La neurosis epistemológica de nuestro tiempo
Por Francisco Traver Torras
De todos los pares de opuestos con que los humanos trajinamos en esa bipolaridad que es nuestra existencia hay uno que es seguramente el que contiene una mayor tensión de información, me refiero al par vida y muerte, Eros y Tanathos según la fórmula freudiana rescatada por Bataille en su interpretación de lo erótico.
La mayor parte de la gente cree que la muerte es aquello que ocurre al final de la vida. Se trata de un error epistemológico, pues nuestra existencia discurre en el intervalo donde ambos polos de contrarios se reúnen una y otra vez, se repelen y se atraen. Hay mucha vida en la muerte y hay mucha muerte en la vida, ambos polos se complementan y se funden en muchas ocasiones a lo largo de una existencia individual. La muerte se manifiesta a través de la enfermedad, el sacrificio, el dolor, las contrariedades y el sufrimiento, la muerte es un No y es tan revitalizante para la vida como un bálsamo de aquellos que nombra Cervantes en su Quijote, -el bálsamo de Fierabrás-, una especie de “curalotodo” reconstituyente a base de vino y romero. La vida a través de la pulsión, del anhelo o del acercamiento y la búsqueda.
La vida ha de estar mezclada
con una cierta perturbación
para ser una vida plena.
Pues no hay síes sin noes, no hay vida sin muerte aunque sea simbólica o simulacrada porque sin ella es insoportable el peso exitoso de la vida y es imposible renacer a cada instante pues es eso, el instante, lo único que tenemos siendo todo lo demás, pasado y futuro sendas abstracciones que sólo adquieren sentido momento a momento como si tratáramos de momentos magnéticos, de imanes y de fuerzas físicas.
No hay pues Eros sin Tanhatos, amor sin sufrimiento, pecado o transgresión sin virtuosa sublimidad, símbolo sin diábolo.
No es posible decir sí, sin decir no, no es posible afirmar nada sin el consenso de un simulacro pactado de antemano, no es posible apartar y ocultar el no y ontologizarlo salvo en una especie de trasmutación neurótica del todo, el No sólo puede blanquearse pero no ocultarse como decía Baudrillard y a costa casi siempre de instalarse en una neurosis, una neurosis epistemológica.
Hay un tiempo para asir y un tiempo para soltar, un tiempo para el apego y otro para el desapego, un tiempo para el placer y otro para la pérdida, un tiempo para el Sí y un tiempo para el No, pero no se trata simplemente de una turnicidad entre los opuestos sino que más allá de eso, en cada No hay plegado un Sí, en cada pérdida se encuentra plegado un renacimiento, en cada despedida un reencuentro.
No hay risa sin lágrimas.
No podemos privilegiar a uno frente a su contrario sino a expensas de una constricción de la experiencia que termina convirtiéndose en “sólo esto” y “únicamente” o el “siempre así”, fórmula que sostiene todos los fetichismos y todas las simplificaciones.
Mario Berta es un psiquiatra uruguayo recientemente fallecido que escribió un libro titulado El Dios vivo, donde aborda precisamente lo que el llama la neurosis de nuestro tiempo cuya causa es epistemológica, un libro que al leerlo me ha recordado a aquel opúsculo -de culto para mí- que escribiera Watzlawick -respecto a los axiomas de la comunicación y que tituló Lo malo de lo bueno o las soluciones de Hécate, una obra donde Watzlawick pone en juego a Hécate la bruja, la tercera persona de los arquetipos femeninos y que porta consigo no sólo la experiencia de una vida larga y dilatada sino el conocimiento de la maldad que es -bien empleada- lo que puede transmutar la inocencia de un niño o el sacrificio chauvinista de la madre en la astucia del adulto maduro. De la misma forma en que una gran verdad puede surgir de una mentira, no todas las intenciones por hacer el bien consiguen su propósito sino que a veces es necesario hacer intervenir a la maga Hécate para el objetivo de hacer que el bien llegue a buen puerto, sin contemplar el mal es muy poco probable alcanzar el bien.
La epistemología es una disciplina filosófica que se ocupa de la forma en que adquirimos un conocimiento, la epistemología se ocupa de los “cómos” y no tanto de los “porqués”. Según Mario Berta la forma en que sabemos lo que sabemos procede de una disociación original, de una disociación bipolar a través de la cual los individuos ontologizamos -es decir generalizamos- nuestras creencias, opiniones o visión de mundo a una serie de abstracciones que pretendemos validar en confrontación con las que se nos oponen. Nuestras opiniones son tratadas por nosotros mismos como verdades ontológicas, lo que nos lleva constantemente a conflictos con nuestros semejantes, tratamos de imponer nuestras ideas y consideramos ignorantes, malvados o simplemente equivocados a todos aquellos que piensan de forma distinta.
Un ejemplo de esta dicotomía es la política.
¿Puede gobernarse un país prescindiendo de la oposición?
¿Es que todo lo que hace un gobierno cualquiera es criticable?
¿Existen unas ideologías mejores que otras?
