GIACOMETTI. TERRENOS DE JUEGO
Por María Vaquero Argelés
Del 13 de junio al 4 de agosto de 2013.
Fundación Mapfre, Paseo de Recoletos 23, Madrid.
En estos días en que las altas temperaturas provocan que las multitudes huyan del asfalto, bien a los habituales destinos vacacionales, bien a las piscinas, parece que apetece más pasearse por las salas de galerías y museos para aprovechar las posibilidades de contemplar interesantes exposiciones con calma. A gusto. Y si la oferta incluye una retrospectiva (con cerca de doscientas obras) de un artista como Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901 – Coira, Suiza, 1966) la visita se antoja imprescindible.
Giacometti. Terrenos de juego es una de las apuestas veraniegas de la Fundación Mapfre y en ella se nos presenta una estupenda muestra del trabajo de toda una vida de uno de los escultores más interesantes del siglo XX. Mediante la sucesión cronológica de secciones como Obras precursoras, Las esculturas como tableros de juego o Ciudad y naturaleza: un caminante entre dos mundos, Annabelle Görgen, comisaria de esta exposición coproducida junto con la Hamburger Kunsthalle de Hamburgo, nos presenta la evolución sufrida por Giacometti a lo largo de casi cuarenta años. Así, comenzando por sus inicios como escultor surrealista, podemos ver obras como Hombre y mujer (1928 – 1929), producto de una estilización exquisita que, pese a haber reducido los cuerpos a meros signos, es perfectamente comprensible para el espectador. En obras como ésta podemos apreciar un dinamismo incipiente que, como veremos, va a convertirse en una de las señas indiscutibles de su arte. Son los inicios del artista suizo en la ciudad de París, en la cual se sintió arropado por artistas como Miró, Picasso o Paul Éluard.
La exposición cuenta, además de con las diversas esculturas, con bocetos y óleos de un Giacometti que heredó de su padre el interés por la pintura, y con numerosas fotografías que documentan el trabajo del artista, labor de fotógrafos tan reconocidos como Brassaï, Man Ray o Henry Cartier – Bresson. Todo ello aporta una interesante visión de la elaboración de la obra escultórica y nos da al espectador la posibilidad de comprender, más allá del resultado final, el proceso desde su inicio.
Siguiendo con la evolución del hacer de Giacometti, pronto podemos apreciar como la estilización de las figuras da lugar a los «personajes» que llegarán a ser los más característicos de su carrera. Se trata de esos frágiles mujeres y hombres que se estiran sobre unas extremidades que parecen enraizarse en la plataforma que les mantienen en pie (en el caso de las mujeres, de caderas y pechos reconocibles, como si se tratasen de una revisión de las figuras votivas) o que parecen les hacen avanzar en un dinamismo sensible que finalmente se reduce a un mero intento de seguir adelante (en el caso de los hombres, que semejan querer despegarse de esas planchas que les impiden llegar a su destino). El escultor les otorga, al principio, un espacio en el que se sitúan, estáticos o no, y los coloca como si de fichas sobre un tablero se tratasen. Giacometti juega con el espacio, las figuras y las relaciones espaciales que se pueden establecer entre ellas; posteriormente, estas figuras parecen querer aislarse y son concebidas en solitario, como hemos expresado antes: en movimiento o en una apacible quietud.
Son seres de bronce, trabajados con las manos, de forma un tanto primitiva si se quiere, dando lugar a las huellas del artista – demiurgo en la epidermis de esos cuerpos que nos resultan ajenos pero próximos al mismo tiempo. Su falta de rasgos característicos no es óbice para acercarse a sus rostros y entender su impulso (o la falta de él). El Hombre que camina (1960) presenta cierta determinación en su mirada vacía que hace que nos podamos identificar con su necesidad de seguir siempre hacia adelante, en su búsqueda constante. Esta pieza, junto con la Mujer grande y la Cabeza grande, fue concebida para el proyecto de Chase Manhattan Plaza en Nueva York, que nunca se vio materializado y que supone una frustración más en el intento de Giacometti de situar sus esculturas en grandes espacios abiertos.
Cabeza mirando (1929)[1], La pareja (1927), La jaula (1950), Busto de hombre (1961), Hombre atravesando una plaza (1949)… Son sólo algunos pocos ejemplos de la importancia de Alberto Giacometti para el arte del siglo XX y una muestra de por qué se deben aprovechar los días que quedan para visitar la exposición. Eso sí, no olviden llevar una chaqueta para poder disfrutar de ella confortablemente.
[1] Se trata de una pieza extraordinaria, muestra de los inicios de Giacometti como escultor; una plancha metálica con apenas dos hendiduras que le aportan la expresión necesaria para entender que se trata de una cabeza mirando. Una verdadera maravilla.