…En tiempo de miseria (XIX) – Si hoy es martes, esto es Bolonia
Por Luis Martínez-Falero
Como casi cada dos legislaturas, ha llegado una nueva reforma del sistema educativo, cinco desde la llegada de la democracia, una cada siete años desde que se aprobó la Constitución. Ahora es la LOMCE, por lo que no es aventurado afirmar que luego vendrán la DOMCE, la TREMCE y la CATROMCE. Para la QUIMCE estaremos ya enseñando la técnica de las lascas para la elaboración de instrumentos de piedra. Eso sí, santificados por las horas de religión y su nota final. No existirá el fracaso escolar, porque José Ignacio Wert ha sentado las bases de un sistema en el que el único fracaso posible es el del espíritu en busca de Dios, y con tantas horas de rezos y doctrina (de adoctrinamiento, en definitiva) ese fracaso será muy difícil, máxime cuando acabamos de asistir a la resurrección del Espíritu Nacional, con Franco, Ibáñez Martín y Martínez Esteruelas cabalgando de nuevo por las aulas españolas, para mayor gloria de la Conferencia Episcopal y de la Confederación Nacional de Excombatientes. No me extrañaría que en uno de esos peculiares telediarios de TVE, entre el consejo a los parados para que recen como método eficaz contra la ansiedad y las recomendaciones sobre la medida de las faldas (aconsejada para velar por la decencia de las muchachas en edad de merecer), aparezcan unas declaraciones exclusivas del espectro de Carlos Arias Navarro, diciendo: Españoles, Franco… ha muerto… ¡Viva Wert!, al tiempo que repican campanas y cae agua bendita solidificada en forma de confeti. Amén.
Pero la cuestión no radica sólo en la religión y su peso en la nota final de los alumnos, aún siendo éste un aspecto muy interesante, pues la media se verá favorecida por la calificación aportada por una persona designada a dedo por el obispado, que influye sobre las notas aportadas por un profesorado que procede de una oposición, al menos en los centros públicos. En mis ya lejanos tiempos de profesor de Secundaria, asistí a una evaluación final en que un alumno obtuvo Sobresaliente en Religión… dos meses después de haber causado baja en el centro. Pero, además, Wert busca la excelencia, como si a día de hoy no existiera y como si sus propias medidas aplicadas a las universidades no hubieran provocado la mayor emigración de científicos desde la Guerra Civil, con recientes y conocidos casos. Aunque ya sabemos que en realidad es el espíritu de aventura el que impulsa a nuestros jóvenes profesionales a salir de España en busca de trabajo, según Fátima Báñez, cuya inteligencia podría haber servido de modelo para la nueva reforma educativa. Tal vez por ello, hasta la financiación de esta reforma cruza nuestras fronteras y se va a buscar doscientos millones de euros por Europa, porque nos cuesta cuatrocientos millones ponerla en marcha. Y uso la primera persona del plural porque ya sabemos quiénes la vamos a pagar. Deberíamos pedirle una fianza (de su bolsillo, evidentemente) a los políticos que emprenden estas cosas (reformas, obras faraónicas…) por si acaso no nos llega a los ciudadanos el contenido de la hucha de cerdito.
Pero ya está aquí la LOMCE, cuya vida se aventura breve, no más allá de lo que dure la mayoría absoluta de Rajoy. Y ahora toca la contrarreforma universitaria, emprendida por el propio Wert, paladín de la causa contrarreformista. Ya hemos visto el dictamen de su “comité de expertos”, con dos puntos verdaderamente interesantes: podrá impartir docencia cualquiera que por su interés y prestigio merezca subir a la tarima, saltándose así los habituales filtros de publicaciones, congresos, formación en el extranjero, experiencia docente, etc., que otros hemos tenido que pasar para acceder a la docencia universitaria y que seguimos pasando para progresar en nuestra carrera docente; también se propone que las Comunidades Autónomas puedan nombrar Rector a un gestor ajeno a la universidad, quien decidiría qué proyectos de investigación se apoyan por su rentabilidad económica (se acabó la investigación en las facultades de Letras, pero también sobre enfermedades raras, por ejemplo). Lo de la financiación privada de las investigaciones ya nos lo había dicho hace tiempo este ministro.
LODE, LOGSE, LOE, LOU, LAU… Entre tantas siglas de reformas del sistema educativo (de primaria a la universidad), uno ya sólo sabe que la conclusión es LÍO: lío de legislaciones, lío de planes de estudio, lío de contenidos (cada vez más endebles)… A lo que hay que unir el regalo de Zapatero con el “Plan Bolonia”, cuya financiación se fue al garete con la crisis y cuyos resultados académicos son abiertamente deficitarios. Así, uno mira a su alrededor y no sabe dónde está, como los personajes de la película Si hoy es martes, esto es Bélgica (Mel Stuart, 1969), turistas norteamericanos que realizan un tour por Europa en un tiempo récord. Pues bien, tampoco nosotros sabemos ya ni quiénes somos ni a qué nos dedicamos y, cuando intentamos colaborar con algún proyecto en el extranjero, se nos dice que no hay dinero ni para enviarnos fuera ni para que venga alguien del extranjero. “Movilidad del personal docente e investigador por el espacio europeo de educación superior” se llamaba aquello, cuando en realidad la movilidad se reduce al trayecto de casa a la facultad (ida y vuelta) y con medios propios.
El resto de países europeos, cuya estela seguimos (o eso parece) no derruye el edificio de su sistema educativo cada siete años, ni cada veinticinco. Mejora el que tiene. Nosotros, por contra, preferimos la dinamita a la razón, a la adaptación o a la evolución. Isócrates (allá por los tiempos de Sócrates) aseguraba que las raíces de la educación son amargas, pero los frutos, dulces. Los humanistas del Renacimiento (empezando por Erasmo y Vives) intentaron suavizar lo amargo, fundando los Studia humanitatis, condenados por la Iglesia y demolidos tras Trento. Pero, en la España actual, el árbol entero está enfermo y además el jardinero (cuya obligación es velar por él) se empeña en inocularle todo tipo de parásitos y de cortar la savia. En tal caso, en vez del árbol, quizá sería mejor talar al jardinero. Y ‘talar’ en política se llama ‘cese fulminante’, aunque Mariano esté encantado porque Wert se lleva los palos mientras él ve el espectáculo en la sombra. Y Rouco –mientras tanto– feliz, porque entre el gobierno y él mismo están consiguiendo devolvernos a Trento. La crisis, sin duda, es algo más que económica.