Como usted sabe la política es el escenario más conocido -por publicitado y omnipresente- donde podemos encontrarnos con esta neurosis epistemológica. Lo que el gobierno hace siempre es por el bien de la ciudadanía y lo que el gobierno hace -para la oposición- es siempre criticable. Pero más allá de eso, el gobierno también critica a la oposición a la que acusa de estafar a lo ciudadanos a base de demagogia o falsedades. Y así hasta el paroxismo.
Lo interesante es observar que el juego de la política se basa precisamente en esta antinomia pues de lo que se trata es de hacer llegar a la ciudadanía que se sostienen puntos de vistas diferentes e irreconciliables sobre las cosas. Agrandar las diferencias o la percepción que el ciudadano tiene sobre ellas instituyendo la dualidad a escala de opinión pública. La política es un juego de prestidigitación donde de lo que se trata es de que el votante perciba diferencias allí donde no hay más que teatro, es decir una escenificación continua, un simulacro sobre la discrepancia.
Pues de lo contrario el día de las elecciones sólo irían a votar los que quieren cambiar el gobierno y no los que quieren mantenerlo.
Lo cierto es que se haga lo que se haga siempre se cumplirá el axioma siguiente: todo camina hacia su contrario, algo que en política se llama alternancia y que viene a señalar hacia el hecho de que las dualidades sólo pueden -cuando son tratadas como tales- reemplazarse pero nunca fundirse.
“Ser de izquierdas como ser de derechas es una de las formas posibles que el hombre elige de ser un imbécil, ambas son formas de hemiplejia moral.”
(Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas).
La hemiplejia moral que nombra Ortega no se da sólo en la política sino en cualquier ámbito de la vida y se define como unilateralidad y rigidez, algo que en el mundo de la ciencia conocemos con el nombre de reduccionismo. Sea el psicológico o el biológico, ambos tratan de explicarse al hombre sin tener en cuenta a la humanidad que preside el hecho humano, cualquier reducción bien a moléculas o bien al sexo freudiano que trate de explicar al hombre es una forma de imbecilidad ortegiana. Así decía Blake:
“El hombre que no cambia de opinión engendra los reptiles del espíritu.”
O lo que decía Arthur Koestler:
“Las aberraciones más frecuentes de la mente humana se deben a la persecución obsesiva de alguna verdad parcial tratada como si fuese la verdad completa, es decir a un holón que se cubre con el disfraz de la totalidad.”
O Pascal:
“No es conveniente que el hombre crea que es igual a las bestias pero tampoco que crea ser igual que los ángeles, sino que sepa de lo uno y de lo otro.”
El problema de fondo es que la ciencia, del mismo modo que la política, está basada -el método experimental científico- en un reduccionismo que si bien ha dado buenos resultados a algunas disciplinas parece comportarse como un cuerpo extraño para otras. El método científico se basa en la disección en partes de algo muy complejo para hacerlo comprensible y analizable, sin embargo cuando estamos estudiando algo humano -una enfermedad mental por ejemplo-la descomposición del Todo en partes desnaturaliza el hecho psíquico de tal modo que aun llegando a alguna conclusión reducida sobre algo -una causa de enfermedad por ejemplo- esta causa cuando se recompone está destinada al fracaso pues se estudió de una forma aislada de la totalidad de la experiencia humana.
Por ejemplo, podemos encontrar una causa neurobiológica de la depresión, pero resulta que las depresiones no pueden ser todas iguales porque cada persona se deprime por una razón, por una causa , se deprime de una forma distinta a la del vecino y seguramente se curará por razones bien distintas a él. Estudiar a través del método científico la depresión es algo condenado de antemano al fracaso pues cualquier hallazgo no será generalizable a la totalidad de depresivos que sólo comparten una etiqueta descriptiva. La depresión no tiene una causa ni se cura con un único remedio, sólo se deprimen las personas y sólo puede curarse el deprimido.
Significa que tendremos que inventar una nueva manera de estudiar los fenómenos humanos, más acá del conocimiento científico, si realmente queremos entender algo de lo que nos sucede y de lo que somos, una propuesta es el estudio de caso único como alternativa a los estudios estadísticos de cohortes que supuestamente comparten un mismo diagnóstico. En relación a la política es evidente que la sociedad del futuro tendrá que reformular el Mal y reconceptualizarlo de tal modo que pueda ser integrado en la vida en común: la política no puede estar basada en deseos de “buenísimo” o en ideales que tratan de imponerse para que los cumplan otros sin tener en cuenta la verdadera naturaleza de los humanos y tratando siempre de blanquear el mal dejando de lado el lado perverso de los seres humanos y la tendencia a la corrupción entre los que ostentan algún tipo de poder.
Ni la ciencia, ni la libertad de información,
ni la religión, ni la independencia judicial,
ni la democracia pueden ser pretextos para
la ocultación de la verdad ni para el dominio
de unos sobre otros.
Todo puede ser transformado, elevado y trascendido a cambio de que superemos la tensión de los opuestos y la tendencia a creer que son entidades separadas, categoriales y cerradas.