Cerezas para una dama
Por Juan Cruz Cruz
De un Cíclope para Galatea
Los días últimos de junio y primeros de julio son ya tiempo de cerezas. Para mí vienen a ser, en el reino de las frutas, como las rosas o los claveles en el feudo de las flores. Una vez quise obsequiar a una dama y, en vez de flores, le envié una banasta de cerezas. Acerté.
En nuestros clásicos la cereza ha sido una fruta que aparece en versos y prosas con objetivos distintos. Sólo voy a referirme a versiones españolas que se hicieron de la famosa fábula de Galatea, ninfa recreada en las Metamorfosis por Ovidio (siglo I a.C.) y también en las Églogas de Virgilio (s. I a.C.). Ya antes, desde el siglo V a.C., los poetas griegos trataron el amor de Polifemo por Galatea. Ella era una agraciada moza –una de las nereidas que residían en el mar, jóvenes hermosas de largos cabellos adornados de perlas–; era requerida por un loco enamorado, el gigante o cíclope Polifemo, para que dejara las aguas y se integrara con él en la vida de tierra adentro. El cíclope quiso rendir a la bella Galatea muy especialmente por el apetito gastronómico: ofreciéndole a la ninfa no sólo obsequios de animales, sino también de frutas, tales como las cerezas, entre otras.
Inspirados en Ovidio y Virgilio los autores modernos –especialmente los españoles del Siglo de Oro– llegaron en sus descripciones a niveles poéticos inigualables. Entre las más famosas “Galateas” de nuestra literatura figuran La Galatea de Miguel de Cervantes, una novela pastoril; y la Fábula de Polifemo y Galatea, poema de Luis de Góngora.
Pero hay más autores que aprovecharon el clima idílico que describieron Ovidio y Virgilio. Voy a espigar tres, que adosan hábilmente un adjetivo o un epíteto a cada fruto, consiguiendo no sólo innegables aciertos poéticos, sino también atinados inventarios gastronómicos.
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Cerezas montesinas: Cristóbal de Castillejo (1490-1550)
Cristóbal de Castillejo hace en su Canto de Polifemo traducido de Ovidio (B.A.E. XXXII, p.123) –con el realismo de un vocabulario popular y un combinado de pies quebrados– una traducción incomparable y elegante:
Tengo más;
manzanas cuantas querrás,
que hacen doblar las ramas:
de las cuales, si me amas,
a tu placer comerás
cuando quieras;
y uvas de dos maneras
en sus parras de contino:
las uvas como oro fino,
sabrosas y comederas,
sí, las vi,
y otras como carmesí,
que son en extremos bellas;
éstas, señora, y aquéllas
guardo todas para ti.
Con tu mano
tú misma, tarde y temprano,
cogerás las blandas fresas
en las selvas y dehesas,
a la sombra en el verano
cada mes;
y en el otoño después
las cerezas montesinas,
y no solamente endrinas,
morenas por el envés
y defuera,
mas también otra manera
de ciruelas generosas,
amarillas y hermosas,
de color de nueva cera.
Si me oyeres,
y por marido tuvieres,
no te faltarán castañas
por estas frescas montañas
y madroños, si los quieres
en gran vicio.
Probablemente Castillejo no vio todas las frutas nombradas en su huerto, sino que las trasladó del texto latino. De ahí la extraña aparición de las cerezas en otoño.
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La preciosa guinda o cereza: Luis Barahona de Soto (1548-1595)
Reaparece la cereza en la reinterpretación o adaptación que Barahona de Soto hizo del Polifemo en La primera parte de la Angélica (Granada, 1586, fols. 52 vto-53). En este caso las cerezas –y otras frutas referidas– fueron vistas y recordadas en octavas, tras experiencias vividas por el mismo autor.
Ni la ciruela endrina, o la melosa,
que dice que su color vence a la cera,
ni la más tiesa, larga y generosa,
que, al sol enjuta, largo tiempo espera,
ni la castaña o nuez, ni la preciosa
guinda o cereza, y la bellota y pera
pueden faltarte, ni la almendra y higo,
si con divino amor vives conmigo.Pues la zamboa dulce, y menos tierno
membrillo agudo, y la peraza acerva,
el vil madroño, y dátil casi eterno,
y la almecina y níspera, y la serva,
y la azofeifa blanda, y como cuerno
torcida la algarroba, y la proterva
y armada piña, y la naranja y lima,
y cidra, que yo tengo en más estima.Pues el durazno, albérchigo y mestizo
melocotón y prisco, y frutos ciento
(que el fértil año en varios tiempos hizo)
no faltarán, y lo que es más: contento.
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Cereza en sangre teñida: Félix Lope de Vega (1562-1635)
Trasponiendo personajes, Lope de Vega se dirige a la pastora Flérida –una Galatea española– para describirle un huerto idílico en “La Abadía, jardín del duque de Alba” (1592), un homenaje recordatorio a Ovidio:
Aquí tuvieras la manzana y pera,
aquélla verde y ésta matizada,
y la cermeña de color de cera,
cereza negra y guinda colorada.La cana endrina con su flor primera,
y la castaña de su erizo armada,
el pálido membrillo, el verde higo,
y el madroño, de piedras siempre amigo.
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En La pastoral de Jacinto (1595-1600) vuelve Lope al campo ovidiano, donde Polifemo viene transformado en Frondelio, y Galatea en Albania:
Aquí la verde pera y guinda roja,
la pálida manzana, la amacena,
el maduro membrillo cuando aflora
sus quejas la parlera filomena,
están diciendo que tu mano escoja
hasta la parra de racimos llena,
fuera de que en su campo callo y dejo
la liebre, el ciervo y tímido conejo.
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En un pasaje de su obra Los muertos vivos (1599) aparece un jardinero denominado Doristo con un canasto lleno de frutas que le ha pedido Flaminia. Doristo es una simulación de Polifemo:
Lleva aqueste canastillo
roja guinda y verde pera,
la cermeña como cera
y el no maduro membrillo.Lleva la almendra vestida
de mezcla, y la nuez de verde,
serba que la fuerza pierde,
cereza en sangre teñida.Roja manzana, y traslado
de vuestra boca y mejillas,
y de estas verdes orillas
agraz verdoso y morado.
Podríamos seguir proponiendo ejemplos infinitos acerca de la dulzura de este fruto rojo entre verdes hojas, o de sabrosas y conservadas guindas en el seno de arropes campesinos.
No tiene nada de extraño que un enamorado y mediterráneo Polifemo hubiera querido rendir con esa esfera encendida la blanca candidez de Galatea: que eso significa Galateia en griego: Γαλάτεια, ‘blanca como la leche’.