¿De qué tenemos miedo cuando decimos que tememos a los fantasmas?
Roger Clarke, escritor e investigador inglés, publicó un exhaustivo análisis de las presencias fantasmales que han recorrido la historia y el pensamiento humanos, realizando, paradójicamente, una historia natural de un fenómeno sobrenatural.
Es posible que la noción de fantasma sea tan antigua como la de muerte: una vez que nos percatamos que estamos condenados a morir y abandonar este mundo, algo en nosotros —o en nuestra cultura— nos impulsa a resistirnos, a encontrar una manera por la cual el abandono de este mundo no sea total ni definitiva o, del otro lado, del lado de quienes se quedan, la idea última que niega la pérdida absoluta del ser fallecido. En este sentido alma y fantasmas son conceptos no equivalentes, pero sí emparentados.
Sin embargo también es cierto que la popularidad de los fantasmas no ha sido constante a lo largo de la historia. En buena medida la noción que tenemos de estos —incluso reducidos a la caricatura de la sábana flotante— se origina en las fantasías decimonónicas de la Inglaterra victoriana, en las grandes y lúgubres casonas habitadas por personas que se niegan a dejar su propiedad (el de Canterville, los de Otra vuelta de tuerca), aunque la tradición anterior —digamos, el Comendador de los múltiples Don Juan, desde Tirso hasta Mozart— también aterrorizó a las personas que tenían conocimientos de estos visitantes ocasionales de ultratumba.
Roger Clarke, escritor e investigador inglés, publicó el libro A Natural History of Ghosts: 500 Years of Hunting for Proof, una búsqueda exhaustiva de la evidencia que prueba o descarta la existencia de los fantasmas.
Pero contrario a lo que podría pensarse, su punto de partida no es el del escepticismo. Por el contrario: sin mentir ni caer en falsos relativismos es posible decir que los fantasmas existen en la medida en que hay personas que creen en ellos y, lo que es todavía mejor para sus fines, han creído en ellos desde épocas remotas, creándose en su entorno toda una estructura intelectual que permite caracterizarlos, categorizarlos y convertirlos en objeto de estudio. Un observador externo que se encuentre con toda esta producción de conocimiento sobre fantasma, ¿podría dudar de su existencia?
El desarrollo que Clarke sigue va de los fantasmas comunes al poltergeists, de los espíritus a las potencias que dejan su huella en el mundo físico o, en épocas recientes, a su confinamiento a los dominios de la conciencia y los trastornos mentales. Un esfuerzo casi taxonómico que, aunque parezca paradójico, hace historia natural de lo sobrenatural.
¿Y qué se obtiene al final? Una disección precisa de un fenómeno que, existente o no, genera efectos reales, sobre personas y situaciones por igual. La sugerencia de que estas construcciones mentales son metáfora de otra cosa, condensación en una presencia inasible de nuestros temores y nuestros miedos: a la soledad, al desamparo, al abandono.
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