¿Dónde están los intelectuales del siglo XXI?

Por Anibal Monasterio Astobiza

Alfred Dreyfus

Alfred Dreyfus

 

A la palabra “intelectual” se le pone fecha de uso común en 1894 como consecuencia de lo que se vino en llamar el “caso Dreyfus”.

En 1894 Alfred Dreyfus, capitán alsacio del ejercito francés de ascendencia judía, fue falsamente acusado de traición a la patria por, supuestamente, haber vendido secretos de estado a los alemanes. Condenado a perpetuidad a permanecer exiliado en una isla desierta de Sudamérica pero exonerado definitivamente en 1906. Este caso fragmentó a  la sociedad francesa en dos: los partidarios y activistas de, y por, la liberación de Alfred Dreyfus: dreyfusardianos y la élite clérico-militar católica que le creyeron culpable, los republicanos y los tradionalistas. Los detalles pormenorizados de este affaire no nos son necesarios conocer, pero si hay que saber que el laicismo tradicional francés surgió del “caso Dreyfus” y que en 1905 se decidió por ley la separación Iglesia-Estado.

También del caso Dreyfus nació un nuevo poder espiritual, el poder de los intelectuales, que hasta entonces no se conocía y esto si que nos es más interesante conocer. El hermano de Alfred, Mathieu llevo a cabo una campaña para pedir su liberación a la que se unieron novelistas, artistas, periodistas y políticos; incluido el que más tarde llegaría a ser primer ministro, Georges Clemenceau, quien además publicaría en su periódico la famosa carta abierta  de Emile ZolaJ´Accuse”. Zola que creía en la inocencia de Dreyfus salió a la arena publica para situarse entre las fuerzas de la izquierda y la derecha y luchar por la razón, una y libre. Dicha lucha le costó a Zola un año de prisión y un exilio en Londres.

Tras el caso Dreyfus, o el disparate judicial que condenó a un hombre inocente simplemente por el hecho de ser judío, los intelectuales habían irrumpido en la escena pública y cultural de toda Europa occidental sustituyendo a los poetas y literatos, que a su vez, habían sustituido a los filósofos que por su parte sustituyeron a los sacerdotes. En esta cadena de trasmutaciones de lo que conocemos por el arquetipo de intelectual, cuya primera encarnación simbólica fue Emile Zola, tiene hoy como exponente de intelectual al científico de proyección pública que ha desbancado de la hegemonía espiritual de las ideas al economista, que hasta hace unos pocos años era quien ostentaba este papel.

Emile Zola

Emile Zola

El caso Dreyfus vió nacer, como digo,  una nueva categoría de poder, el poder de los intelectuales y el poder de las ideas emancipadas y libres de toda fuerza reaccionaria que las atara. Sin embargo, aunque sepamos claramente cuando nació este nuevo poder, en 1894, no sabemos cuando ha empezado a morir. Sí, digo bien, porque el poder espiritual de las ideas portadas por los intelectuales ha muerto o  está muriendo. Hoy vivimos en una era anti-intelectual, por dos motivos principalmente. El primer motivo la emergencia de un espacio cultural cacofónico y el segundo motivo una profesión erigida como la nueva intelectualidad que encierra una contradicción inherente.  El escenario cultural que vió nacer al intelectual con el caso Dreyfus ha desaparecido. Estaba dominado por la prensa escrita. El intelectual nació gracias a la revolución de la prensa escrita. Si hoy vivimos en una era anti-intelectual y nos preguntamos dónde están los intelectuales del siglo XXI es porque es imposible verlos por ninguna parte dentro de una “infoesfera” fragmentada y plural. Fragmentada y plural porque ahora la tradicional prensa escrita coexiste con múltiples canales de distribución de mensajes: radio, TV, Internet, redes sociales… y una tecnología capaz de almacenar, reproducir y compartir globalmente. Ante un espacio de información que satura por su gran cantidad de mensajes, es difícil encontrar quién tiene algo que decir en favor de una causa justa ya sea el armisticio para una guerra, la concienciación ente el cambio climático, la pobreza global o la corrupción política y financiera. Si el nuevo intelectual público, aunque esto es una redundancia, ahora es el científico,  con el científico tenemos una peculiaridad, una contradicción inherente a su profesión, que socava la integridad misma de la misión del intelectual.

El intelectual expone y denuncia, y su misión es avanzar el conocimiento y la libertad humana situándose fuera de la sociedad y las instituciones para zozobrar el statu quo. El problema es que esta nueva instanciación de intelectual, que es el científico, está asumiendo un papel de celebridad sin quererlo.

Los científicos son llamados por los medios de comunicación para que hablen sobre temas de los que muchas veces no son expertos o están fuera de sus temas de estudio. Pero el científico situado en ésta peana de la intelectualidad quiere darse a conocer con un fin noble, que conozcan su investigación y así sea financiada. Para que sea financiada la investigación científica ésta tiene que evaluarse por comités creados específicamente para ello que valoran su impacto en la sociedad. Pero, ¿qué es lo que ocurre? Cuando el científico sale a la arena pública con el fin noble de que conozcan su investigación, el científico sin darse cuenta está cambiando la sociedad de forma dramática. Está contribuyendo a la creación de un nuevo sistema de celebridades académicas. Para que la ciencia y la intelectualidad (que sólo ocurre cuando el científico se pronuncia sobre temas públicos que interesan a todos más allá de su propia investigación), puedan ser difundidas y así se pueda valorar su impacto social, pasa por el filtro de los medios de comunicación que para llegar a las masas simplifican inevitablemente el mensaje. El científico puede que obtenga más puntos en la evaluación de los comités porque tiene una proyección pública gracias a los medios de comunicación, pero el mensaje que recibe el público está simplificado y muchas veces distorsionado. Para un científico convertido en el nuevo intelectual público tener una columna diaria en un periódico, tener firmado un contrato con una firma comercial en lugar de una casa editorial académica y tener un agente o relaciones públicas es más importante para poder llegar a la gente que dedicarse por completo a la investigación pura. Pero esto tiene consecuencias que van en detrimento de, por un lado, la ciencia y, por el otro lado, la intelectualidad. La complejidad de la ciencia se sensacionaliza en titulares de tabloides y se vuelve comentarios sociales periodísticos y la gente no mejora el entendimiento de la ciencia ni del mundo, y los científicos cuando se pronuncian sobre temas que preocupan a todos, su labor como intelectuales, lo hacen sin conocimiento de causa. Hoy más que nunca se necesita oír la opinión del intelectual sobre una gran cantidad de temas que afligen a la humanidad, pero creo que por la situación mediática actual y la aparición del científico como último eslabón en la cadena evolutiva de la intelectualidad solo nos cabe preguntarnos retóricamente ¿dónde están los intelectuales del siglo XXI? porque ya no existen.

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