Ricardo Piglia: “Hablamos en contra de un mercado que todavía no hemos construido”
Por Horacio Bilbao
Mientras cuenta detalles de su nuevo libro, un trabajo autobiográfico que saldrá a la venta en agosto, Piglia responde sobre las colecciones que dirige y las que quisiera dirigir, sobre su tarea de divulgador (o canonizador) y sobre el auge del policial. Además, celebra el trabajo de las editoriales chicas frente al avance de los grupos concentrados.
Esta entrevista fue hecha en el vértigo de la Feria del libro, de un modo exprés, al paso, como la mayoría de los encuentros que ocurren en ese espacio infernal. Ricardo Piglia llegaba a La Rural casi corriendo, y en los pocos minutos que restaban para su presentación, se sentó a charlar con nosotros, Revista Ñ, para luego sí, rumbear hacia su acto, enfocado en la Serie del Recienvenido la colección que él mismo dirige y que publica Fondo de Cultura Económica (FCE). Sus títulos, entre otros Nanina (Germán García), Minga! (Jorge di Paola) o El mal menor (C. E. Feiling) hablan por sí solos, pero Piglia los respalda con su autoridad. Recupera autores que cayeron en el olvido, o que no tuvieron la circulación que merecían y para ello usa como criterio su valoración personal. Aunque ésta sea una entrevista exprés, al frente está uno de los grandes referentes de la literatura argentina, y entonces los temas se disparan solos, se superponen. El autor de Respiración artificial ya no enseña en Princeton, pero su hiperactividad es envidiable. Televisión, prólogos como el que acaba de escribir para los Cuentos completos de Rodolfo Walsh, colecciones como la de FCE, charlas y una nueva novela que saldrá en agosto. “Es una autobiografía de Renzi, un personaje que aparece en mis libros. Se va a los Estados Unidos y allí vive una experiencia que lo marca. Entonces escribe esa novela que es el rastreo de esa experiencia, que en algún punto es la mía”, dice. Y empezamos a lamentar que ésta sea una nota exprés.
¿Qué significa para vos haber puesto de nuevo en circulación y lectura estos libros?
Yo creo que hay un déficit en la reedición de textos. Hay un doble déficit. Estos textos deberían haberse reeditado hace mucho tiempo. Pero el mercado funciona de una manera errática, muy sobre el presente, con esa idea de que un libro publicado hace seis meses ya es viejo. Si tenemos un libro de los ssesenta o de los ochenta, parece que habláramos del siglo XIX. La colección, básicamente, está integrada por los libros que a mí me gustaría leer o releer, me guío por mi propio gusto. Tienen una capacidad de construcción estilística que le da a la narración la potencia que debe tener.
¿Son superadoras de lo que ves en el presente?
Son textos que, publicados en otra época, resuenan hoy. Es como si se hubieran conectado con el presente. Pero también me gustaría encarar una colección de primeras novelas. Soy un lector de primeras novelas bastante continuo, y eso me mantiene al tanto de lo que se está escribiendo. Lo interesante es que todavía no son escritores quienes las escriben. Están en una escena incierta, escucho una voz nueva cuando las leo.
Y no van a tener un gran lugar en este mercado acelerado y sobredimensionado…
Sí, y nosotros nos quejamos mucho del mercado con razón, pero en un sentido conceptual. Porque en Argentina no hay un mercado. Me parece que hablamos en contra de un mercado que todavía no hemos construido. Deberíamos construir un espacio de circulación de la literatura que permitiera las reediciones, que hiciera lugar a textos que no están en la velocidad de la circulación. Por el momento, lo que encontramos es una renovación de los catálogos y de las mesas donde los libros se exhiben a una velocidad tal que es muy difícil hacerse una idea de qué está sucediendo en esta producción un poco abrumadora por momentos.
Esta colección, quieras o no, entra en la misma vorágine, ¿qué espacios hay para sortear esa encerrona?
Miro con mucho interés y simpatía lo que hacen las editoriales chicas o independientes, una alternativa a la concentración de los grandes grupos que trabajan con criterios globales y no se ocupan tanto de los escritores nuevos o de los poetas. Hay editoriales como Mansalva, Entropía, La bestia equilátera, Eterna Cadencia, que hacen un trabajo muy interesante en la línea de lo que venimos hablando.
¿El acto de leer se parece cada vez más al de mirar televisión?
Vos sabés que Macedonio hablaba del lector salteado, allá en los años treinta. Hay algo de eso, pero yo creo que tenemos dos prototipos de lector, el que se encierra, se evade, el modelo de la isla desierta, como si sólo se pudiera leer en una isla desierta porque no hay otra cosa que hacer. Y por otro lado, estamos los que leemos mientras hacemos cada vez más cosas. Miramos televisión, contestamos mails. Yo creo que esa lectura interferida, intervenida, es un poco la lectura contemporánea.
