el mundo es el lenguaje –al menos de que nos elevemos a las estrellas como pulpos telepáticos… La mayor sofisticación, pero también la mayor eficiencia –en tanto a que comunica una mayor cantidad de información– que hemos desarrollado en cuanto al uso de las palabras es la metáfora, o el símbolo con una añadida dimensión no-verbal. Resulta lógico, entonces, que busquemos metáforas y símbolos para comunicar nuestras experiencias. Algunas experiencias tienen una cierta cualidad inefable en tanto a que nos remiten a atisbos cognitivos que desafían los límites de la expresión (como la secuencialidad y la temporalidad), pero no por ello dejan de desear comunicarse. Se dice que sólo podemos entender lo que podemos describir –a veces incluso se dice que no entendemos lo que no podemos explicar a un niño. Conceptos tan complejos como la divinidad, la inconmensurabilidad, el infinito, son difíciles de comunicar –a veces es más fácil evocar una imagen que una definición o un discurso filosófico y confiar en que en la imagen, en su fuerza simbólica o en su sugestión sinestética, se imbuya y transfiera un significado y un sentido profundo.

El hombre es deseo de ser dios, se dice, pero también el hombre es deseo de comunicar el dios sentido. El ansía existencial por encontrar sentido nos lleva no sólo a buscar experiencias místicas que penetren el territorio del misterio, también a encontrar estructuras conceptuales que  articulen lo secreto y acaso sirvan como mapas de navegación –en las regiones invisibles de la conciencia, los símbolos son los postes en el camino.

La poesía comparte con la física la noción de que la teoría más elegante, la que tiene una mayor armonía estética, como principio, se acerca más a la verdad y merece mayor aceptación. El misticismo se sirve de la poesía para referirse a lo divino, posiblemente jugando a los espejos. La experiencia mística o visión divina suele establecerse a través de la belleza –en la belleza encaja un orden misterioso. La palabra poesía significa originalmente “crear”, el servicio más puro del hombre a la creación, a la divinidad, es crear. Las metáforas de la divinidad son recreaciones de la divinidad, hálitos animistas que a través del lenguaje buscan reestablecer una relación con lo divino o lo sagrado. Podemos comulgar o no con una visión teísta del universo o no, pero es indudable que la transmisión de una visión del orden o de la belleza del universo nos brinda un sentido existencial, una experiencia estética, intelectual o espiritual. Esto tienen en común la teoría de la relatividad, un poema de William Blake y los Vedas.

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Existen algunas metáforas que han logrado superar el paso del tiempo con mayor fortuna. Una de ellas es el collar de perlas de Indra, el cual representa la interconexión de cada fenómeno:  ”Ahí cuelgan las joyas brillando como estrellas de primera magnitud, una suprema visión que sostener. Si seleccionamos arbitrariamente una de estas joyas para inspeccionar y la analizamos de cerca, descubriremos que en su superficie azogada se reflejan todas las demás joyas de la red, infinitas en número. No solo eso, sino que cada una de las joyas reflejadas en esta joya también está reflejando todas las otras joyas, así que hay un número infinito de procesos de reflejo” (Francis Harold Cook, The Jewel Net of Indra). Borges en algunos de sus ensayos se dedicó a recopilar este tipo de metáforas; la más memorable, el pájaro Simurg, un misterioso especímen compuesto por plumas que eran cada una aves individuales (anticipando el concepto de los fractales). El mismo Borges aportó a la historia una metáfora que se antoja imperecedera: el Aleph, ese punto mínimo en el espacio que contenía o transparentaba todos los puntos. Roberto Calasso detectó en su estudio del hinduismo un episodio similar, visión que podemos llamar holográfica, cuando Krishna, anticipándose a un inminente regaño, le brinda a su madre una visión de la totalidad dentro de su boca.

Las religiones han concebido numerosos dioses para identificarse con la totalidad del universo. Dioses que en el sentido más estricto son conceptos o metáforas del universo. En los himnos del Rig-Veda se hace mención de Purusha, la primera manifestación de Shiva, conocido como “el hombre cósmico”, el hombre que contiene el universo. Purusha es descrito como un gigante de innumerables cabezas y ojos, tan inmenso que sólo una cuarta parte de su cuerpo es el mundo que conocemos –lo restante es lo inmanifiesto. En su libro Structure and Dynamics of the Psyche, Jung hace referencia a la aparición metahistórica de Purusha:

Aparece como una lluvia de brillos reflejados en un espejo, la cola de un pavorreal, los cielos tejidos de estrellas, las estrellas reflejadas en el agua oscura, esferas luminosas, lingotes de oro o arena dorada esparcida en la tierra negra, una regata en la noche, con linternas en la superficie del mar, un ojo solitario en la profundidad del mar o la tierra…

 

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Antes de la creación de este mundo ya existía la mente, que descansaba en las aguas. Este mundo eran las aguas que fluían en si mismas, “en la ola indistinta”. Hasta que: “Las aguas desearon. Solitarias, ardieron. ‘Ardieron el ardor’. En la ola se formó una concha de oro. Esto, el uno, nació por la potencia del ardor”, escribe Calasso en Ka. Este deseo o ardor (tapas), que brota del “irreductible plural femenino” que son las aguas, se manifiesta como una chispa, como un resplandor que enciende la cresta de una ola trémula, que alcanza el rabillo del ojo como una flecha… como un fuego que enciende el alma y da lugar al mundo –sólo una historia de cómo esa luz en el agua hizo que la mente se materializará para perseguir ese ardor que parecía flotar fuera de ella.

Esta imagen, la de la luz en al agua o la de un  fuego líquido es la imagen central de la alquimia erótica de todas las eras. Por eso existe una particular belleza en la descripción de Jung, de la avatárica y arquetípica manifestación en el mundo de Purusha, “el de los mil ojos”. En cada partícula de luz yace un ojo por donde el universo no sólo se ve a sí mismo, se deleita (de-lights) en lo otro, juega el eterno juego de escondidllas consigo mismo. Se seduce con esos brillos salvajes de pureza, que hoy hasta se confunden con el romanticismo de una regata con su procesión de luces líquidas por el río. Este desfilar de la luz en el agua, que es un tipo de glamour sensual de la naturaleza y sus artificios, es en el fondo la encarnación de la divinidad en el mundo. La luz que es la conciencia penetra el agua que es la potencia del ser. Los ojos de Purusha, distribuidos por el mundo como un traje de brillantina que va derrámandose sin jamás deshacerse, son los nodos que integran la red de la conciencia del universo.

Twitter del autor: @alepholo

 

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