La misteriosa y polémica dama tuerta
Por Sandra Ferrer
Hay personajes de la historia condenados a vagar eternamente en un limbo justiciero mientras observan como historiadores, eruditos, fans incondicionales de su personaje y demás especímenes intelectuales, se pasan años y años decidiendo si su papel en los años en los que vivieron fue el adecuado. De entre estos nombres malditos, las mujeres son las que a menudo suelen dar más juego, por aquello de la seducción y la persuasión femenina, digo yo.
Cuando aquel 29 de junio de 1540 nacía un nuevo vástago en la casa de los Mendoza, ni su familia, de alta alcurnia, ni ella misma podían imaginar que terminaría su vida encerrada en su propio palacio prácticamente enterrada viva con todas las ventanas tapiadas.
Ana de Mendoza es conocida como La Princesa de Éboli o con el apodo de «La Tuerta» que la acompañó toda su vida junto con el parche en el ojo derecho debido a un accidente en la infancia. Parche que la hacía parecer más siniestra y malvada a sus detractores; elegante y seductora a sus admiradores.
Su matrimonio con Ruy Gómez da Silva, secretario del rey Felipe II, la acercó a los círculos cortesanos y a sus consecuentes tramas y conspiraciones. Pronto se convirtió en amiga personal del rey prudente y de su también secretario, Antonio Pérez, en lo que algunos se atrevieron a definir como un destructivo triángulo amoroso. La supuesta implicación de Pérez en el asesinato de Escobedo, secretario de Juan de Austria, hermano bastardo del rey, se convirtió en uno de los affairs más oscuros del gobierno de Felipe. En él se mezclaron aspectos políticos con otros más personales creando una maraña de verdades y mentiras que aún hoy nadie ha conseguido desentrañar del todo.
Pero este no fue el único conflicto que tuvo la princesa quien consiguió dominar las riendas de todos sus extensos poderíos a costa de enemistarse con media corte y parte del pueblo llano. Llegó incluso a tener un enfrentamiento de lo más sonado con la Santa de Ávila. Cuando Teresa de Jesús decidió fundar uno de sus muchos monasterios en Pastrana, propiedad del señor esposo de la tuerta, el conflicto entre las dos damas no se hizo esperar.
Al final, ni su poderío, ni su carácter, ni su perseverancia, la salvaron de la condena dictada por propio rey que la condenó a vivir el resto de sus días encerrada primero en la Torre de Pinto y finalmente en su casa de la que se retiró todo el lujo y la ostentación y se tapiaron todas las ventanas. La compañía de su hija pequeña y el recuerdo de tiempos más gloriosos fueron los únicos compañeros de Ana de Mendoza en los años finales de su vida.
La Princesa de Éboli se convertía en uno de los personajes que más juego ha dado a la historia, la literatura y el cine que no han dejado de mostrar las mil y una caras de su rostro misterioso. Aún hoy, 473 años después de su nacimiento.
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