Los amantes del Bloque 11
Por Isabel Castellano
Cuando pronunciamos la palabra Auschwitz, se nos llena la mente de escenas para nada agradables, de muerte, dolor, cólera y, por qué no decirlo, de ideas absurdas de un simple degenerado. Seguro que incluso podréis recordar imágenes o secuencias de las tantas películas que se hicieron para recordar los sin fines de la locura humana. Y no es de extrañar.
Pero de una manera un tanto paradójica se dio entre esos cochambrosos y oscuros muros, que se encuentran bajo el lema a modo de broma de “Arbeit Match Frei” (el trabajo os hace libres), una historia de amor de la talla de nuestro Romeo y Julieta.
Sus protagonistas, un joven polaco llamado Edward Galinski y una joven de la misma nacionalidad llamada Mala.
Edward llegó al campo de concentración en 1940, tras haber sido detenido y haber permanecido en la prisión de Tarnów. En ese momento contaba con la temprana edad de dieciséis años. Pero en ese mundo, había que madurar de una forma prematura, y adaptarse a las reglas de ese juego para conseguir el mayor regalo, la supervivencia.
Por otro lado, Mala pertenecía a una clase más privilegiada dentro de los prisioneros, ya que ejercía de intérprete gracias a sus conocimientos lingüísticos que la llevaban a dominar a la perfección cinco lenguas. La muchacha llegó al campo donde se conocieron ella y Edward en 1943. Pasó su infancia en Bélgica, hasta que fue detenida en 1942 en una ronda en la Estación Central de Amberes.
Los dos enamorados se reunían por las noches a pesar del peligro. Estos soñadores empezaron a buscar la manera de salir de aquel infierno y vivir su amor en libertad. No tardaron mucho en trazar un plan de huida que los liberaría de la cárcel que era el campo de concentración.
Edward ya había llevado a cabo otros planes para escapar con su compañero Wieslaw Kielar (autor de la novela autobiográfica “5 años en Auschwitz”), pero los dejó aparcados para proceder a escaparse con su amada.
El plan consistía en que Edward se vestiría como un guardia de la SS y escoltaría a Mala hasta atravesar la puerta de perímetro, y hacer como que su función era vigilar al prisionero (en este caso Mala) mientras éste instalaba un lavabo. Para ocultar el cabello de Mala, portaba un gran lavabo de porcelana que no dejaba ver sus rasgos de mujer. Edward mostraría dos pases especiales y se les permitiría salir. Después, le pasarían el uniforme a Wieslaw para que pudiera salir él más tarde. Y aunque parezca increíble, el plan funcionó.
Edward y Mala se encontraban libres por fin. Todo un mundo de posibilidades estaba abierto ante sus ojos en aquel momento. Este acontecimiento tuvo lugar el 24 de junio de 1944 y tras escapar, se dirigirían hacia Eslovaquia.
Pero cuando llegaron a la frontera polaca, Mala se adentró en una tienda para conseguir algo que comer. Como no tenía dinero, intentó hacer un trueque con el tendero dándole un anillo de oro que había robado en Auschwitz. Al comerciante le pareció sospechoso, y avisó a la policía. Mala fue detenida en el acto.
Edward viendo como su querida Mala caía en las manos de las autoridades, se entregó para no faltar a la promesa que le hizo a la joven de que no se separarían nunca.
Ambos fueron llevados al bloque once y allí fueron encarcelados hasta el día de su ejecución. Cuentan que muchas veces un guardia pasaba mensajes secretos entre los dos amantes, y que cuando se encontraban durante el pase de lista, Edward se detenía en frente de la celda de Mala y la admiraba unos instantes.
Semanas más tardes, fueron ejecutados al mismo tiempo. Edward cuando ya estaba fuera, saltó desesperado de la horca, pero los guardias lo volvieron a colocar en la plataforma. Antes de morir, Edward gritó “Viva Polonia” con la fuerza que le quedaba.
Mala, cuando llegó su turno, sacó una hoja de afeitar que llevaba oculta entre sus cabellos y se cortó las muñecas. La directora de ejecuciones femenina mandó que llevaran a Mala al crematorio, y allí concluyeran con su existencia. Las enfermeras, trataron de vendarla lo más lentamente posible para que Mala pudiera morir desangrada y así no tuviera que soportar la gran tortura de morir quemada.
Al final, unos instantes antes de que Mala dejara este mundo definitivamente, pronunció estas palabras a las personas que en ese momento se encontraban junto a ella: “No lloréis, el día del juicio final está cerca, recuerden todo lo que nos hicieron”.
Esta historia, aunque posea un final desafortunado, puede enseñarnos que ningún lugar es tan oscuro ni sombrío que el amor no pueda iluminar y llenar de esperanza. Para estos dos enamorados, conocerse supuso recobrar las ganas de vivir, que les eran necesaria para seguir luchando. Algunas veces se gana, otras se pierde. En este caso se ha perdido. Pero siempre permanecerá grabado ese recuerdo imborrable de los dos amantes del Bloque 11, que consiguieron escapar de Auschwitz, cegados por la idea de un mundo mejor, que no tenía cabida en esa cárcel, y que por unos segundos, se sintieron libres.
Isabel Castellano/ Toda una amalgama.