Se dice, más bien se sabe, que has hecho mucho por muchos autores. Quizá Saer sea el mejor ejemplo de esto, empujaste la difusión de su obra.
Lo que más ayudó fueron los libros que escribió.
Claro, pero, ¿sentís un peso de canonizador a la hora de hablar de otros autores?
Todos los escritores, como lectores, leemos un libro que nos gusta y se lo queremos pasar a un amigo. Entre los escritores funcionamos así, con una actitud de generosidad en estas actividades que nos gusta compartir. Después otra cosa es el efecto que eso pueda tener ¿Qué es la canonización? Y es una problemática que surge para ordenar el mercado. Es una respuesta a esta circulación acelerada de la que hablábamos.
Pero puede haber una canonización virtuosa…
Sí, pueden ser de toda índole. Hay tantos cánones que ya, prácticamente, cada uno tiene el suyo.
Perdón que insista con esto, pero otro autor con quien tuviste una relación de este tipo fue con Andrés Rivera, cuya obra, a pesar de ser conocida, no alcanzó la magnitud de Saer. ¿Sentís que podrías haber hecho más por algunos autores?
Nunca lo he hecho a modo de política sino a partir del entusiasmo que me despertaban los libros que estaba leyendo. En el caso de Saer éramos muchos los que pensábamos que era una injusticia. Venía escribiendo textos extraordinarios desde hacía 20 años y sólo un grupo pequeño de lectores estaba al tanto. Pero sí, está esa sensación de que es preciso divulgar algunas obras. Después, los escritores hablamos de aquellos autores que tienen algo en común con nosotros, con lo que hacemos. No es una cuestión de generosidad abstracta. Eso está muy claro en Borges, que defendía a escritores muy menores porque no quería ser leído con el modelo de la novela de Thomas Mann. Entonces hablaba de Chesterton, Stevenson, la novela policial, y así estaba ayudando a que sus textos tuvieran otro contexto, que no fuera el de Dostoievski o Mann.
El policial parece haber hecho pie entre los autores argentinos. Recuerdo una entrevista con David Viñas, en la que él me dijo. “Viejo, mirá si estará mal la literatura, que hasta Piglia escribe policiales”. Se refería a Blanco Nocturno, creo, pero vos ya lo hacías desde Respiración artificial…
(Risas) Sí, claro. Pero yo recuerdo la época en que nos veíamos muchísimo con David, a él, pese a que en un momento escribió policiales para ganarse unos pesos, no le gustaba ese asunto. Consideraba que la literatura policial, con tanta violencia, tenía algo de fascista. Y esa visión circulaba mucho en algunos sectores de la izquierda. Nosotros leíamos los policiales justamente al revés, como una gran literatura social. Esos textos tienen un elemento cínico, pero es un elemento cínico romántico, de alguien que ha perdido las esperanzas, como Marlowe. Pero en este tiempo el policial ha encontrado otro espacio, se incorporan al género autores que no escriben en inglés, los nórdicos, los franceses, italianos. Ha empezado a universalizarse el género.
¿No tendrá que ver también el mercado?
Si no entendemos el mercado siempre como una especie de maldición… Porque hay estrategias y estrategias en el mercado. Ahora pareciera haber un público que no tiene las características del lector de policiales en los Estados Unidos que es un público que, por lo general, sólo lee policiales.
Escritor, divulgador, profesor, ¿con cuál de estos roles si es que se pueden separar te sentís más cómodo?
Circulo por ahí. Es una característica de los intelectuales y escritores en la Argentina. Hacemos periodismo, damos clases y nos ganamos la vida como podemos. Me parece que todo eso que, a primera vista, puede señalarse como algo que interrumpe el trabajo creativo, finalmente lo alimenta.
¿Revindicas entonces la figura del escritor intelectual, muy venida a menos?
Yo la reivindico. Me gustan esa clase de escritores. Pero sabés que soy un gran admirador de la literatura policial, donde los escritores pueden ser un maquinista de tren, un nadador profesional. El escritor puede hacer lo que sea para ganarse la vida, pero después hay que ver los libros que escribe.
Pero ahora el escritor que sale de Letras, con formación académica, no tiene ya ese perfil, quizá sí unos juegos lingüísticos, otros recursos…
Pero esa tradición, la del escritor intelectual, es muy argentina. Desde el siglo XIX, incluso en el XX, con Borges mismo, a quien podemos considerar un intelectual en el sentido más amplio. Ahora, la tensión entre los escritores surgidos de un ambiente académico y los otros, la hablamos en otra entrevista.
Fuente: MediaIsla, Revista Ñ